Desde finales de la década de los ochenta, los dirigentes de Pekín, especialmente los que han asumido la política nacional desde que comenzó el debilitamiento de Deng Xiaoping, han establecido intereses contrarios a los de Estados Unidos. Impulsado por el sentimiento nacionalista, el ansia de redimir las humillaciones del pasado y la elemental ambición de lograr poderío internacional, China aspira a sustituir a EE UU como potencia dominante en Asia.