De la desaparición de Jamal Khashoggi en Estambul, casi con seguridad asesinado por encargo de Riad, se puede decir lo mismo que aseveró Talleyrand, con su famoso cinismo, sobre la ejecución en 1804 del duque d’Enghien por órdenes de Napoleón: “Fue algo peor que un crimen, fue un error”.
Lo que no han conseguido las decenas de miles de muertes en Yemen –una de las desastrosas aventuras exteriores del príncipe heredero Mohamed bin Salman– lo va a lograr la probable muerte del periodista saudí: convertir a Bin Salman en un personaje radiactivo que ya no podrá pasearse por Silicon Valley o Nueva York haciéndose fotografiar con Michael Bloomberg y Sergey Brin.
Sus planes de modernizar la economía saudí se verán lastrados por la incertidumbre y la desconfianza pese a que el reino produce el 11% del crudo del mundo y exporta 7,5 millones de barriles diarios. El skyline de Riad, hoy lleno de grúas, se quedará con torres y rascacielos vacíos si no llegan las inversiones que se querían atraer con la celebración de foros como el Davos del Desierto. Ya han confirmado su ausencia Jamie Dimon de JPMorgan, Larry Fink de BlackRock y Stephen Schwarzman de Blackstone, todos con importantes intereses económicos en el reino.
Donald Trump puede estar dispuesto a olvidar y perdonar, pero es difícil que el Congreso siga sus pasos. Senadores republicanos como Bob Corker, presidente del comité de Exteriores, Marco Rubio, Bob Menendez y Lindsey Graham ya han advertido que el régimen tendrá que pagar un precio.
Hace unos meses una iniciativa bipartidista en el Senado para impedir la venta a Riad de misiles de precisión por valor de 2.000 millones de dólares logró 44 votos. Y la próxima vez pueden ser muchos más.
Para aplacar a Washington, Riad podría…