El conflicto árabe-israelí ha sido una de las piedras angulares de la configuración regional de Oriente Próximo desde la creación del Estado de Israel en 1948. Al menos esa ha sido la narrativa. Unía a toda la comunidad árabe, en especial a la musulmana. Sin embargo, hoy cada vez más gestos dan prueba de que esta dinámica está cambiando. Aunque Egipto y Jordania son los únicos Estados de la región que han reconocido a Israel oficialmente, Tel Aviv va ganando aceptación.
Arabia Saudí lleva años tratando de convertirse en líder regional. Dentro de esta estrategia se enmarca la intensificación de la antigua enemistad con el régimen de Irán. Con el príncipe heredero y líder de facto Mohamed Bin Salman (MBS), esta estrategia de Riad se ha vuelto más agresiva. Su papel en la guerra de Yemen es quizá el mejor ejemplo del giro hacía una línea más dura.
En este contexto, Israel ha buscado promover las relaciones con los países del Golfo y así marginar la causa palestina. Llegar a ser aliado formal de Arabia Saudí le dotaría una mejor posición regional. Arabia Saudí, por su parte, también juega sus cartas, ya que puede sacar beneficio del acercamiento en un contexto regional donde Irán se percibe como la principal amenaza. Israel puede ofrecer no solo un buen aval para tratar con Washington o infraestructura para la explotación de recursos, sino también cooperación en materia de inteligencia y seguridad. Israel es un referente mundial en esta materia y Arabia Saudí trata de mejorar una condición militar en peores condiciones de la que desearía.
¿Desde cuándo se puede hablar de acercamiento?
La relación vivió un fuerte impulso con la administración de Barack Obama y su acuerdo nuclear con Irán en 2015, algo que tanto Tel Aviv como Riad vieron como una traición. Pero lo cierto es que el punto de inflexión había tenido lugar en 2006. Fue ese año, tras la guerra del Líbano entre Hezbolá e Israel, cuando comenzaron a cambiar las dinámicas regionales, con la condena de Riad a la actuación de Hezbolá. Para Itxaso Domínguez, coordinadora de Oriente Próximo y norte de África para la Fundación Alternativas, fue “el principio de la coyuntura actual, aunque siempre ha habido movimientos, incluso antes de los acuerdos de Oslo de 1993. Era un momento propicio, la situación en Irak era caótica e Irán se estaba haciendo más fuerte”. Pero este cambio de coyuntura no hay que entenderlo como el inicio de una alianza formal. “No es una alianza, es un alineamiento de intereses –aclara Domínguez–. Además, los movimientos son tan secretos que es imposible saber la profundidad de la relación”.
Pese al secretismo, algunos movimientos públicos de los últimos años dan claves del desarrollo de los acontecimientos, como el primer vuelo con destino Tel Aviv con permiso para sobrevolar el espacio aéreo saudí en marzo de 2018 (aunque quien recibiera el permiso fuera Air India). Hay que destacar también la respuesta que dio Israel al asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en octubre ese mismo año en el consulado saudí de Estambul: llegó tarde y fue tibia. Netanyahu, mientras lo tildaba de “horrendo” y aseguraba que había que gestionarlo, también añadía que “al mismo tiempo es importante que Arabia Saudí se mantenga estable (…) Tenemos que encontrar una manera de alcanzar ambos objetivos, porque el problema principal es Irán”. También ha habido declaraciones directas en materia de cooperación, como la del jefe del Estado mayor israelí, Gadi Eisenkot, que ofreció públicamente compartir inteligencia con Arabia Saudí para hacer frente a Irán en 2017.
Pero quizá las declaraciones más contundentes han sido las del príncipe heredero MBS. En marzo de 2018, afirmó que los palestinos deben empezar a aceptar las propuestas de paz de Estados Unidos o “callarse y dejar de quejarse”. El mes siguiente, en una entrevista para The Atlantic , se convertía en el primer líder saudí en defender abiertamente la existencia de Israel. “Creo que israelíes y palestinos tienen derecho a tener su propia tierra”, aseguró. En la famosa entrevista también afirmó que la causa palestina no es una prioridad en comparación con la confrontación con Irán. En un choque entre pasado y futuro, entre narrativa y realismo, al día siguiente lo desdecía su padre, el enfermo rey Salmán, defendiendo ante Trump el apoyo de Riad a la creación de un Estado palestino.
Condiciones propicias
La explicación más extendida es que en los últimos años se ha creado un escenario idóneo, que va más allá de tener a Irán como amenaza regional común. Israel, Arabia Saudí y EEUU habrían encontrado prioridades comunes relativas a la seguridad nacional al mismo tiempo, en un momento además de afinidad política, de liderazgos muy fuertes. De esta manera, Netanyahu, que desde que llegó al cargo en 2009 busca acabar con el régimen de los ayatolás, habría encontrado el momento idóneo con la confluencia de los liderazgos de Trump y MBS. En el caso de Arabia Saudí, al fortalecer también el enfoque en la seguridad es más proclive a ver el problema palestino como algo secundario, más que como una prioridad a resolver.
No hay que olvidar que Arabia Saudí, pese a la narrativa oficial, nunca ha tenido una posición fuerte sobre la causa Palestina. De hecho, a diferencia de muchos de sus vecinos, nunca ha entrado en guerra contra Israel. Respecto a la importancia de la causa palestina para la acción exterior de los estados árabes de la región, Domínguez argumenta que “ha sido siempre una forma de legitimar a ciertos regímenes, la causa panárabe por excelencia. Pero ahora se ve que no tiene tanto coste político para los Estados desdeñarla”. El realismo ha acabado ganando a la narrativa. “Arabia Saudí es un Estado muy pragmático. Si tu mayor interés en política exterior es llevarte bien con EEUU, entonces no te puedes llevar mal con Israel, el otro gran aliado de Washington en la región”.
¿Cambios en el tablero?
En el último mes hemos visto dos cambios en el escenario que podrían alterar las dinámicas de los últimos años. Por un lado, la incertidumbre sobre la continuidad del ejecutivo israelí. Para algunos, la figura de Netanyahu ha desempeñado un papel fundamental. Ante esta situación, Domínguez opina que “el acercamiento no es contingencial, es coyuntural, es decir, que depende del contexto pero tiene visos de que va a durar”. “Quizá otro primer ministro no sería tan vocal, pero no habría diferencias sustanciales –añade–. En todo caso, como ha sido muy sectorial, han tenido más protagonismo la inteligencia y los ministros del interior y de defensa”.
Por otro lado, el ataque del 14 de septiembre a las instalaciones de la empresa estatal de petróleo y gas saudí Aramco. Perpetrado por los rebeldes huzíes, todo apunta a Irán como patrocinador. La ofensiva es considerada, como señala Stratfor, un elemento disruptivo que puede trastocar las estrategias de ambos países. Un Irán más agresivo podría acelerar la cooperación. Sin embargo, para Domínguez la opacidad de las estrategias hasta la fecha hace que sea muy difícil tratar de prever las consecuencias.
El escenario es complejo. Mientras la narrativa a favor de la causa palestina se apaga como el rey Salmán, una apertura de las relaciones entre Tel Aviv y Riad significaría un cambio profundo en el dinamismo de fuerzas regionales. Y una legitimación importante para el Estado de Israel. No serían tan buenas noticias, en cambio, para las comunidades asediadas de la región, como la palestina o la yemení. Y seguramente tampoco para Riad. “Es un gran error de MBS, que va a dañar la imagen de Arabia Saudí y dar un triunfo a Israel. Terminará por descubrir que no puede conseguir mucho de Israel. Los israelíes no van a luchar contra Irán por nosotros”, aseguraba Khashoggi a El País pocos meses antes de su asesinato.