En tierra de Trump
A partes triste, desgarrador y frustrante, Extraños en su propia tierra, de la socióloga estadounidense y profesora emérita de la Universidad de Berkeley Arlie Hochschild, es un estudio esclarecedor sobre la era de Donald Trump. Un viaje a la Luisiana rural, en el sur de Estados Unidos, donde la autora busca aproximarse a militantes del Tea Party –el movimiento populista surgido en 2010, y desde 2016 fagocitado por el ultranacionalismo del presidente actual–. El objetivo de la autora es romper su “muro de empatía”: los prejuicios y estereotipos que profesa, en tanto urbanita progresista, respecto a los votantes de la derecha estadounidense.
Estamos ante un género popularizado con ¿Qué pasa con Kansas? (2004), donde el periodista Thomas Frank exploró cómo los republicanos, librando batallas culturales incesantes en asuntos como el aborto, habían logrado convertir uno de los Estados más radicales de la Unión en un bastión conservador. Otro libro en cuya estela escribe Hochschild es el reconocido estudio del Tea Party que realizaron las sociólogas Theda Skoçpol y Vanessa Williamson en 2011.
Tuve la ocasión de asistir a una presentación de este último en 2013. Un asistente cuestionó que tuviese sentido tomar en serio las ideas de un movimiento extremista, obsesionado con la austeridad fiscal y visiblemente incomodado por la llegada de un afroamericano a la Casa Blanca. Skocpol respondió tajantemente, afirmando que los miembros del Tea Party, pese a sus opiniones políticas, merecían un gran respeto en tanto activistas y personas. Hochschild parece encaminada en la misma línea. Con un interés genuino por las docenas de personas con las que convive durante meses, presenta el lado más humano de los cajunes que apoyaron al Tea Party en una de las regiones más conservadoras de EEUU.
Luisiana también es uno de los Estados más pobres del país. El 44% del presupuesto del gobierno estatal proviene de Washington y la diferencia entre su esperanza de vida (75,7 años) y la de un estado como Connecticut (80,8) es tan grande como la que separa a EEUU de Nicaragua. La industria petrolera arrasa las marismas y humedales, de los que proviene gran parte del marisco que consumen los estadounidenses. Al tiempo que los sectores de la pesca y turismo languidecen, la extracción de crudo está hundiendo sus 650 kilómetros de costa, haciendo que el mar reclame antiguas comunidades pesqueras.
Paradójicamente los ciudadanos a los que entrevista Hochschild no quieren saber nada de ecologismo ni de regulación medioambiental. “Les encantaba aquella magnífica tierra salvaje, la recordaban de su niñez, la conocían y la respetaban como aficionados a los deportes de la caza y la pesca –escribe–. Pero se ganaban la vida en industrias que contaminaban y destruían, a veces legalmente, ese entorno”. Ese dilema a menudo lo complementa una convicción religiosa que les permite minusvalorar la naturaleza: “Si conseguimos salvar nuestras almas, vamos al Cielo y el Cielo es para siempre,” confiesa uno de los entrevistados. “Allí no tendremos que preocuparnos por el medio ambiente”.
En momentos como este, los nuevos amigos de Hochshild producen un desaliento inmenso. En otros, como cuando narra los abusos que aguantan con estoicismo (accidentes laborales, exposición a agentes químicos y una enorme soledad), su trayectoria despierta afecto. En todo momento, no obstante, queda claro que tienen una cosmovisión coherente, así como una “historia profunda” que otorga sentido a sus vidas. Consideran que el gobierno federal, a sueldo de las grandes empresas, difícilmente puede ayudar al ciudadano medio. Lo mejor que puede hacer es no inmiscuirse ni derrochar dinero ayudando a minorías victimistas (mujeres, negros, hispanos, refugiados o personas LGTB, todos ellos juzgados con desconfianza). Los demócratas tratan a los republicanos con condescendencia y superioridad moral, pero ellos tampoco están exentos de contradicciones enormes. Aunque los entrevistados llegan a conclusiones absurdas, parten de hipótesis perfectamente legítimas, habida cuenta de la cooptación del gobierno estadounidense por intereses privados y los errores que acostumbra a cometer el Partido Demócrata.
Según Hochschild, tanto la década de 1860 –que presenció un efímero intento de reconstrucción nacional tras la guerra civil– como la de 1960 –con la emergencia de la contracultura y la lucha por los derechos civiles– magullaron la psique de los blancos sureños, vistos por el resto del país como paletos intolerantes. La ironía es que, por más que se quejan del victimismo que se ha apoderado de la sociedad, los blancos pobres a quienes entrevista son los primeros en recurrir a explicaciones indulgentes y narcisistas. Por otra parte, la destrucción de sus comunidades y modos de vida, que generalmente achacan al gobierno, no es sino un efecto directo del capitalismo desregulado que defienden. Al tiempo que expone estas inconsistencias, Hochschild ilustra con habilidad el papel que juegan la desorientación cultural y emocional en la construcción de un imaginario político deformado.
Resulta tentador volver a la pregunta planteada a Skocpol. ¿Es posible tomar en serio estas reivindicaciones y reconciliarlas con proyectos políticos sensatos? La autora sugiere que con más empatía y diálogo es posible tender puentes y compartir objetivos comunes, pero la información que presenta Extraños en su propia tierra empuja en la dirección opuesta. Los entrevistados parecen incapaces de concebir soluciones a sus problemas que no provengan de un cristianismo bastante reaccionario, la familia (tradicional), un patriotismo chovinista o el libre mercado. Tal vez sea necesario asumir que EEUU, hoy, es una sociedad profundamente polarizada y Trump no va a perder a sus votantes; los cuales, conviene recordar, no representan a la mayoría del país.
Los estadounidenses entrevistados por Hochschild son humildes, pero no la demografía más perjudicada del país, por más que en ocasiones se perciban así. No está claro que representen a la base electoral de Trump y el Partido Republicano (cuyos votantes, en conjunto, son más pudientes que los del Partido Demócrata). Y la polarización actual de EEUU tiene más que ver con el eje rural-urbano que con el norte-sur. Dejando estos matices de lado, nos encontramos ante una lectura excelente, llena de claves valiosas para entender el estado actual de EEUU.