El nuevo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, comienza a formar su gabinete fiel a su estilo polémico. La semana pasada se hizo pública la indicación del juez Sergio Moro como futuro ministro de Justicia. Además, Bolsonaro pretende imponer en su legislatura una lógica de “ahorro ministerial” fusionando diversos ministerios para disminuir el tamaño de la máquina pública brasileña. Una de las propuestas es fundir la pasta de Justicia con la de Seguridad Pública, recién creada por el actual presidente Michel Temer. Moro heredará las dos.
La formalización de su indicación ha levantados reacciones de todos los lados. Muchos juristas, inclusive internacionales, critican el malabarismo político del juez responsable de la operación Lava Jato, argumentando que compromete la credibilidad de la operación, su continuidad y su supuesta neutralidad partidaria. Algunos, inclusive, ya comparan a Moro con Antonio di Pietro, el famoso juez que lideró la operación Manos Limpias en Italia y que en 1996 aceptó el cargo de ministro de Obras Públicas en el gobierno de Romano Prodi. Por supuesto, las mayores críticas vienen del Partido de los Trabajadores, que ya se está organizando jurídicamente para pedir un Habeas Corpus para el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva alegando que la indicación comprueba que el juez fue parcial y que la prisión de Lula obedeció al motivo político de impedir su candidatura para el pleito de 2018. Desde el impeachment de la expresidenta Dilma Rousseff la máquina comunicativa del PT apuesta por el discurso del golpe, apuntando a la partidarización de Lava Jato y la politización del proceso. Los militantes petistas, obviamente, repiten esta consigna, así como muchos juristas que ven defectos graves en los procedimientos de una operación marcada por la polémica. La presidenta del PT, la senadora Gleisi Hoffman, declaró que “Moro ayudó a elegir a Bolsonaro, ahora lo ayuda a gobernar”. Para su partido, el futuro nombramiento de Moro corrobora la hipótesis de que el PT estaría sufriendo una persecución política y Lula sería un preso político. El periódico británico The Times resumió bien esta lógica: “Jair Bolsonaro promete alto cargo al juez que metió en la cárcel a su rival”.
Sin embargo, la mayoría de la población asume muy positivamente el nuevo papel de Moro, por lo que el nuevo ministro contará con una base de apoyo social amplia. Una de las cuestiones que más impacto tuvieron en la victoria de Bolsonaro fue el populismo anti-corrupción y la exaltación de la operación Lava Jato como agenda que debería transformarse en política de Estado. En incontables ocasiones el juez Moro era presentado para la opinión pública como el superhombre que combatía incansablemente la corrupción y por tanto un símbolo de ética y honestidad. Por otro lado, la retórica anti-corrupción siempre ha ido acompañada de la retórica anti-petista. Moro era reconocido por ser el juez que metió en la cárcel a las principales figuras petistas, culminando con la prisión de Lula. El antipetismo ha sido un elemento crucial para construir la figura política de Bolsonaro. Lula en la cárcel y Moro como ministro de Justicia es la victoria más contundente que podría esperarse para quienes apoyaron el argumento de la campaña de Bolsonaro, trillado hasta el agotamiento, de que el PT es el partido más corrupto de Brasil, “un cáncer que debe extirparse”.
Lo cierto es que la indicación de Moro simboliza el triunfo del lavajatismo, un tipo de lucha anticorrupción que tiene marcas un tanto cuestionables. La teatralización de la justicia tal vez sea la principal de ellas. Moro ya ha remarcado en varias ocasiones que los vehículos de comunicación y la opinión pública juegan un papel muy importante en las operaciones anti-corrupción. Las continuas filtraciones a la prensa durante estos últimos años han sido muy reprochadas porque, lejos del papel tradicional de una justicia cautelosa y prudente, inflamaban a una sociedad ya muy polarizada. Por otro lado, delante de los ojos de la opinión pública brasileña, se presentaba la figura de un juez travestido de héroe, salvador, prácticamente una justicia mesiánica, frente a los políticos corruptos que representarían el “mal” a ser suprimido. Una visión de la justicia moralista cuya consecuencia más peligrosa ha sido el aumento del sentimiento de la desafección política, de la aversión a los políticos tradicionales y de la antipolítica entre la población. El espectáculo que Lava Jato ofrecía diariamente en la prensa ha alimentado la sensación de que todos los políticos tradicionales son corruptos, lo que lleva, inmediatamente, a la necesidad de un outsider, alguien que no represente al sistema, esta vez encarnado por la figura de Bolsonaro. La lucha anticorrupción, fundamental en un país como Brasil, se transformó en un instrumento de criminalización social de la política que acabó favoreciendo el populismo bolsonarista. Durante este periodo electoral la población repetía todo el tiempo la necesidad de castigar en la cárcel o en las urnas a los políticos tradicionales, asumidos como corruptos, y poner en su lugar figuras nuevas, como si lo “nuevo” fuese automáticamente positivo. Lo cierto es que la forma de liderar la operación Lava Jato fue clave para el fortalecimiento de Bolsonaro como un candidato competitivo, por lo que Moro contará con el beneplácito de nuevo presidente y con mucha popularidad entre los brasileños que le votaron.
Por último, es importante decir que algunas posturas de Moro pueden llevar a enfrentamientos con el Tribunal Supremo Federal (STF). Su prioridad al frente del ministerio será el combate contra la corrupción y el crimen organizado, pero sus métodos son muy discutidos. Asuntos como la posibilidad de prisión sin que los procesos hayan agotado todos los recursos judiciales o la relación promiscua con la prensa son algunos motivos de choque con los magistrados del tribunal más importante de Brasil. Moro tiene debajo del brazo un paquete de medidas contra la corrupción que permite adoptar medidas como mínimo polémicas en casos de crimen de corrupción. El Congreso tendrá que aprobar este paquete, pero varios ministros del STF ya han declarado que pueden considerar inconstitucionales algunas de ellas. Saltarán chispas.
El juez-héroe brasileño, ahora ministro-héroe, promete más polémica.