Por Jaime Ojeda. En su campaña electoral Barack Obama se comprometió a asegurar para 2012 “todos los materiales nucleares vulnerables”. No estaba nada claro lo que esa frase quería significar. En la cumbre de Moscú del 7-8 de julio, Obama ha dado los primeros pasos hacia su realización. Ante todo, se ha encontrado con el complejo estratégico heredado de su predecesor: la denuncia del tratado de prohibición de antimisiles en 2002, el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas Ofensivas (START, en inglés), el obcecado desarrollo del sistema de defensa antimisiles, medio instalado ya en California y Alaska, y el acuerdo de la OTAN para su extensión a Polonia y República Checa. Una situación complicada por la proliferación de armas nucleares, en India y Pakistán, con el asentimiento de Estados Unidos; en Irán y Corea del Norte en su contra, con grave perjuicio de la integridad del Tratado de No Proliferación (TNP).
Muchos critican los resultados de la cumbre de Moscú en lo que concierne la seguridad nuclear. Los liberales se sienten defraudados por su escasa monta, los conservadores denuncian airados las consecuencias para la seguridad de EE UU. En realidad, Obama no ha hecho más que sentar las bases para una futura cooperación con Rusia. En este sentido ha continuado su táctica, ya bien conocida, de progreso incremental a través de compromisos posibles.
En lo que concierne las armas nucleares de ambas potencias, en Moscú acordaron reducir sus vehículos de lanzamiento de armas estratégicas a niveles entre 500 y 1.100 (submarinos con misiles balísticos, bombarderos y misiles intercontinentales) y el número de sus cabezas nucleares entre 1.500 y 1.675. Es decir, sólo 25 cabezas menos que en el acuerdo de 2002. La diferencia estriba, sin embargo, en que este acuerdo, a diferencia del de 2002, será un auténtico tratado, legalmente obligatorio, y se negociará en lo que queda del año.
Obama también se comprometió durante la campaña electoral en reunir a todos los países con armas nucleares en una conferencia global de seguridad. Ha declarado que tiene la intención de convocarla, posiblemente, el próximo año y ha expresado la esperanza de que Rusia convoque la siguiente. De esta manera, está vinculando a Rusia a su estrategia nuclear de seguridad. A pesar de su modestia, el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas acordado está destinado también a apuntalar el TNP, al demostrar que las potencias nucleares están disminuyendo sus efectivos.
En cuanto a la extensión del sistema antimisiles en Polonia y República Checa, el presidente no podía cancelar este acuerdo de la OTAN sin graves repercusiones en la Alianza y especialmente en los nuevos aliados de Europa Central. Los rusos no podían esperar otra cosa. Por su parte, EE UU no podía ignorar las protestas rusas contra un sistema que ven dirigido a neutralizar su propia capacidad. El carácter eminentemente defensivo del muy modesto sistema antimisiles que se prepara para Polonia y República Checa –que EE UU ha señalando no podría de ninguna manera contrarrestar la fuerza rusa– tendría, sin embargo, un efecto considerable en el caso de una confrontación estratégica, pues se convertiría en una gran ventaja si fuera combinado con un ataque y contraataque de armas ofensivas, especialmente si se reduce sustancialmente su número. Como EE UU insiste en que el sistema en Polonia y República Checa está dirigido contra misiles que pudieran venir de Irán y zonas circundantes, ha encontrado una manera de salvar sus diferencias mediante la creación de una comisión que va a estudiar el peligro que supone la proliferación de misiles y han mencionado concretamente a Irán y a grupos terroristas.
Los conservadores acusan al presidente de haber aceptado un nexo entre armas ofensivas y defensivas que servirá para anular lo que el senador John McCain ha llamado una auténtica “teología” de los republicanos. Por más que desde el presidente Reagan defiendan la independencia conceptual, incluso la superioridad estratégica, del sistema antimisiles, el nexo con sistemas ofensivos fue la gran idea del presidente Kennedy, con su secretario de Defensa, el recientemente fallecido Robert McNamara, y su íntimo colaborador, Paul Nitze, para llegar al primero de los grandes tratados de desarme nuclear, SALT I, y su base fundamental, el acuerdo de prohibición de antimisiles de 1972. Con al actual acuerdo de Moscú, EE UU ha vuelto a restaurar los únicos parámetros posibles para este tipo de control y desarme de armas nucleares, precisamente cuando SALT I llega a su término en diciembre. Como en realidad los conservadores siguen pensando en Rusia como la antigua URSS, no han querido aceptar que con el establecimiento de este nexo Moscú y Washington podrían en el futuro establecer un sistema defensivo antimisiles de mucho mayor alcance. Con sus S300 y S400 Rusia dispone en efecto de un sistema de defensa antimisil y una red combinada de radares en el sur y en Azerbaiyán.
Obama también declaró que su gobierno está estudiando la validez misma del sistema antimisiles. Durante su campaña electoral no quiso enfrentarse con los “teólogos” del partido republicano que gozan del apoyo del complejo militar-industrial y de buena parte de la opinión pública, pero, igual que hizo Bill Clinton ante el mismo dilema, insistió en que tendría que ser técnicamente posible (lo que todavía no se ha podido demostrar pese a numerosos pruebas) y financieramente efectivo respecto a la amenaza en comparación con otros sistemas (concepto clave que desarrolló Nitze). Entre esta revisión nacional de la efectividad y coste marginal del sistema, y el examen de la comisión conjunta ruso-americana, EE UU podrá encontrar una base para resolver tanto las protestas rusas como las exigencias de los aliados atlánticos.
Para más información:
Belén Lara, «Obama y la política de seguridad nuclear», Política Exterior 128 (marzo/abril, 2009).
Belén Lara, «El escudo antimisiles de Bush: la ‘guerra de las galaxias’ II», Política Exterior 119 (septiembre/octubre, 2007).