El G-8 abdica en el G-20.
La tercera cumbre del G-20, esta vez en Pittsburgh (Estados Unidos), fue básicamente de seguimiento y balance de lo conseguido tras las anteriores reuniones de Washington y Londres: se ha evitado que la crisis financiera y la recesión provocaran una depresión global. Pero ahora viene la parte difícil: traducir esas buenas intenciones en leyes frente al más poderoso lobby del mundo, el de la industria financiera.
Sólo en EE UU entre 1998 y 2008 el establishment bancario de Wall Street invirtió 1.700 millones de dólares en donaciones políticas y otros 3.400 millones en pagar a los empleados de sus lobbies, cinco por cada miembro del Congreso, según un informe de la ONG Consumer Education Information.
Lo que parece ya irreversible es el fin del G-8 como directorio económico mundial y su abdicación, tras 33 años de existencia, en el G-20, que agrupa a países con una población conjunta de 4.200 millones de personas, frente a los 900 millones del G-8. Si algo ha demostrado la actual crisis mundial, es el progresivo desplazamiento del poder económico de Occidente a Oriente. Los países de la región Asia-Pacífico podrían registrar un crecimiento del 7-8% anual durante los próximos cinco años, tres veces más que los países desarrollados.
Goldman Sachs anticipa un crecimiento del 5,6% para el conjunto de la región en 2009 y un 8,6% en 2010. China podría llegar al 9,4% este año y al 11,9% el próximo. India registrará un 5,8%, en parte porque sus exportaciones representan solamente el 15% del PIB, frente al 33% en China.
China ha demostrado ser casi inmune a la recesión global, marcando este año nuevos hitos económicos: ya ha sobrepasado a Alemania como primer exportador mundial y a EE UU como el mayor mercado para la industria del automóvil. Su meta más ambiciosa –ser la primera economía mundial– está cada vez más cerca a pesar de que en términos de PIB per cápita ni siquiera figura entre los 100 primeros países del mundo. Goldman Sachs predijo hace unos años que China sobrepasaría a EE UU en torno a 2027.
Pero eso fue antes de la crisis. A medida que la superpotencia se embarca en un periodo de crecimiento más lento debido al peso de su deuda pública –lo que conllevará mayores impuestos y, por ello, menos incentivos para la inversión–, ese momento se aproxima aceleradamente. En 1990 China representaba el 8% del consumo de energía global mientras que EE UU absorbía el 24% y Europa occidental el 20%. En 2006 China alcanzaba ya el 16% y si esa tendencia continúa, llegará al 21% en 2030, con lo que superará a EE UU. India, por su parte, elevará su consumo energético un 2,8% anual hasta 2030, casi el triple de la tasa de EE UU y siete veces la de la UE.
El mundo, por otra parte, ya no podrá seguir confiando en ee uu como consumidor de “último recurso”. Entre 1950-80, el consumo representó una media del 62% del PIB del país. Desde entonces y hasta 2008 se disparó al 70%, un periodo en el que la deuda privada de los ciudadanos pasó del 55% de los ingresos nacionales al 133%. En 2019, según la Brookings Institution, el pago de los intereses de la deuda pública costará 803.000 millones de dólares.
Las grandes decisiones sobre el cambio climático, la proliferación nuclear, la liberalización comercial o la protección de los derechos humanos ya no pueden tomarse sin el activo concurso de los países emergentes. Pero las grandes ambiciones conllevan grandes responsabilidades. Y el mejor modo de que las asuman es aumentando sus cuotas nacionales –que determinan su poder de voto– en el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Los países europeos, que detentan ahora el 30% del voto en el FMI, frente al 17% de EE UU (20% del PIB mundial), tendrán que ceder parte de ese poder si quieren comprometer a China, India, Brasil y Rusia en la gobernabilidad mundial, incluso más allá del 5% de aumento de la cuota de representación para los países emergentes en el FMI y el 3% en el Banco Mundial acordados en Pittsburgh.
Para más información, léase:
Francisco Javier Urra, «Por una nueva arquitectura financiera multilateral», Política Exterior, núm. 129
José Antonio Ocampo, «Una propuesta de reforma financiera internacional», Economía Exterior, núm. 48
Luis E. González Manrique, «El G-20 y la metamorfosis del Tercer Mundo», Economía Exterior, núm. 30