Los piratas suman una nueva victoria.
La liberación del atunero vasco Alakrana, secuestrado en Somalia desde el 2 de octubre con 36 tripulantes, 16 de ellos españoles, tras haber pagado el armador un rescate de 2,7 millones de euros, ha sido el desenlace temporal de una crisis de larga duración que no terminará hasta que no se ponga fin a las causas de la piratería: la implosión de un Estado con un extenso litoral en una de las zonas con mayor densidad de tráfico marítimo del mundo.
Los ataques contra barcos de todo tipo son cotidianos. El 10 de noviembre fue secuestrado uno, procedente del Golfo y cargado de armas, para el llamado Gobierno Federal de Transición somalí (GFT) y llevado a Garacad, en Puntland, al norte del país.
Pero además, el GFT afronta en tierra una ofensiva de los yihadistas de Al Shabab, grupo aliado de Al Qaeda. El 22 de octubre, el presidente Sharif Sheikh Ahmed escapó a un intento de asesinato de Al Shabab en el aeropuerto de Mogadiscio que causó decenas de muertos. Meses antes, en junio, un terrorista suicida de esa misma organización acabó con la vida del ministro del Interior, Omar Hashi Aden, y de otras 30 personas.
Al caos en la seguridad interna se han sumado en las últimas semanas inundaciones masivas en las regiones de Hiraan, Gedo y Lower Shabelle y que han obligado a decenas de miles de personas a buscar refugio en otras partes del país. El GFT, liderado por Sheikh Ahmed, antiguo islamista radical, apenas recibe apoyo de las fuerzas de la Amison, la misión militar de la Unión Africana, diezmadas por los enfrentamientos con Al Shabab y otras milicias yihadistas, que tratan de expulsarlas de suelo somalí.
El 17 de septiembre, dos suicidas de Al Shabab atacaron el cuartel general de la Amison en Mogadiscio asesinando a su segundo jefe, el general burundés Juvenal Niyoyunguruza y a otros 15 militares. Los países del Golfo violan sistemáticamente el embargo de armas impuesto por la onu para intentar armar a las diversas milicias que controla el GFT, pero con mucha frecuencia son interceptadas por piratas, islamistas o “señores de la guerra”.
Las regiones septentrionales de Somalilandia y Puntland escapan desde hace años al control nominal de Mogadiscio y la segunda es un importante enclave pirata. El sur del país, incluidos, cada vez más, barrios de la capital, está en manos de Al Shabab. Esas tensiones y luchas se superponen con las de los clanes, configurando una intrincada maraña de conflictos cruzados. El clan mayoritario de los hawiye, por ejemplo, alimenta en buena medida la piratería, pero también lo hace el de los darod, mayoritario en Puntland. Ante ello, el compromiso de la comunidad internacional es insuficiente, aunque hay excepciones.
Los ministros de Defensa de la UE han aprobado el envío de una misión militar a Somalia para formar y equipar una fuerza de seguridad de 2.000 efectivos. La Conferencia de Donantes reunida en Bruselas en abril aprobó una ayuda para este país de 250 millones de dólares. La pujante actividad corsaria reportó en 2008 más de 150 millones de dólares a los piratas.
Más información,
Miguel Salvatierra, Piratas globalizados: viejas prácticas, nuevos desafíos – Política Exterior Nº128 – Marzo / Abril 2009