Acción exterior española en un mundo en cambio: Juan Moscoso, PSOE

 |  16 de noviembre de 2011

 

Juan Moscoso del Prado (Pamplona, 1966) es doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Autónoma de Madrid. Cursó estudios de posgrado en el Colegio de Europa (Brujas, Bélgica) y está especializado en asuntos de la Unión Europea. Moscoso es miembro de la comisión ejecutiva regional del PSOE de Navarra y ha sido diputado en Cortes en la IX legislatura, en la que ejerció de portavoz de su grupo en la comisión mixta para la UE. Representa al PSOE en la Comisión Española de Ayuda al Refugiado y en la Fundación Consejo España-Estados Unidos. Sus ideas sobre política pueden seguirse en “El blog de Juan Moscoso del Prado” y en su cuenta de Twitter: @JuanMoscosodelP. En las elecciones del 20-N se presenta como cabeza de lista por Navarra.

 

¿Cómo percibe el momento que está atravesando la Unión Europea, atacada por una crisis que no termina de gobernarse?

Los últimos movimientos son positivos, pero siguen convergiendo hacia un objetivo que si se hubiese querido alcanzar de una manera más directa desde un principio, como hemos defendido desde el Partido Socialista, nos hubiésemos ahorrado muchos disgustos. Hemos defendido que el fondo de rescate tenga más capacidad, más instrumentos a su disposición; al mismo tiempo que defendemos avanzar en otras áreas que el Tratado de Lisboa permite desarrollar, como la armonización fiscal. Creemos que Alemania poco a poco está asumiendo la realidad de la situación, quizá no tan rápido como debiera. Lo mismo ocurre con el papel del Banco Central Europeo (BCE). Siempre defendimos que el BCE debía intervenir en operaciones de mercado abierto, comprar deuda e, incluso, redefinir su misión: no solo como vigilante de la inflación, sino como garante del crecimiento y la creación de empleo. Esto era un tabú hace uno o dos años y ahora empieza a formar parte del discurso económico europeo.

La Alemania que ha surgido a raíz de la crisis europea se ha mostrado más nacionalista, más independiente… ¿Cómo debe relacionarse España con esta nueva Alemania?

Esta Alemania tiene dos caras contradictorias. Por un lado, quiere liderar la Europa económica. Sin embargo, a pesar  del nuevo instrumento del que disponemos –el Tratado de Lisboa–, se muestra muy tímida a la hora de dar pasos e impulsar la acción común europea fuera de nuestras fronteras. Un ejemplo muy claro ha sido lo ocurrido con la misión de la OTAN en Libia. Al mismo tiempo que intentaba condicionar la acción económica de muchos países, se retiraba de esa misión, a punto de hacer un papel preocupante en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde China y Rusia se abstuvieron, y Alemania estuvo cerca de votar en contra. Esto dice mucho de los problemas que tiene ahora Europa. Estamos muy desequilibrados en lo político, como ilustra el ejemplo libio. Hay otros ejemplos: lo que está ocurriendo con la relación con Rusia, la política de vecindad con los países del Este…

En qué situación queda España en este momento de crisis. ¿Cómo podría relanzarse otra vez en Europa?

Creo que estamos siendo muy responsables. El acuerdo sobre la recapitalización de la banca lo hemos asumido con responsabilidad. Hemos entendido que era bueno para la zona euro en su conjunto. España, como el resto de países del Sur, salimos de esta crisis heridos. Las posiciones políticas de los últimos años tenían cierto respaldo en la capacidad de crecimiento y el peso económico de cada país. Se notaba mucho en España a la hora de construir una política de cooperación al desarrollo. En ese caso, nuestra capacidad de influencia venía de que estábamos aportando muchos fondos y recursos para estas políticas. En los próximos años todo esto se va a tener que reestructurar o reequilibrar.

Hemos sufrido las consecuencias de la crisis financiera y económica internacional por razones externas a la economía española, pero hemos tenido un elemento propio como ha sido la burbuja inmobiliaria, y el daño que ha hecho en nuestro tejido productivo y también en nuestros bancos. Entre la crisis financiera originada en Estados Unidos y la crisis de la deuda soberana, hemos tenido nuestra propia crisis derivada de los activos “malos” de la crisis inmobiliaria. Tenemos algo de lo que tomar nota, para no volver a repetirlo en el futuro. Me preocupa cuando se habla de que tenemos que volver a 1996; eso de que “España creaba ocho de cada diez nuevos empleos”. Esa ecuación era la misma que mostraba que construíamos más viviendas que Francia y Alemania juntas. Es decir, la otra cara de la misma moneda. De ahí el superávit: la burbuja se había convertido en algo estructural. Ahora toca reajustar nuestra acción política.

¿Qué temas europeos de política exterior podría impulsar España? Por ejemplo, en el caso de Turquía y su adhesión a la UE. Existe un consenso básico entre los partidos políticos españoles sobre esta cuestión y, sin embargo, España no ha sido realmente activa en el impulso a las negociaciones. Parece que ante la negativa de Francia y Alemania, nadie se ha atrevido.

Hay algunos temas en los que somos fundamentales. Por ejemplo, impulsar la Unión por el Mediterráneo o la política de vecindad con el Mediterráneo; nuestras relaciones bilaterales con Marruecos y Argelia… La relación que tiene España con Turquía es buena. Con iniciativas como la Alianza de Civilizaciones hemos creado confianza, reforzada por el papel que España ha tenido de facilitador en el proceso de paz de Oriente Próximo. De hecho, en la última Asamblea General de la ONU, el papel español, discreto, ha sido muy constructivo. También hemos tenido un papel importante en la evolución serbia respecto a Kosovo. Es decir, como potencia media, facilitadora y discreta, tenemos siempre en nuestra área de influencia un papel importante que desempeñar.

 

La “primavera árabe” y Mediterráneo

¿La intervención en Libia se podría enmarcar dentro de ese papel de potencia media? Otros países de menor tamaño y más alejados de la zona de conflicto han prestado una mayor ayuda en la intervención, como es el caso de Noruega o Dinamarca. ¿Cree suficiente el papel desempeñado por España? ¿Cuál puede ser nuestra aportación para el futuro del país?

Creo que España ha hecho un buen papel en Libia. En el marco de la UE y de la OTAN, España está participando sin complejos, con dedicación y compromiso en muchas misiones internacionales. Tenemos un número importante de tropas desplegado en el exterior. En esta legislatura se eliminó el tope cuantitativo. Si no tenemos más, se debe a límites de capacidades operativas y presupuestarias. No hay ninguna barrera psicológica. El volumen que tenemos solamente en Líbano y en Afganistán supone un compromiso histórico, nunca habíamos tenido tantos soldados en el exterior de tantas maneras distintas. Estamos en el Cuerno de África, en Chad, acabamos de irnos de los Balcanes…

En Libia, se trata de una misión que nuestro ejército conoce bien. Ya habíamos participado en otras operaciones de bombardeo, además con los mismos aviones: los F-18. Lo importante era crear un dispositivo global que mostrase el compromiso de la comunidad internacional para proteger a los ciudadanos libios. El porqué del reparto de tareas tiene menos importancia. Además, al principio no se sabía qué iba a pasar. A posteriori es muy fácil decir que era la parte más cómoda de la misión, pero entonces no se sabía si podía haber una confrontación aérea.

En la transición en Libia tenemos que ir de la mano de la UE, coordinando actuaciones, con un papel similar al que se está haciendo en Túnez o en Egipto. Hay que contribuir a reforzar el clima de diálogo político entre las diferentes partes; ayudar a que proyectos de cooperación al desarrollo refuercen sus instituciones; impulsar la gobernaza; ayudar a tener puentes entre Libia y la UE… Tenemos experiencia.

Un caso que presenta ciertos paralelismos con el caso libio es el de Siria. Se ha visto que Bachar el Asad no va a cesar la represión. La UE ha aumentado las sanciones, pero a corto plazo no parece que vayan a resultar decisivas. ¿Cómo debe reaccionar España, dentro de la UE, ante una crisis que no tiene marcha atrás?

España ha estado siempre en el consenso europeo. Siempre hemos apoyado las sanciones. Nos enfrentamos a una situación de represión urbana que recuerda el caso de muchas dictaduras. La comunidad internacional tiene que utilizar los recursos que tiene conforme a la legalidad internacional. En este caso, las sanciones económicas, como ocurre con Irán u otros países.

¿Será necesaria una escalada?

Hay que esperar a ver cómo evoluciona la situación. Cómo se organiza la oposición en el exterior… Desde España apoyaremos, dentro de la UE, sanciones económicas y todo lo que haga falta para ayudar a los opositores y conseguir que el régimen colapse lo antes posible. El principio de la Responsabilidad de Proteger es el mismo que en el caso de Libia. Lo que pasa es que en ocasiones se puede aplicar de manera directa y otras veces no es tan sencillo.

Mohamed VI ha iniciado la senda de la reforma en Marruecos presionado por la “primavera árabe”. ¿Cómo percibe los últimos movimientos reformistas en el país vecino?

La suficiencia de las reformas, el tiempo lo dirá. Nuestra valoración es positiva. Todo lo que conduzca al refuerzo del vínculo entre Marruecos y la UE –para ello España tiene que hacer de puente– revertirá positivamente en la región, en España y en Europa. Marruecos tiene un nivel educativo cada vez más alto, más recursos. Ha optado por una reforma desde el sistema, en el marco de la “primavera árabe”. Ahora hay que ver qué sucede en las elecciones y ser prudentes.

¿Cómo se puede salir del impasse? Marruecos está inmerso en un proceso de “regionalización avanzada”, diseñada en un principio para incorporar el Sahara occidental. El tiempo corre en contra de los saharauis. ¿Cómo debe España mediar en este conflicto?

España es un agente activo en esta cuestión por su condición de expotencia colonial, de un lado, y de vecino con muchos intereses comunes, del otro. Se trata de una situación delicada, pues a veces se malinterpretan los pasos que se dan o los intentos de acercar posiciones. La solución solo puede venir por un acuerdo entre las partes, a realizar en el marco de las Naciones Unidas conforme al Derecho Internacional. Para eso sería muy importante que la UE tuviese una posición clara. A veces el problema ha venido más por la existencia de diferentes posiciones en la UE que por la inexistencia de una hoja de ruta clara en la ONU. También es importante el desarrollo y la consolidación de la democracia en Marruecos. A medida que suceda, su credibilidad a la hora de sentarse a negociar con los saharauis irá cambiando, y los acuerdos a los que podrán llegar las partes serán distintos. No sabría definir un horizonte temporal; lo que sí tengo claro es que la solución tendrá que ser justa, mutuamente aceptada y que respete el principio de autodeterminación del pueblo saharaui. Todos esos ingredientes hacen esa ecuación muy difícil.

Miguel Ángel Moratinos ha señalado que existen todavía muchos estereotipos en la sociedad española que no se han superado con respecto a Marruecos. ¿Comparte esta percepción?

Estoy de acuerdo: hay un gran desconocimiento y predomina el estereotipo. El español no valora el desarrollo, la sociedad civil, la cultura, la historia y el papel que puede desarrollar Marruecos en el mundo. Es un gran país y cualquiera que lo conozca lo admira en muchos sentidos. Es verdad que es una sociedad democráticamente incompleta y con muchas necesidades de mejora. Y es verdad que esta cuestión se ha convertido muchas veces en un tema de política interior que ha producido extrañas alianzas. El caso de Aminetu Haidar es un ejemplo, acercando las posturas del Partido Popular e Izquierda Unida. Aquello no ayudó demasiado. Ni a mejorar la capacidad española de influencia en el conflicto, ni tampoco a mejorar la imagen de Marruecos. Hay que luchar contra esos estereotipos a través de la educación. Y sobre todo apoyando las reformas y el desarrollo económico, democrático y social de Marruecos.

¿No ha llevado la “primavera árabe” a partidos como el suyo a replantearse la política seguida hacia países como Marruecos? Muchas veces se percibe que es una política marcada por asuntos como la inmigración o la seguridad. ¿Cómo interpreta que las propias sociedades árabes se hayan rebelado contra dictadores como Gadafi o Ben Alí, mientras los occidentales mantenían relaciones benévolas con todos ellos?

La reacción ha sido de alegría y de optimismo, de confianza en que al final todas las sociedades convergen hacia la democracia. Este proceso se produce en oleadas o por goteo. Desde que yo recuerdo, se ha dado en América Latina, en Europa del Este, ahora en los países árabes… No es nada nuevo. Es verdad que se ha producido en un conjunto de naciones donde no había un referente democrático claro, como sí sucedía en Iberoamérica. Mi partido, como todos los partidos democráticos europeos, llevamos muchas décadas trabajando con otros partidos al sur del mediterráneo, sembrando el germen del asociacionismo, las políticas de género… La comunidad internacional ha contribuido de alguna manera a la “primavera árabe”. Eso no quiere decir que durante todos estos años no se haya convivido con esos regímenes dictatoriales. Pero el mismo Ben Alí que saqueaba las cuentas públicas organizaba conferencias sobre igualdad de género que eran el ejemplo de lo que ocurría en África. Muchas veces es verdad que se tuvo miedo a presionar más.

¿No hay un hueco para la autocrítica dentro de la satisfacción por lo que sucede en el Mediterráneo? ¿No piensa que en algunos momentos deberían presionar más?

Sí, porque eso sigue ocurriendo con otros países que son muy poderosos en lo económico, como Arabia Saudí. Pero también es verdad que los países como España, que aspiran a tener una presencia global en algunos ámbitos, tienen que estar en todas partes. España nunca retiró un embajador ni nunca rompió relaciones diplomáticas con ningún país durante las dictaduras de América Latina. A muchos diplomáticos nos expulsaron, pero ahí estuvimos siempre. Y ahí estamos. Esto a veces se olvida. Muchas veces la defensa de tu interés y el de tus ciudadanos te obliga a estar ahí y a resistir. Es una de las claves de la diplomacia.

El presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, ha solicitado ante la ONU el reconocimiento de Palestina como Estado de pleno derecho según las fronteras de 1967, eso sí, sujetas a modificaciones. España ha apoyado dicha reivindicación. ¿Cree que son necesarios pasos como este para desatascar un proceso de paz enquistado desde hace décadas?

Lo hemos apoyado como partido, y también en el gobierno, porque hemos entendido que era el momento oportuno para desbloquear las negociaciones. Ni el cuarteto, ni la hoja de ruta… habíamos llegado a un momento que no se sabía por dónde evolucionar. Incluso el gobierno de Israel estaba empezando a hablar de una solución que no incluía los dos Estados. La comunidad internacional tenía también que dar un paso. Es importante que lo estemos dando en la UE de manera prácticamente unánime y que se hayan conseguido aplacar las desconfianzas que había en un sentido o en otro. En septiembre se hizo un esfuerzo en el consejo de Asuntos Exteriores de la UE para llevar una posición común y cuidar las intervenciones [en la Asamblea General de las Naciones Unidas]. Ahora se está trabajando para cuando se sepa qué decide el Consejo de Seguridad. El reconocimiento es una cuestión de derecho. Nadie niega que la solución deba ser la de los dos Estados. Es además lo que los israelíes quieren. Hay matices delicados por resolver, por ejemplo sobre la población árabe de Israel, etcétera. Pero la solución es negociar y la actitud de EE UU es positiva, aunque quizá no va tan rápido como habríamos querido o esperado tras la llegada de Obama y su discurso de El Cairo. Las condiciones complicadas de política interior norteamericana, a un año de las elecciones y con la crisis económica, hacen que EE UU esté en una posición menos decisiva que hace algunos meses, pero creo que vamos a estar todos en esto. Además es bueno también para Israel, es una oportunidad histórica aprovechar la “primavera árabe” y ser el Estado que contribuya al desarrollo del nuevo Estado Palestino, a su consolidación económica y a su encaje en esa parte del mundo que tanto necesita estabilidad. La solicitud palestina es positiva y me sorprende que no haya ocurrido antes porque creo que contribuirá a que se avance en las negociaciones.

 

América Latina

América Latina es hoy una región transformada política y económicamente. Esta nueva realidad ofrece para España nuevas oportunidades de relación, pero también supone dificultades, retos, a la hora de defender nuestros intereses (económicos, políticos, culturales, sociales). Ante esta transformación, y ante la evidente pérdida de relevancia del sistema de Cumbres Iberoamericanas (un instrumento tan valioso para nosotros durante años), ¿cómo deberíamos reorientar la política hacia la región para seguir defendiendo los intereses y nuestra posición?

Es verdad que han faltado líderes importantes en la Cumbre de Asunción, y algunos estaban geográficamente muy cerca. Pero no sé hasta qué punto hay que reinventar el vínculo iberoamericano y las cumbres porque lo que está sucediendo es fruto del éxito del proceso que empezó hace 20 años. Remontémonos 20 años atrás y pensemos en una América Latina con democracia consolidada en todos los países salvo en Cuba, con algunos líderes globales, con países como Brasil que quieren dar el paso y ser actores globales en el ámbito de la seguridad y otros espacios donde antes era impensable que hubiese países latinoamericanos, y donde España y Portugal, con 45 y 10 millones de habitantes, respectivamente, pudiesen pilotar este proceso en el marco de las cumbres, pese a la creación de la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB). Es un marco diplomático y de cooperación política como existen otros muchos en el ámbito americano, y han existido diferentes protagonismos en diferentes momentos. Iberoamérica se ha convertido en una región consolidada, y nuestro papel pasa a ser más el de buscar intereses comunes y no tanto el de acompañar ese proceso que desde el principio tuvo de referencia la transición española. Hemos estado vendiendo la transición española y el desarrollo económico español, y lo hemos hecho muy bien.

Nuestra prioridad como país es reforzar el vínculo europeo y profundizar en la construcción europea en todos los sentidos, y hay que buscar socios que conduzcan a ello. Por tanto, la relación con América Latina debe ser cada vez más europea: comerciales, industriales de intercambio tecnológico, que favorezcan el desarrollo en sectores punteros, como cambio climático y energía. Al mismo tiempo, España, desde lo bilateral, debe seguir trabajando en lo propio del vínculo iberoamericano que es, sobre todo, lo cultural y desarrollar una industria, que incluye cine, literatura y medios de comunicación para que la comunidad hispanohablante se consolide como un polo. Y esto va a ser parte de nuestra relación con EE UU.

Cuba está inmersa en un tímido proceso de reformas económicas y políticas, cuyos resultados aún no son visibles. En las últimas dos legislaturas, España ha abogado sin descanso por eliminar la posición común sobre Cuba de la Unión Europea. ¿Cree que se cumplen las condiciones para dar ese paso? ¿De qué manera podría favorecer España un transición democrática en la isla?

Con Cuba ha habido un desencuentro instrumental, pero no sobre el fondo. La sociedad española, y desde luego el PSOE, desea que Cuba sea una democracia homologable a la de cualquier país europeo o a las democracias más consolidadas de América Latina. Para ello, hemos querido acompañar a los cubanos –al pueblo, a la oposición– para que esa transición se haga de manera pacífica y desde dentro del país. La discrepancia en el objetivo, entre esta legislatura y la anterior del Partido Popular, fue en el papel que debía desempeñar la UE para conseguirlo. La Unión adoptó una Posición Común para intentar acelerar, forzar, esa evolución. Nuestra impresión fue que esa posición no había dado resultados y, de hecho, el régimen cubano se había endurecido y no se veía ningún tipo de evolución. Hay que diferenciar la Posición Común como instrumento para intentar lograr unos resultados, de lo que es un castigo a una población por el tipo de régimen que tienen, que parece que es lo que defienden otros partidos. Nosotros mantenemos relación con muchos cubanos, y hay una población española muy importante en Cuba que exige que tengamos una presencia estable. Además, existe un vínculo histórico y moral. Lo importante ahora es que la UE condicione desde el respeto, utilizando los instrumentos de los que dispone, y que la transición cubana se produzca lo antes posible. En España, todo lo que se refiere a Cuba es muy simbólico y da mucho juego en el día a día de la política española y, como en el Sahara, se utiliza a veces en exceso con intereses partidistas sin voluntad alguna de contribuir a nada.

 

Misiones internacionales

En 2014, España completará la retirada de tropas de Afganistán, un país al que todavía le queda un largo camino por recorrer no ya para ser considerado un país próspero y estable, sino para escapar de la etiqueta de Estado fallido. En Irak, las cosas evolucionan más favorablemente, aunque la violencia y los problemas económicos siguen muy presentes. ¿Qué balance hace de una década de intervenciones españolas en dos de los escenarios más calientes del planeta?

La misión en Afganistán tenía dos objetivos muy distintos. Un objetivo de corto plazo, que buscaba estabilizar el país y, sobre todo, evitar que fuese la base mundial del terrorismo yihadista de Al Qaeda, y creo que eso se ha conseguido. Eso obligó a hacer una intervención sobre el terreno muy complicada que llevó a plantearse el segundo objetivo: la construcción de un Estado que fuese capaz de garantizar su continuidad cuando la coalición internacional se retirase. Esto será evaluado con el paso de los años. La contribución española ha sido muy importante, con un coste muy alto en vidas y en esfuerzo. España ha representado muy bien lo que se debía hacer, con presencia militar real y, por otro lado, hemos contribuido a crear tejido social e institucional para que el país tenga un futuro distinto. Nos hemos concentrado en los ámbitos donde somos especialistas: en la cooperación para crear servicios sociales básicos, políticas de salud reproductiva, construcción de infraestructuras fundamentales. Ha sido una misión muy complicada en una parte del mundo muy difícil. Creo que la crisis económica no va a permitir cerrar bien la presencia sobre el terreno y habrá que ver cómo se mantienen las políticas de cooperación puramente civiles una vez que se termine la fase militar. Ese es el gran reto de la comunidad internacional tras la salida de los soldados.

Respecto a Irak, es el ejemplo de cómo una misión no solamente no logra lo que pretendía –que en ningún caso podía conseguirlo ya que no había armas de destrucción masiva–, sino que muestra que a veces no es tan fácil reemplazar un régimen dictatorial por uno democrático estable cuando surgen los odios y las tensiones étnicas y religiosas de siglos. No sé cómo acabará Irak.

 

Asuntos pendientes

Curiosamente, la retirada de las tropas españolas de Irak ha sido una de las decisiones más respetadas y criticadas al mismo tiempo. Se criticó que los principios dejasen de lado el pragmatismo, algo que también sucedió con la retirada de España de la misión de Kosovo…

Creo que son cosas muy distintas. La retirada de Irak fue un compromiso electoral y no creo que se pudiese hacer de otra manera. Quizá se podría haber construido mediáticamente diferente en las 24 horas en las que sucedió. Además, el tiempo nos ha dado la razón. Respecto a Kosovo, no ha habido en ningún momento un desencuentro. En Kosovo cambió la situación, con la declaración unilateral de independencia, aceptada por un número importante de socios europeos. El objetivo por el que estábamos desapareció de inmediato y entendimos que la misión estaba liquidada. En Kosovo la prensa conservadora intentó replicar la reacción a lo de Irak, pero no había fundamento.

¿Debe España reconocer ya a Kosovo? ¿Hasta qué punto la postura española ha dificultado nuestra posición dentro de la UE?

Con Kosovo hay que trabajar para que dentro de la UE haya una postura europea más clara y unánime. Para ello, hay que trabajar de la mano de los serbios. De hecho, cuando se produjo el acercamiento entre los serbios y los kosovares en la ONU este año, España jugo un papel importante, pero discreto. El futuro de Serbia y de Kosovo es la UE. La adhesión de los Balcanes occidentales es la gran ampliación pendiente, además dentro de las fronteras europeas. Ahí está la solución. Cada día que pasa, los serbios están más pendientes de su proceso de aproximación a la UE y no creo que tengan problemas en el futuro para dar pasos respecto a Kosovo que faciliten su adhesión y la del resto de repúblicas de la antigua Yugoslavia.

Una vez que Serbia diera el paso, ¿España haría lo mismo?

Hay reconocimientos formales bilaterales que para unas cosas son necesarias y para otras no.

 

Cooperación al desarrollo

España se situó en 2008 a la cabeza de los países donantes, escalando hasta el sexto puesto al año siguiente. Los Presupuestos Generales para 2011 han reducido la ayuda al desarrollo en más de 918 millones, lo que sitúa a la cooperación española en cifras inferiores a las de 2007. ¿Habrá que seguir reduciendo las partidas para la cooperación? ¿Cómo seguir haciendo más con menos?

Nosotros estamos comprometidos con el 0,7%, lo queríamos haber alcanzado en la pasada legislatura y de hecho íbamos muy bien, hasta que llegó la crisis. Creemos que se debe alcanzar, como país y también en la UE. En este sentido, los objetivos de fondo de la cooperación siguen ahí, igual de vigentes que hace ocho años o incluso más. La experiencia de estos años nos ha hecho mejorar mucho en nuestra manera de hacer cooperación, en materia de coherencia y coordinación con otros países y de complementariedad con plataformas de la sociedad civil. Nos hemos ido especializando en algunos ámbitos: servicios sociales básicos, políticas de género, salud reproductiva sexual, fortalecimiento institucional… Llegamos además a muchos sitios, en América Latina y en el Mediterráneo. Hacen falta más recursos, que deben salir de los presupuestos públicos de todos los niveles, lo que exige coordinarse mejor con las autonomías y a nivel local. Proponemos crear a escala europea la tasa sobre transacciones financieras internacionales y, con ese recurso, financiar políticas de cooperación y de cambio climático.

Hemos crecido muy rápido en los últimos años también hemos hecho aportaciones muy importantes a fondos internacionales. Por eso hay que mejorar en la evaluación y en la coherencia de la cooperación. Esta crisis económica demuestra que el fin último de la cooperación, que haya bienes públicos globales de calidad (educación, salud, agua, infraestructuras, instituciones transparentes) es fundamental para el desarrollo y la sostenibilidad de todos. Y esto solo se puede conseguir mediante la cooperación y la gobernanza internacional, que es otra de las asignaturas pendientes.

 

Servicio exterior

La creciente complejidad de la política exterior y, sobre todo, la ampliación de los intereses exteriores de España reclama desde hace años una reforma del servicio exterior. Es preciso dotar al ministerio de Exteriores de mayores recursos humanos y materiales, así como redefinir sus objetivos. ¿Cuáles son sus propuestas al respecto?

El servicio exterior es el único cuerpo administrativo español que no ha tenido una reforma importante desde que estamos en democracia. Eso explica las resistencias y el nerviosismo en algunos cuerpos de la administración. Ha habido varias propuestas y algún borrador de proyecto de ley, pero nunca se ha llegado a materializar en proyecto o anteproyecto que llegara a las Cortes. Estos proyectos habrá que adaptarlos en el futuro teniendo en cuenta lo que está pasando con la crisis y la necesidad de reforzar la parte económica de la diplomacia. Lo que se pretendía era crear realmente un mecanismo político de coordinación de la diplomacia y la presencia española en el exterior, que tuviese en cuenta no solo a las embajadas, representaciones y consulados, sino a toda la acción exterior: oficinas comerciales, diplomacia cultural, los institutos Cervantes, comunidades autónomas, sociedad civil. A medida que pasa el tiempo la actuación es más importante en lo económico.

El Servicio Europeo de Acción Exterior generó muchas expectativas, pero se ha puesto en marcha de forma bastante discreta. Debe servir como palanca del propio servicio exterior de España, que debe ser más ágil, polivalente y llegar a más sitios. No puede ser, por ejemplo, que España hay presidido la OSCE y el Consejo de Europa sin tener embajada en ningún país del Cáucaso. Es preciso modernizar el servicio exterior español y hacerlo por acuerdo entre los principales partidos políticos. Para lograrlo, lo fundamental es llegar a un acuerdo presupuestario y de plantilla a medio plazo.

Entrevista realizada por Pablo Colomer y Áurea Moltó.


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