¿Cuál es el legado europeo de Angela Merkel?
El reemplazo de Angela Merkel en la presidencia de la CDU se interpreta como el primer paso para el cambio de liderazgo en Alemania. Aunque Merkel tiene mandato como canciller hasta septiembre de 2021, algunos empiezan a echarla ya de menos, mientras otros lamentan lo que pudo hacer y no hizo ni en Alemania ni en Europa. Es indiscutible, sin embargo, la transformación que el poder político ha ejercido en Merkel; llevándola desde un carácter timorato y esquivo, a un compromiso ambicioso con Europa y el papel de Alemania en la UE. Antes de que se acumulen los balances sobre su legado, preguntamos a seis expertos sobre el rastro político de Merkel en Europa.
Lucía Abellán | Redactora de Exteriores y Defensa en El País. @labellanhdez
El legado europeo de la canciller alemana embellece a medida que se acerca el fin de su mandato. Pero ese halo aparece más por demérito de quienes la rodean –los populismos y los nacionalismos hacen mella en muchos líderes de toda Europa– que por su compromiso europeísta. Si el paradigma es Helmut Kohl, la herencia de Merkel para la UE no es brillante. Si las referencias son Víktor Orbán o Sebastian Kurz –por citar a dos gobernantes de su misma familia política–, Merkel es una estadista. En cualquier caso, no hay que perder de vista que la UE de hoy no bebe del euroentusiasmo en el que se desenvolvían Kohl, Mitterrand o González.
Dos elementos sirven como vara de medir la gestión europea de la dirigente alemana. El primero, la crisis del euro. Con la ayuda inestimable de otros países del norte de Europa, Merkel hizo cundir la idea de que los problemas de Grecia (y después los de España) respondían casi exclusivamente a una mala praxis que aqueja a los países sureños, consistente en gastar más de lo que se tiene. Aún hoy pagamos las consecuencias de ese diagnóstico miope, y aún hoy Alemania pone frenos –menos que antes– a adoptar las reformas necesarias para que la moneda única sea más resistente frente a crisis futuras.
El segundo elemento que determinará su legado es la llamada crisis migratoria. En un momento crítico, cuando la llegada de personas a las costas del Sur ponía a prueba las costuras del club comunitario, Merkel dio muestras de valentía al negarse a cerrar las puertas a quienes llegaban a su país, que entonces eran principalmente refugiados. Y aunque las políticas migratorias se han endurecido en todo el continente, la canciller ha resistido presiones internas y externas para ir más allá. No es desdeñable en el actual contexto europeo.
Carme Colomina | Investigadora de CIDOB. @carmecolomina
Angela Merkel se retirará a cámara lenta. Si su sucesora y la debilidad de su gobierno le permiten agotar mandato, le quedan aún tres años para escribir el final de su era; para decidir cómo debe ser la Europa post-Merkel, y sus reformas pendientes. Trece años después de su llegada al poder, Merkel tiene en sus manos una Alemania más dividida y una UE más débil. El modelo de gran coalición, exportado también a las instituciones comunitarias –muy especialmente al Parlamento Europeo–, ha acabado erosionando el centro político, en Berlín y en Bruselas, alimentando el discurso de alternativa en los márgenes del escenario político.
En estos años, Alemania se ha hecho más europea. Su clima político se ha polarizado y el país y el gobierno viven bajo el impacto de la derecha populista. La Alemania de hoy se siente vulnerable. Su fortaleza exterior edificada sobre el liderazgo hegemónico de Merkel –considerada una de las mujeres más poderosas del mundo– topa ahora con las incertidumbres interiores.
La Europa alemana, concebida como una unión de Estados con un poder central con sede en Berlín, que sublimó el rigor y la austeridad y encumbró a la canciller Merkel como líder indiscutible de una UE con intereses y culturas políticas contrapuestas, está llegando a su fin. Pero es imposible vislumbrar por ahora quién será capaz de asumir el vacío que dejará la canciller. Mientras el ritmo pausado de Merkel intenta contener los efectos de las distintas divisiones (Este-Oeste en inmigración, Norte-Sur en la eurozona) que han erosionado la UE en estos últimos años, hay otra Europa que emerge al margen de la canciller y que ha empezado a ocupar los espacios políticos vacíos. Hay un relieve en marcha y no precisamente en favor de una UE más integradora.
Iratxe García Pérez | Eurodiputada, vicepresidenta primera del Partido Socialista Europeo. @IratxeGarper
La crisis del euro y de los refugiados han marcado parte de los cuatro mandatos que la canciller Angela Merkel ha estado al frente del gobierno de la mayor economía de la UE. Su llegada a la cancillería de la República Federal de Alemania en 2005 supuso dos novedades: mujer y del Este. Al término de su primer mandato, en 2009, Merkel afrontó su primera crisis: la crisis financiera, económica y social. Su gobierno de coalición con los liberales (2009-13) apostó por una drástica disciplina presupuestaria en la UE que trajo consigo enormes sacrificios a los socios comunitarios más golpeados por la crisis. Desigualdad económica y precariedad laboral han sido fruto de una radical política de austeridad. Por otra parte, la canciller siempre ha manifestado su rechazo a emprender una profunda reforma del euro con la puesta en marcha de una auténtica política fiscal, imprescindible para complementar la política monetaria y apuntalar el euro.
A partir del verano de 2015, Merkel hubo de hacer frente a la llegada de aproximadamente un millón de refugiados e inmigrantes a las costas italianas y griegas, huyendo de los conflictos bélicos que desde hace años desangran Oriente Próximo y África. Su política de acogida ha supuesto un ejemplo de solidaridad europea frente a las actitudes xenófobas y racistas de una extrema derecha en auge tanto en Alemania como en un número cada vez mayor de socios de la UE. Luces y sombras conforman el legado de una canciller que, sin duda, marcará un antes y un después en el presente y futuro de la UE.
Almut Möller | Directora y analista senior de la oficina de Berlín del European Council on Foreign Relations (ECFR). @almutmoeller
La cancillería de Angela Merkel estará estrechamente ligada a una larga década de crisis, para las cuales la UE y sus Estados miembros estaban mal preparados. La vulnerabilidad de la Unión y sus Estados a la crisis bancaria y financiera global, así como a la gestión de la crisis de refugiados, derivó de asuntos que no habían quedado resueltos en la Unión Económica y Monetaria y en el Acuerdo de Dublín.
En el actual entorno desafiante, Merkel será recordada como uno de los pocos líderes de la UE que se hizo cargo de la situación con una ambición declarada de mantener unida a la Unión. Pocos dudarán de que la personalidad de la líder alemana entre sus colegas haya sido útil para ese fin. Estos años de poder alemán sin precedentes –seguramente volátil– también le han dado a Merkel un amplio margen de maniobra, tanto a nivel nacional como europeo, para abordar las deficiencias de la arquitectura de la UE, en particular de la zona euro. Pero la canciller no logró aprovechar su capital político cuando en Alemania y en otros países de la UE aún era posible ir un paso más allá, hasta que comenzó a sentir las limitaciones de su poder internamente a causa la crisis de refugiados. En general, bajo su mandato, Berlín ha sido un actor del statu quo en Europa, en un momento en que el continente atravesaba una enorme conmoción. La forma en que Alemania –en el apogeo de su éxito y poder– trató en ocasiones a sus socios de la UE se recordará en las capitales europeas durante las próximas décadas.
En la política exterior europea, Merkel ha situado a Alemania de manera más firme en el mapa como un país que acepta un papel de liderazgo. Por otra parte, la canciller comenzó a abandonar su zona de confort, con una postura más firme hacia los Estados Unidos de Donald Trump. La propia Merkel expresó que la respuesta de la UE a Trump solo podría ser construir una Europa más fuerte. Esto exige asumir muchos más riesgos de los que probablemente la canciller asumirá de aquí hasta que finalmente abandone el escenario.
Pilar Requena | Periodista, reportera en “En Portada” de TVE. Profesora de Relaciones Internacionales en IE University. Autora de La potencia reticente. La nueva Alemania vista de cerca (Barcelona: Debate 2017). @RequenaPilar
Resulta arriesgado hacer ya un balance definitivo del legado europeo de Angela Merkel. Aunque ha dejado la presidencia de la CDU, le quedan todavía tres años de mandato, si consigue mantener viva la frágil gran coalición. Y libre de las ataduras que supone jugarse su futuro en las urnas, la canciller alemana puede centrarse en consolidar su vocación proeuropea y dejar su impronta en una Europa necesitada de más integración y de reformas. Sería su hora europea de la verdad para pasar a la historia como la líder que sacó de la encrucijada a la UE y la llevó a buen puerto.
Con aciertos y errores, Merkel ha mantenido a flote la nave europea en medio de las tormentas de las crisis económica, financiera y del euro, el Brexit o el crecimiento de la ultraderecha. Su política de austeridad y recortes le granjeó el odio de los países del Sur, y muchos la culpan por ello del aumento de los populismos y de la extrema derecha, junto a su controvertida decisión unilateral de abrir las puertas a los refugiados en 2015. Lo cierto es que Merkel salvó la cara a una UE que hizo dejación de valores fundamentales como la solidaridad, el asilo o los derechos humanos.
Frente a dirigentes europeos más tibios, Merkel no dudó en plantar cara a Vladimir Putin tras su anexión de Crimea en 2014 o a Donald Trump, al que tras su victoria en 2016 ofreció cooperación basada en los valores de la democracia, la libertad, el respeto a la ley y la dignidad de todos los seres humanos.
Merkel ha sido calificada como líder del mundo libre y ha representado y representa la estabilidad y la seguridad en una Europa y un mundo de inestabilidad y de continuas zozobras. Es probable que todavía no haya dicho la última palabra sobre su legado europeo.
Javier Solana | Presidente de ESADEgeo, Centro para la Economía Global y la Geopolítica. @javiersolana
En el mundo convulso de hoy, resulta un alivio tener a una figura como Angela Merkel a los mandos de la principal locomotora de Europa. Habiéndola conocido personalmente, puedo afirmar que la canciller alemana transmite en privado lo mismo que en público: temple, solidez, honestidad y dignidad. El liderazgo sosegado que ofrece Merkel representa un muy necesario contrapeso a los eslóganes simplistas y tendenciosos que, desgraciadamente, se encuentran cada vez más presentes en el debate público.
Evidentemente, esto no significa que todas las medidas que ha adoptado Merkel hayan sido acertadas. El mayor borrón en su historial quizá sean las políticas de austeridad que su gobierno promovió en la Unión Europea, y que agudizaron la desigualdad, ensancharon las fracturas Norte-Sur y retrasaron la recuperación económica. Algunos de los males que sufrimos hoy son herencia directa de estas nocivas políticas.
Por otro lado, en el momento álgido de la crisis de los refugiados, Merkel hizo una valiente apuesta por los valores europeos: la canciller mantuvo abiertas las puertas de Alemania en una muestra de solidaridad y responsabilidad. Habiéndose liberado ahora de presiones electorales, al menos a título personal, tal vez Merkel pueda dar rienda suelta a una versión de sí misma que discurra por esta línea más idealista. Al fin y al cabo, Merkel todavía está a tiempo de seguir forjando su legado europeo, y más tras la elección de su candidata favorita –Annegret Kramp-Karrenbauer– como su sucesora al frente de la CDU.
En definitiva, más allá de las diferencias ideológicas que pueda tener con ella, Merkel siempre me ha parecido una líder de primerísimo nivel. No me cabe duda de que tanto Alemania como el resto de Europa la echarán de menos.
Y además, en #AgendaExterior: La vida sin Ángela Merkel, de Roberto Inclán Gil.