Las elecciones del 24 de septiembre de 2017 han traído a la política alemana un insólito tiempo de incertidumbre, que durará hasta entrada la primavera de 2018, una vez empiece a gobernar la cuarta gran coalición. En las elecciones, la Unión Cristianodemócrata (CDU) perdió 8,6 puntos y el Partido Socialdemócrata (SPD) 5,2. Esos puestos los ganaron Alternativa para Alemania (AfD, 7,9) y los liberales del FDP (6). Los partidos menores apenas subieron. Los socialdemócratas nunca habían tenido un porcentaje tan bajo en una elección federal; los cristianodemócratas, solo en 1949.
Los resultados sorprenden en una situación económica, social y política tan estable como la alemana. La caída de los grandes partidos se explica en parte por el cansancio de los electores. Pero las causas profundas son otras: el miedo y la inseguridad, el enfado… El miedo a la globalización, la inseguridad frente a los cambios sociales y a una llegada de inmigrantes y refugiados percibida como masiva, que alimenta el temor a una disolución de la identidad alemana. El enfado de los electores que perciben que los dirigentes no han hecho caso de las señales de las encuestas desde 2013. El rencor por no sentirse partícipes de la mejoría económica.
Los liberales del FDP impidieron finalmente una coalición distinta integrada por ellos, la CDU y Los Verdes, que seguramente habría sido más innovadora y habría configurado un Parlamento con una oposición más sólida.
Para los socialdemócratas ha sido una decisión difícil: sumarse a una nueva gran coalición (große Koalition o Groko) –incluso con las concesiones que han logrado sus negociadores en cuanto al programa y las carteras ministeriales– puede añadir un clavo al ataúd del SPD. Rechazarla, seguramente habría acelerado su decadencia, con unas nuevas elecciones en las que podrían haber quedado al nivel de AfD y los liberales….