“Mi pueblo es Chad. Mi país es África”
La Comisión de la Unión Africana (AUC, por sus siglas en inglés), el brazo administrativo de la organización, ya tiene nuevo presidente: Moussa Faki Mahamat. Este político chadiano recoge la ingente responsabilidad del cargo, el de mayor rango en el continente, cuando África atraviesa un momento crítico, entre emergencias humanitarias, conflictos armados y crisis medioambientales. Un panorama que no se veía desde los años noventa, de acuerdo al análisis situacional de Crisis Group, y que acarrea grandes retos externos e internos para la institución.
Mahamat tuvo que esperar a la séptima ronda de votaciones para conseguir la mayoría necesaria, con 38 votos, y desbancar a la keniata Amina Mohamed, en principio favorita. Esta era la segunda ocasión en que la AUC intentaba reemplazar a la sudafricana Nkosazana Dlamini-Zuma, primera mujer que ocupaba este cargo desde su elección en 2012.
La votación tuvo lugar el 30 de enero, aunque no será hasta abril cuando Mahamat ocupe de iure el cargo. En esa misma semana la UA aumentaba su número de Estados miembros a 55, con la readmisión de Marruecos después de 33 años de “auto-exilio” a raíz del reconocimiento por parte de la UA de la independencia del Sahara Occidental. Armonizar la entrada marroquí en la organización será uno de los retos del nuevo presidente, gestionando las sucesivas crisis diplomáticas que genera la falta de competencia de la Minurso (la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental) para denunciar violaciones de derechos humanos en la comunidad saharaui.
La diplomacia africana, ¿en manos expertas?
El escenario internacional no facilita su labor. Crisis Group afirma que “la influencia de China, los Estados del Golfo y Turquía (especialmente en el Cuerno de África, el Sahel y el norte de África) no pueden ser ignorados” como actores relevantes en el continente. Además de todo esto, la geopolítica regional se ha visto enturbiada por el veto migratorio de la administración Trump, la última preocupación que mostró la expresidenta de la Comisión. “El mismo país al que mucha de nuestra gente fue llevada como esclavos durante el comercio esclavista transatlántico ha decidido ahora prohibir la entrada de refugiados de algunos de nuestros países. ¿Cuál va a ser nuestra respuesta? Efectivamente, es uno de los mayores retos a nuestra unidad y solidaridad”.
Afortunadamente, la carrera política de Mahamat asegura una amplia preparación en cuestiones diplomáticas. Tras abandonar su cargo como primer ministro de Chad (de junio de 2003 a febrero de 2005) en medio de una huelga nacional de funcionarios, apareció de nuevo en la esfera pública como ministro de Asuntos Exteriores con el gobierno de Idriss Déby (desde abril de 2008 hasta enero de 2017). Teniendo a Mahamat en primera línea política, el país se hizo cierto renombre como un eje en la lucha antiterrorista: participó directamente en las negociaciones con los islamistas de Nigeria, Malí y el Sahel; y Chad fue sede de las operaciones militares contra Boko Haram y de la operación contraterrorista liderada por Francia en el Sahel (Operación Barkhane).
Mahamat ya había ocupado diversos puestos dentro de la administración de Déby, con quien comparte origen étnico y aparentemente amistad, desde su primera legislatura en diciembre de 1990. Su última reelección estuvo marcada por protestas sociales, que tachan el proceso de fraude electoral, y que han sido una fuente de críticas hacia la elección del propio Mahamat. “Moussa Faki forma parte de la plantilla de una dictadura. Los chadianos estamos en un estado de duelo. Primero tienes que poner orden en tu casa antes de empezar en otro sitio”. Así se expresaba Doki Warou Mahamat, organizador de la campaña opositora a la candidatura de Mahamat, para el Mail&Guardian Africa.
En cualquier caso, Mahamat tiene ahora que demostrar que está a la altura de las circunstancias. En un futuro próximo deberá implementar la reforma institucional de la Unión Africana, propuesta en enero por el presidente de Ruanda Paul Kagame: Mahamat tendrá que coordinar una troika –formada por Kagame (Ruanda), Déby (Chad) y Condé (Guinea)– para convertir la UA en un organismo más eficiente y ordenado en base al principio de relevancia, dispuesto para afrontar asuntos clave, como cuestiones políticas, paz y seguridad, e integración continental.
Todo ello compaginado con un esfuerzo monumental para alcanzar los dos objetivos de la Agenda 2063 –uno de los éxitos de la expresidenta– cuya implementación está pensada hasta 2020. El primero de ellos es conseguir que “todas las armas guarden silencio”, logrando el compromiso de todos los Estados miembros para llevar a término los conflictos armados que asolan el continente y magnifican las dificultades medioambientales que atraviesa. Por lo tanto, las beligerancias mantenidas en Sudán del Sur, Somalia, Malí, República Democrática del Congo, República Centroafricana, Burundi, Guinea-Bissau y Libia, deberán ser cosa del pasado en 2020.
El segundo objetivo, “todas las reminiscencias colonialistas se habrán extinguido en todos los países de África plenamente liberados de la ocupación”, es más complejo. Requiere el fortalecimiento de la propia Unión, para lo que Mahamat debe aglutinar mayores dosis de esfuerzos político –superando el nacionalismo que limita la integración regional–, y económico –maximizando las capacidades de obrar de la UA–.
Fuente: El Orden Mundial en el s. XXI
El desarrollo exige algo más que paz
Pero los cuatro años de Mahamat al frente de la Comisión no pueden restringirse a cuestiones de paz y seguridad. Para salvaguardar las prioridades de su mandato, “desarrollo y seguridad”, la UA necesita volver a centrarse en cuestiones básicas, como indicaba en una entrevista en Les Voix Du Monde. Esto le permitirá a su vez mejorar el porcentaje de implementación de las resoluciones aprobadas por la organización: “desde 2002, hemos adoptado aproximadamente 1.800 decisiones y resoluciones. Menos del 15% se han puesto realmente en marcha”.
Para avanzar en “desarrollo”, la UA va a tener que reforzar seriamente sus mecanismos financieros. Por un lado, como explica Crisis Group, respetando el acuerdo de la Cumbre de julio de 2016, que insta a los Estados miembros a crear un impuesto del 0,2% a las importaciones para financiar la UA, dándole margen de maniobra económica para desarrollar políticas más ambiciosas. Por otro, poniendo solución a la pérdida anual de más de 50.000 millones de dólares en corrientes financieras ilícitas (IFFs, por sus siglas en inglés). Una cifra alarmante que, como muestra el informe Mbeki (2015), sumada en los 50 años anteriores a su publicación equivaldrían a la cantidad recibida en el continente como AOD. Este elemento frena considerablemente las capacidades de desarrollo autónomo de los países de la región.
Es importante, a este respecto, que la UA mejore sus relaciones interinstitucionales con la ONU, pues la seguridad y autonomía que ha venido ganando la organización regional no le permite prescindir de las donaciones y del trabajo de Naciones Unidas en África. Una mayor cooperación entre el Consejo de Seguridad de la ONU y el Consejo de Paz y Seguridad de la UA, sobre todo en cuestión preventiva, tendría efectos positivos sobre la unidad política del continente y la aplicabilidad de sus resoluciones. También necesitará mejorar su relación con la Unión Europea, creando mecanismos para afrontar conjuntamente las crisis de terrorismo y refugiados. La cumbre UE-África, prevista para noviembre en Costa de Marfil, podría ser una buena ocasión para profundizar en estas cuestiones.
En la situación en la que se encuentra África, una mala gestión, o meramente continuista, por parte de Mahamat minaría tremendamente las posibilidades de los Estados miembros de salir con buen pie de sus polifacéticas crisis. De su predecesora en el cargo se dice que no prestó atención a los conflictos, que menguaban cualquier intento de desarrollo regional, por lo que la búsqueda de la paz parece ser la baza primordial de la nueva Comisión.
La dificultad radica en que África necesita respuestas ágiles a problemas acuciantes, pero inscritas en un marco estratégico pensado para una autonomía y desarrollo en un futuro a poder ser no tan lejano. Si el compromiso de los miembros permite una adaptación institucional rápida y eficaz, y la arquitectura preventiva logra actuar en los principales conflictos abiertos, se habrá ganado mucho terreno.