En realidad, nunca se ha marchado, pero lleva tiempo haciendo aguas. Mermada. Impotente. Con dudas sobre si puede o no resistir la brutal embestida electoral e ideológica de los ultras europeos. Llámenle centro. Consenso liberal. Gran coalición. Élite. Tecnocracia. O simplemente fuerzas hegemónicas de la integración europea (en apuros).
La noticia de esta semana no es el merecido castigo a Viktor Orbán, sino la ruptura del centro-derecha europeo con la extrema derecha.
Ha sido una semana extraordinariamente importante para el futuro del continente. Las dudas sobre cómo frenar a los ultras no se han resuelto, pero se ha hecho un poco más claro el camino. Habrá pulso entre partidarios y enemigos de la Unión en la primavera próxima, cuando se celebren las elecciones europeas. Y el Partido Popular Europeo se ha decantado –veremos su nivel de cohesión– por pertenecer al primer grupo. La resaca del resultado electoral sueco, con la extrema derecha en el 17%, ha reforzado el estado de alarma.
El debate del estado de la Unión Europea ha caído en un segundo plano. Había demasiadas estrellas en la agenda y Jean-Claude Juncker, falto de energía y con su perfil más burocrático, empieza a ser parte de una fotografía del pasado.
El primer ministro griego, Alexis Tsipras, ha estado en la Eurocámara para debatir sobre el futuro de Europa. La relativa normalidad griega –se ha terminado la era de los rescates, aunque la enorme deuda pública helena seguirá pesando sobre las espaldas de sus ciudadanos– no debería hacernos olvidar que hace no tanto el país estuvo, literalmente, a punto de salir del euro.
Se rumorea que Tsipras, que pertenece al grupo de la Izquierda en la Eurocámara pero lleva tiempo participando en las pre-cumbres de los socialdemócratas europeos, quiere apoyar al francés Pierre Moscovici para que sea presidente de la Comisión Europea. Que uno de los más importantes partidos de izquierdas europeos, Syriza, se alinee con la socialdemocracia y apoye sin dudas el proyecto de integración es una noticia importante.
El movimiento apuntalaría el divorcio del PPE con los ultras y fortalecería una diversa coalición de fuerzas que tienen programas diferentes, pero están dispuestas a trazar una línea roja frente a la triunfante extrema derecha.
El Parlamento Europeo ha decidido pedir sanciones contra el gobierno de Orbán. Es la primera vez que la Eurocámara adopta una iniciativa de este tipo. Sería insostenible asumir que, una vez dentro de la UE, los gobiernos puedan retorcer la democracia a su antojo. Lo repite el liberal Guy Verhofstadt: la Hungría de hoy no sería aceptada para entrar en el club. Es una contradicción importante.
El castigo que el látigo de Estrasburgo pone en marcha no es lo importante. El recorrido de esta iniciativa es limitado. Polonia vetará en el Consejo que su aliado húngaro sea sancionado. Lo fundamental es la línea roja trazada –no habrá silencio cómplice ante las vulneraciones de derechos fundamentales– y el realineamiento de las fuerzas pro-europeas. La resolución fue aprobada por 448 votos a favor frente a 197 votos en contra y 48 abstenciones. Izquierda, centro-izquierda, verdes, liberales y una mayoría del centro-derecha la apoyaron.
El Partido Popular Europeo vive una crisis de identidad formidable fruto de los nervios ante su pérdida de poder. Siguen presidiendo la Comisión, el Parlamento y El Consejo Europeo, pero estos puestos se renovarán el año que viene. Hay nervios y tienen fundamento. Si en 2011, 17 de los 27 líderes de la UE eran del centro-derecha, ahora lo son 8 sobre 28.
La votación de la resolución húngara ha sido traumática para los populares. Orbán es su bestia negra. Están acostumbrados a tragar con sus excesos. No olvidemos que el húngaro es uno de los líderes con mayor apoyo popular del continente. En las elecciones pasadas de abril, su partido, Fidesz, rozó el 50% de los votos.
El camino emprendido por el líder de los conservadores, Manfred Weber, es alentador. El alemán aspira a presidir la Comisión el año que viene y ante la decisión política más complicada de su vida decidió dos cosas: dar libertad de voto a su grupo –muy dividido– pero apoyar él mismo la resolución contra Orbán, como hicieron también una mayoría de su grupo. El canciller austriaco Sebastian Kurz y la canciller alemana Angela Merkel dieron luz verde. El mensaje es claro: el centro-derecha no quiere ser cómplice de la deriva ultra que sacude a Europa y está dispuesto a ponerse en el otro lado para frenarla.
El asunto tiene matices. Kurz gobierna en coalición con la extrema derecha. El propio partido de Weber, los bávaros de la CSU, decidieron apoyar a Orbán en la Eurocámara. La mayoría del PP español se abstuvo, aunque tres de sus eurodiputados apoyaron también al húngaro.
La crisis migratoria ha copado la agenda política del continente y no olvidemos que estuvo cerca de tumbar al gobierno de coalición alemán. El asunto estará muy presente en las elecciones europeas. El transcurso de esta semana encaja con los deseos de Emmanuel Macron: plantear la campaña europea con el mismo esquema que funcionó en Francia para vencer a Marine Le Pen. Más allá de los ejes clásicos de izquierda y derecha, situar en un lado a los partidarios de un orden mundial liberal y abierto –representado por la UE– frente a quienes plantean un retroceso soberanista nacional. La teoría suena bien. Habrá obstáculos.