Castillos de arena en el desierto.
Durante años, la prensa y las finanzas internacionales se rindieron al “milagro económico” de Dubai: el surgimiento en medio del desierto de la península Arábiga de una potente ciudad-Estado con una economía basada en los servicios financieros, logísticos y de transporte, el turismo y una industria de la construcción marcada por el sello de las tendencias más vanguardistas de la arquitectura mundial.
Todo ello en proporciones superlativas: el único hotel siete estrellas del mundo (Burj Al Arab), el edificio más alto (Burj Dubai), la mayor isla artificial (Palm Jumeirah), la mayor pista de nieve cubierta… Pero a nadie pareció inquietarle que Dubai, con apenas un millón de habitantes (la mayoría inmigrantes asiáticos), hubiera contraído, para levantar todo eso, deudas superiores a los 80.000 millones de dólares.
En realidad, se trataba de un espejismo. Dubai no dispone de recursos propios, no tiene crudo y sus ingresos petroleros (por transporte, gestión y logística) suponen sólo el 6% de su PIB, frente al 23% que representan la construcción y el sector inmobiliario. Sin embargo, pocos medios de comunicación mundiales advirtieron de que los jeques dubaitíes estaban desnudos.
Muchos inversores siguieron confiando hasta el final en que Abu Dhabi, el más rico de los siete Emiratos Árabes Unidos (EAU) –y uno de los primeros productores de crudo del Golfo–, saldría en ayuda del pequeño Estado en caso de dificultades. Pero desde hace tiempo en los medios financieros más sofisticados era un secreto a voces que la sostenibilidad del modelo económico puesto en marcha por el jeque Mohammed bin Rashid al-Maktoum, soberano del “micro-Estado”, era dudosa.
La prueba de ello fue la reacción –casi histérica– de los inversores al anuncio de Dubai World, la principal compañía del país (de propiedad estatal), de que retrasaría hasta mayo el pago de su deuda de 59.000 millones de dólares, concentrada en un 72% en entidades bancarias europeas.
Aunque el banco central de los EAU y Abu Dhabi, que no tiene problemas financieros por su riqueza petrolera, se han comprometido a honrar las deudas dubaitíes, al menos caso por caso –en una declaración que tuvo un efecto positivo inmediato sobre las bolsas–, la sensación imperante es que en Dubai ha estallado otra burbuja financiera e inmobiliaria.
Algunos analistas sostienen incluso que el “modelo Dubai” ha sido una estafa piramidal similar a la de Bernard Madoff en Wall Street. El “milagro” dubaití fue construido sobre una especulación inmobiliaria desatada y sostenida en la presunción de que los ricos de todo el mundo afluirían al emirato para adquirir propiedades de lujo, cuando en muchas de sus playas y lugares públicos las patrullas islámicas vigilan que las mujeres se atengan a los preceptos coránicos.
¿Qué fundamentos explican entonces la edificación de rascacielos, hoteles, centros comerciales e instalaciones suntuarias de todo tipo en un minúsculo Estado que no produce nada, en medio de uno de los desiertos más áridos del mundo y a miles de kilómetros de Europa o EE UU, donde viven los principales visitantes e inversores? La respuesta es la habitual en cualquier burbuja: porque los precios del suelo (vacío y construido) subían y se esperaba que siguieran subiendo.
Ahora, el famoso grupo de islas World, construidas a un coste de 3.000 millones de dólares, está parado. Flamantes rascacielos vacíos. Lo construido no ha funcionado como se esperaba. Incluso, el hotel Burj Al Arab (siete estrellas) no ha logrado entrar en beneficios.
Según el Deutsche Bank, los precios inmobiliarios han caído un 50% desde agosto de 2008 y caerán otro 20% este año. Todo indica que Dubai tendrá enormes dificultades para pagar sus deudas y sobre todo, para recomponer su imagen y atractivo como centro financiero, empresarial y turístico en el Golfo.
En la actualidad, hay 3.000 coches abandonados en el aeropuerto de Dubai, propiedad en su mayoría de ejecutivos que han dejado el país debido a la quiebra de sus empresas y al temor a ser detenidos, ya que el Emirato contempla penas de cárcel por deudas. No hay nada más difícil que recuperar la confianza perdida. No sería extraño ahora que los gigantescos castillos de arena construidos en las costas del Golfo sean barridos por la marea.
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