El futuro de la UE se juega en Irlanda.
Cuando el 2 de octubre los irlandeses vayan a las urnas por segunda vez para aprobar o rechazar el tratado de Lisboa, tendrán el futuro de la Unión Europea en sus manos. Parafraseando a Winston Churchill, “nunca el destino de tantos había dependido de tan pocos”.
El tratado de Lisboa no ha podido entrar en vigor porque el 53,45% de los votantes irlandeses lo rechazó en referéndum en junio de 2008. El gobierno de Dublín ha intentado identificar las preocupaciones que habían provocado ese voto negativo, concluyendo que las razones fundamentales fueron la preocupación por el respeto a la neutralidad irlandesa, los asuntos relacionados con la familia y el aborto, las políticas fiscales y el hecho de que Irlanda pudiera perder su comisario en el ejecutivo comunitario.
En diciembre de 2008, el Consejo Europeo acordó buscar una fórmula que diera satisfacción a Irlanda sin que implicara cambiar el tratado. Para ello, en junio de 2009 aprobó un texto que incorporaba esos cambios a un protocolo que se aprobará probablemente al mismo tiempo que el acuerdo de adhesión de Croacia y pasará a ser legalmente vinculante.
La mayor preocupación actual es que la crisis económica irlandesa socave el apoyo al tratado. En las últimas décadas, Irlanda se ha convertido en uno de los países más ricos de la UE en renta per cápita, pero este año la caída del PIB irlandés rondará el 8,4%, una de las más graves de la zona euro.
Se supone que lo peor ha pasado: en febrero parecía que Irlanda estaba a punto de declarar el default del pago de su deuda. Pero la propuesta del gobierno de gastar 90.000 millones de euros en adquirir los créditos fallidos en poder de los bancos está encontrando fuertes resistencias.
Todo ello ha hecho caer en picado la popularidad del primer ministro, Brian Cowen, que según una encuesta publicada en el Irish Times está en el 17%. Incluso Dan Boyle, presidente del Partido Verde, que gobierna en coalición con el partido de Cowen, duda que el gobierno aguante hasta enero.
Cowen intenta persuadir a los votantes de apoyar el “sí” en el referéndum argumentando que no está en juego el futuro del gobierno o de la clase política sino el del país y el de Europa, advirtiendo que un voto negativo enviará al mundo la señal de que Irlanda ha optado por aislarse económicamente, por lo que continuará la escasez de fondos en los bancos, con el consiguiente aumento de los costes de financiación.
Con todo, las encuestas dan la victoria a los partidarios del “sí”, que obtendría un 62% de los votos, mientras que los partidarios del “no” lograrían un 23%. Bruselas y el resto de capitales europeas siguen con suma atención el proceso porque un nuevo fracaso en un referéndum irlandés supondría el fin del tratado de Lisboa y dejaría el proyecto europeo, incluida la ampliación, gravemente dañado, sin brújula y sin un plan B alternativo. La UE tendría, en ese caso, que seguir rigiéndose por el tratado de Niza, aprobado en 2000, con lo que habría perdido nueve años intentando reformarse.
Para más información:
Editorial, Europa saldrá del atolladero, Política Exterior, 124
José Enrique de Ayala, Irlanda: dudas, egoísmo y miedo, Política Exterior, 124
Consejo Nacional de Competitividad, La situación competitiva de Irlanda, Economía Exterior, 31