La esperanza europea
“Divisaba, por fin, cuál sería el camino. En el tétrico invierno de 1940 a 1941 casi toda la Europa continental estaba bajo el yugo de Hitler, la Italia de Mussolini jadeaba siguiéndolo, la URSS estaba digiriendo el botín que había logrado aferrar, los Estados Unidos aún eran neutrales e Inglaterra era la única que lograba resistir, convirtiéndose en la patria ideal de todos los demócratas europeos”.
Así describe Altiero Spinelli el contexto en el que propone a Ernesto Rossi escribir un “manifiesto por una Europa libre y unida”. Seis meses después, en medio del avance militar hitleriano, el documento se habría completado. Después llegaría la constatación de que la gran mayoría de políticos con quienes había compartido la oposición al fascismo estaban en contra del Manifiesto de Ventotene.
El recientemente publicado libro de memorias, Cómo traté de hacerme sabio, se divide en dos partes. La primera, más extensa, centrada en sus años de formación previos a la escritura del Manifiesto; la segunda, centrada en el inicio del movimiento federalista europeo a partir de 1943, constituye un poderoso testimonio por la convicción ética que transmite.
Spinelli describe, entre otros temas, sus vagos recuerdos de la Primera Guerra Mundial. Rememora el contraste entre el fervor patriótico generalizado y el desencanto de su padre antimilitarista. Cuenta cómo estaba entre quienes se hicieron comunistas “porque se sentían agitados por la pasión política de la acción y del mandato y seducidos por una organización que se presenta como un clero, depositario de leyes secretas que regulan la muerte de las viejas sociedades humanas y el nacimiento de las nuevas y decidido a tomar el poder absoluto necesario para crear una sociedad nueva y perfecta”. Abrazó este compromiso político “como uno se hace sacerdote, con la conciencia de asumir un deber y un derecho totales, de aceptar la dura escuela de la obediencia y de la abnegación para recibir el arte infinitamente más duro del mandado”.
En el inicio de su militancia política, en 1924, eran habituales las agresiones por parte de los camisas negras. Spinelli también señala su “deshumana aridez” en aquel momento. Quizás el ejemplo más extremo sea cuando relata cómo, ante el suicidio de una compañera de militancia, la criticó afirmando que había colocado sus preocupaciones individuales por delante de sus deberes políticos. Describe su desencanto, ya presente en su visión crítica del pensamiento mayoritario entre los comunistas italianos en 1926: “significaba ser puro y duro y casi nada más: jurar defender el más rígido marxismo ortodoxo, considerar oportunismo execrable cualquier tipo de acuerdo político con otras fuerzas, rechazar cualquier objetivo más allá de la simple, clara y única preparación ideal para la lucha final contra el capitalismo en todas sus formas con el fin de acabar con él e instaurar la dictadura del proletariado”.
Tras un duro proceso de estudio, Spinelli rompe con la militancia comunista. Los juicios de Moscú fueron el detonante de una decisión anticipada por una larga reflexión. Spinelli abandona la militancia por su defensa de la libertad frente al fanatismo totalitario. Pasa a priorizar el estudio del poder, frente a la primacía de la acción basada en la visión comunista de la justicia. De la visión expuesta en este libro destaca la idea de que la lucha contra un poder inevitablemente desea sustituirlo por otro y que la justicia social es solo uno de los deberes asociados al poder. Spinelli decide pasar al terreno de quienes “se proponen limitar el poder, necesario, pero demoniaco, de los gobernantes y ponerlo al servicio de la comunidad garantizando la libertad de los ciudadanos.”
La descripción de su detención, a la que siguieron tres años de aislamiento, tiene una fuerte carga simbólica en tiempos donde vuelve a emerger el peligro del linchamiento público de comunidades discriminadas. Durante su huida no fue la policía quien le alcanzó, sino una masa de personas anónimas que le empujaron y golpearon hasta hacerle caer. Después del periodo de aislamiento pasaría por Civitavecchia, el lugar que describe como reservado para los miembros más peligrosos del partido comunista y en el que, de no ser por su delicada salud, podría haber dado con Antonio Gramsci. Sí coincidió con otros dos dirigentes comunistas encarcelados: Umberto Terracini y Mauro Scoccimarro.
Tras años de sufrimiento, con cartas a la persona amada que está lejos y protestas de personas presas para exigir la devolución de sus libros, llegará al lugar al que está indisolublemente asociado, Ventotene, en julio de 1939. Diez días después de su liberación, el 27 de agosto de 1943, se constituyó formalmente el Movimiento Federalista Europeo. El año anterior, Ursula Hirschmann había conseguido las primeras adhesiones y publicar el primer periódico federalista mientras Rossi y Spinelli estaban presos.
Spinelli describe así su salida de prisión: “No tenía conmigo nada, más allá de mi propia persona, un manifiesto, algunas tesis y tres o cuatro amigos, que me esperaban para saber si la acción de la que les había hablado durante tanto tiempo empezaría de verdad.” No sorprende, por tanto, que siguiera defendiendo posiciones críticas y propuestas minoritarias, al menos inicialmente, durante su posterior actividad política (en la que llegó a ser comisario europeo).
En un texto introductorio, el eurodiputado Ernest Urtasun escribe que “el proyecto europeo se construye derrota tras derrota, pero sin abandonar jamás.” La lectura del libro de Spinelli puede servir para recordar, en el debate público, que las violaciones de derechos humanos asociadas a políticas de austeridad y derivas políticas excluyentes no tienen nada que ver con las ideas de libertad y defensa de derechos de quienes, tras sufrir represión por oponerse a propuesta totalitarias, impulsaron el movimiento federalista europeo.