«La Unión Europea es respetada por su prosperidad económica y su estabilidad política, pero ya no es vista como una potencia». Así de rotundo se pronuncia Charles Grant, director del Centre for European Reform, en un artículo que Política Exterior publicará en su próximo número y del que ofrecemos un adelanto.
Por el desarrollo de la campaña en cada uno de los países de la UE, la baja participación (43,24%) y el resultado, las elecciones al Parlamento Europeo del 4 al 7 de junio han sido una decepción. «La Unión Europea es menos que la suma de sus partes», sentenciaba el International Herald Tribune. El desinterés por el trabajo de la única asamblea transnacional y multilingüe elegida por sufragio universal directo contrasta con la trascendencia de sus decisiones (desde políticas de inmigración, hasta legislación laboral o la investigación de los vuelos secretos de la CIA en territorio europeo). Su papel, además, se verá reforzado si finalmente se aprueba el Tratado de Lisboa que, tras las ratificaciones pendientes para el próximo otoño, debería entrar en vigor el 1 de enero de 2010, coincidiendo con el inicio de la presidencia española de la UE.
El fracaso de Europa como potencia
Charles Grant
Política Exterior 130 (julio/agosto, 2009)
En el mundo multipolar que está surgiendo, ¿cuáles serán las potencias que tendrán importancia? Estados Unidos y China, desde luego. India, quizá. ¿Japón, Brasil y Suráfrica? Todavía no. ¿Y la Unión Europea? Hace 10 o 15 años, la UE parecía ser una potencia en ascenso. Se estaba integrando económicamente, lanzaba su propia moneda, se expandía geográficamente y aprobaba nuevos tratados para crear instituciones más fuertes. Pero en la actualidad aunque la Unión es respetada por su prosperidad económica y su estabilidad política, ya no es vista como una potencia en formación.
La UE es casi irrelevante en muchos de los grandes problemas de seguridad del mundo. Al hablar sobre la Unión con políticos rusos, chinos o indios, a menudo son fulminantes. Su opinión es que como bloque comercial, la UE tuvo pretensiones de ser una potencia, pero ha fallado porque está dividida, se mueve lentamente y está mal organizada. Barack Obama empezó su presidencia con grandes esperanzas en que la UE aprendiera rápidamente las limitaciones de su política exterior y de defensa: pero hoy pocos gobiernos europeos enviarán soldados a Afganistán, y tampoco saben cómo tratar a sus países vecinos, a Rusia especialmente. Algunos políticos de alto rango en Washington están preocupados por la capacidad de la UE para asegurar la estabilidad en los Balcanes o en los países del Este.
¿Pero realmente importa el pobre balance de la UE en cuestiones de seguridad? ¿No deberían los gobiernos de los Veintisiete centrarse en profundizar el mercado único, mientras cuenten con políticas exteriores nacionales y con la OTAN para mantener la paz? De hecho, la UE no necesita mejorar su actuación porque el mundo está cambiando de una forma que puede no convenirle a la Unión. No está claro si el mundo multipolar será multilateral –con todos sus miembros aceptando las leyes y las instituciones internacionales– o en un escenario en el que las potencias fuertes busquen sus objetivos a través de la afirmación del poder militar o económico. La UE es instintivamente multilateral, pero los otros grandes actores –EE UU, Rusia, China, India– pueden ser unilaterales o multilaterales, dependiendo de la percepción de sus intereses. De este modo, una tarea fundamental para la UE es persuadir a esos actores de que la mejor manera de obtener sus objetivos nacionales es a través de las instituciones multilaterales. Sin embargo, si la UE está débil y dividida, tendrá poco alcance para dar forma al nuevo sistema global.
Por supuesto, la UE tiene un soft power que no debe desdeñarse: la Unión ofrece un atractivo modelo social, económico y político a unos vecinos que quieren integrarse. También lidera los esfuerzos para construir un sistema pos-Kioto que haga frente al cambio climático. Proporciona más de la mitad de la ayuda mundial al desarrollo y el volumen de sus importaciones es mayor que el de cualquier otra región o bloque económico. Asimismo, ofrece un modelo multilateral de cooperación que resulta atractivo para otras regiones, y en varias ocasiones la Unión Africana, la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (Asean) y el Mercosur han tratado de imitar lo que la UE hace.
Sin embargo, los europeos no deberían dar por sentado su soft power. En muchas partes de Asia el modelo económico europeo se percibe esclerótico. La recesión actual ha golpeado a Europa de forma más severa que a EE UU, China o India. Incluso antes de la crisis, la tendencia del crecimiento del PIB europeo era un 1% inferior a la estadounidense. Además, todos los rankings internacionales sobre educación superior muestran que las universidades europeas –con algunas excepciones– se sitúan por detrás de las mejores en EE UU.
Los europeos tampoco pueden considerar todavía al euro como un éxito rotundo. En la crisis actual el euro ha ofrecido un refugio a los países que lo han adoptado, pero los del sur de Europa no han flexibilizado sus economías de forma suficiente para prosperar dentro de la zona euro. Sus pobres resultados en innovación, productividad y desregulación de los servicios les han llevado a un declive de la competitividad y a graves déficit por cuenta corriente. Los mercados financieros están preocupados sobre la permanencia de estos países en la zona euro a largo plazo. Grecia parece ser el más débil, y si se abre el debate sobre su permanencia en el euro, los mercados financieros demandarán rápidamente una prima muy alta para los préstamos a otras econonías débiles. Para prevenir el contagio, la UE rescataría a un gobierno en graves dificultades, pero no prestarían dinero sin imponer unas condiciones estrictas difíciles de aceptar para los políticos.
No obstante, el fracaso más manifiesto ha sido en política exterior y de defensa. Las expectativas eran muy altas hace 10 años, cuando Javier Solana fue nombrado el primer Alto Representante de la UE para la Política Exterior. Al mismo tiempo, Tony Blair y Jacques Chirac ponían en marcha la Política Europea de Seguridad y Defensa (PESD), que llevó a la UE a desplegar misiones de paz, de policía y civiles a regiones en conflicto en todo el mundo.
La UE se ha apuntado algunos logros. Reino Unido, Francia y Alemania, junto a Solana, han dirigido el esfuerzo diplomático internacional que ha intentado evitar que Irán fabricara armas nucleares. Hasta el momento, los europeos han conseguido atraer a EE UU a las negociaciones, aunque aún no han persuadido a Irán de que abandone sus planes para enriquecer uranio. Algunas misiones de la PESD han sido importantes, como el envío de fuerzas de paz a Bosnia, Chad o al este de República Democrática del Congo, observadores en Aceh (Indonesia) y una flota para combatir los piratas que actúan desde las costas de Somalia.
Los miembros de la UE han conseguido mantener una línea común en los Balcanes, y la presencia de la UE en Bosnia y en Kosovo ha ayudado a asegurar la paz y la estabilidad. Pero en los últimos años, los europeos han mostrado una decreciente unión y efectividad. Así, en febrero de 2008, cuando EE UU y la mayoría de los países de la UE reconocieron la independencia de Kosovo, cinco Estados miembros rompieron el enfoque unido hacia los Balcanes que la UE había construido con tanto esfuerzo durante los años noventa.