El mundo está experimentando transformaciones radicales desde el final de la guerra fría. Estas transformaciones han adoptado una nueva cualidad en tiempos recientes, cuando la transición de los últimos 25 años ha dado paso a un deterioro del sistema internacional, con enfrentamientos graves entre los principales actores y el surgimiento de nuevas divisiones. El conflicto entre Rusia y Occidente constituye uno de los ejemplos más destacados de esta realidad.
La globalización ha mitigado hasta ahora las contradicciones políticas derivadas de estos cambios. No obstante, el proceso mismo de globalización ha desarrollado desequilibrios graves capaces de ampliar las dichas contradicciones y la estratificación social, erosionar el sistema de relaciones internacionales y aumentar los riesgos de conflicto abierto entre los centros de poder establecidos. El equilibrio de poder está cambiando, al igual que las instituciones internacionales, las tecnologías, la base de recursos para el desarrollo económico y el paisaje cultural y de civilización.
Rusia es uno de los principales centros de la política mundial y el núcleo del posicionamiento global del país debería ser facilitar la resolución de conflictos y ayudar a crear un entorno internacional cómodo, democrático, controlable y seguro, sin restricciones ni divisiones.
La clave del cambiante equilibrio de poder es la creación de un mundo policéntrico. El poder político, militar y económico de Estados Unidos decae lentamente, a pesar de que seguirá siendo una superpotencia en el futuro predecible. El potencial militar y económico de China está creciendo, al tiempo que su importancia en Asia-Pacífico aumenta considerablemente. Corea del Sur y, en particular, Japón, ambos aliados clave de EEUU en la región, se refuerzan. India disfruta de un potencial significativo a largo plazo. Su crecimiento económico y sus transformaciones internas elevarán inevitablemente la importancia militar y política del país. La Unión Europea es un actor activo en la economía mundial y posiblemente su influencia política se incrementará en el futuro, a pesar de las dificultades actuales de la integración europea. Rusia conserva una destacable capacidad militar y política. A pesar de que su economía no es comparable a la de ninguno de los países antes mencionados, Moscú puede desempeñar un papel clave en Europa, el Ártico, Asia-Pacífico, Asia Central y en Oriente Próximo.
Esos cambios dinámicos del equilibrio de poder están plagados de conflictos entre los actores principales que salen y los que llegan. Sin embargo, la política exterior rusa no debería tener como premisa contar con el inevitable caos de las relaciones internacionales. Una de las características del orden mundial moderno es que la mayoría de los países se apartan poco a poco del concepto clásico de alianzas políticas y militares basadas en obligaciones mutuas. A pesar de que los bloques actuales (sobre todo la OTAN) seguirán existiendo y posiblemente refuercen su papel, las coaliciones y las alianzas de conveniencia se convertirán en una forma generalizada de interacción en el corto y medio plazo. La participación de dos o más países en este tipo de coaliciones no descarta la posibilidad de que tengan intereses divergentes o incluso enfrentamientos acerca de otros asuntos internacionales. Rusia podría iniciar dichas coaliciones y convertirse en parte activa de las mismas mediante una política exterior flexible y pragmática.
Las instituciones de gobernanza globales y regionales están experimentando asimismo cambios profundos. Naciones Unidas ha logrado conservar su posición de principal institución multilateral legítima a escala mundial. Aunque su influencia es cada vez más limitada debido a las disensiones entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, no hay, en un futuro predecible, ninguna institución capaz de convertirse en alternativa a la ONU. Por tanto, a Rusia le interesa reforzar activamente las competencias de la organización para resolver problemas internacionales.
El papel de grupos nuevos de países es muy perceptible en la gobernanza planetaria. La participación de Rusia en la creación del G20 y de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) es un recurso significativo de política exterior para Moscú, aunque el peso de estas instituciones a la hora de abordar los problemas mundiales ha sido por el momento limitado.
Los proyectos de integración económica tienden a politizarse a consecuencia de las contradicciones entre los principales países. Esto complica la cooperación entre instituciones de integración regional, restringiendo su inclusividad y su apertura. La región euroatlántica sigue siendo la más importante en cuanto a desarrollo de instituciones políticas regionales. Sin embargo, no han conseguido por el momento resolver problemas como el de las fronteras en Europa. Entre las tendencias negativas de estos cambios para Rusia, cabe destacar el desarrollo y la expansión de la OTAN, la importancia decreciente de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), la marginación del país en lo que respecta a la seguridad euroatlántica y la formación de una multipolaridad asimétrica en Europa.
«La capacidad de la industria de defensa rusa para hacer frente a las necesidades de sus fuerzas armadas se acerca al 100%»
En conjunto, el sistema institucional de gobernanza mundial y regional se mantiene a la zaga de los logros de la globalización económica. Esto podría provocar un debilitamiento de la globalización, e incluso crear un terreno fértil para la discordia política entre los principales centros de poder.
La transformación del entorno internacional va acompañada de una revolución tecnológica en diversos campos. Los avances relacionados con Internet y los dispositivos electrónicos han dado pie a la aparición de un espacio de información global completamente nuevo que brinda amplias oportunidades para la gestión de sistemas complejos, pero al mismo tiempo suscita nuevos riesgos. El entorno digital se está convirtiendo en un campo de competición política en ausencia de normas internacionales significativas que lo regulen. La revolución energética en ciernes, con sus fuentes de energía renovables, la introducción de los motores eléctricos en la automoción, la obtención de petróleo y gas de arenas bituminosas, etcétera, plantean un reto para aquellos países que, como Rusia, dependen de las exportaciones energéticas.
La revolución tecnológica también llega al sector de la defensa. La aparición de nuevos sistemas armamentísticos, la militarización del espacio y del entorno digital, la disponibilidad de armas de precisión basadas en nuevos principios físicos están creando un nuevo entorno para la estabilidad estratégica. Se necesitan regímenes de control de armamento revisados que se adapten a los nuevos riesgos técnicos.
En las dos últimas décadas, Rusia ha conseguido absorber parcialmente los resultados de los avances científicos y tecnológicos mundiales. No obstante, su participación en el desarrollo de la innovación disminuye, lo que plantea un desafío para el futuro del país.
Todos estos cambios tienen impacto en las dinámicas de las culturas y civilizaciones del mundo. Las migraciones han aumentado la diversidad étnica de las sociedades, fomentando una insólita convergencia de culturas. Pero en paralelo, las diferencias interreligiosas se han agravado. El islamismo radical se ha convertido en la ideología más peligrosa y se extiende mucho más allá de las fronteras del gran Oriente Próximo: penetra en países de Asia Central y en el Cáucaso septentrional ruso, convirtiéndose en un importante desafío a largo plazo para la seguridad de Rusia. Aunque el islamismo radical constituye una amenaza común, no existe una coordinación de esfuerzos adecuada entre los principales centros de poder para plantar cara a los terroristas. La percepción del islamismo como un problema de un momento y un lugar concretos, que podría resolverse militarmente y mediante la democratización de los países, es un error estratégico por parte de los socios extranjeros de Rusia. El problema no se reduce al terrorismo en sí. Es una visión del mundo que cuestiona los valores humanos básicos. La capacidad de la globalización para contrarrestar este desafío pondrá a prueba el modelo de valores de dicha globalización.
En este entorno, a Rusia le favorecería situarse como mediadora en el diálogo entre culturas y civilizaciones y, al mismo tiempo, actuar como participante activo en la lucha mundial contra el terrorismo y el radicalismo.
Metas y objetivos del posicionamiento mundial
Rusia ha conseguido superar la amenaza de la desintegración y las consecuencias políticas más difíciles de la caída de la Unión Soviética. Mantiene una activa política exterior, y protege sistemáticamente sus intereses en el extranjero. A medio plazo, seguirá siendo una de las potencias militares más fuertes del mundo. Como consecuencia de la reforma militar, dispone de un ejército compacto, móvil y bien equipado. La capacidad de la industria de defensa rusa para cubrir las necesidades de sus fuerzas armadas se acerca al 100%. La agresión militar directa contra Rusia es muy improbable, a pesar de la superioridad numérica de las alianzas y los países vecinos. No obstante, las fuerzas armadas rusas requieren renovación y perfeccionamiento para adoptar las innovaciones técnicas, así como las de mando y control.
Un recurso importante de la política exterior rusa es su capacidad para participar activamente en varias áreas al mismo tiempo: en la región euroatlántica, Asia-Pacífico, Oriente Próximo, Asia Central y en el Ártico. Rusia es también un actor establecido y activo en diversas áreas funcionales –no proliferación nuclear, control de armas, uso pacífico de la energía nuclear, ciberseguridad– y es un mediador eficaz en diversos conflictos, como el programa nuclear iraní o el acuerdo de Oriente Próximo.
Al mismo tiempo, va a la zaga en diversas áreas críticas y este atraso debilita la soberanía de Rusia, restringe su potencial internacional y limita el arsenal disponible en política exterior a una estrecha gama de instrumentos. Superarlo es una tarea estratégica fundamental para el posicionamiento ruso en el mundo de hoy.
La economía del país precisa modernizarse. La débil diversificación de las exportaciones, el elevado peso de las materias primas y la creciente dependencia de las importaciones de maquinaria y tecnología son problemas crónicos. Su atraso del país se manifiesta también en la calidad de las instituciones de gobierno. El nivel de corrupción sigue siendo extremadamente elevado. Con esas estructuras corruptas, la apertura de Rusia a la globalización y al mundo la relegará a una posición de proveedor de materias primas. El desarrollo de capital humano también se está estancando. La amenaza de despoblación persiste y, pese a tener una tasa de natalidad similar a la de Europa, mantiene una tasa de mortalidad anómalamente elevada. El subdesarrollo de la economía y de las instituciones plantea una amenaza mucho más importante para la soberanía y la integridad territorial del país que cualquier amenaza militar real, contra las que Rusia está bien protegida. Es imposible superar este subdesarrollo en una situación de aislamiento.
Los enfrentamientos con Occidente en conjunto son una de las características significativas de la actual política exterior rusa. La crisis de Ucrania ha provocado un agravamiento de las diferencias acumuladas en las relaciones de Rusia con Occidente desde la década de 1990. El país ha conseguido superar un intento de aislamiento diplomático, adaptarse al régimen de sanciones, fortalecer sus relaciones con China y otros socios estratégicos y participar activamente en el conflicto sirio. Sin embargo, el enfrentamiento con Occidente perjudicará a Rusia a la larga, ya que aumenta el riesgo de que el país se vea arrastrado a una agotadora carrera de armamento. En Ucrania, cerca de la frontera con Rusia, se mantienen bolsas de inestabilidad que dificultan la coordinación a la hora de abordar problemas y desafíos globales y comunes para la seguridad. El conflicto con Occidente obliga asimismo a Rusia a elegir entre soberanía y seguridad, por un lado, y la participación en la actividad global, por otro. En el contexto actual, la necesidad de abordar las cuestiones de seguridad afecta de forma negativa la participación de Rusia en los procesos de globalización.
Participar en la globalización, y perseguir una política exterior que beneficie al desarrollo del país, preservando al mismo tiempo la independencia en seguridad estratégica, debe ser el objetivo prioritario del posicionamiento global de Rusia. Para alcanzar esa meta, es preciso llevar a cabo varios ajustes interconectados:
– Cambios cualitativos de las políticas en el espacio postsoviético. Podrían llevarse a cabo estableciendo instituciones de integración económica y seguridad colectiva atractivas, superando el paradigma “postsoviético” mediante la cooperación con socios de fuera de la región, y solucionando los conflictos existentes en el área.
– Utilizar y desarrollar activamente las áreas de cooperación económica y política no occidentales. Existe un desequilibrio entre los altos niveles de confianza política y la colaboración económica relativamente débil con China e India, los principales socios estratégicos de Rusia.
– Llegar a acuerdos para la resolución de los problemas políticos fundamentales en las relaciones con Occidente, como evitar una carrera armamentista, resolver las cuestiones de seguridad, participar en una cooperación selectiva para abordar problemas comunes y cambiar el espíritu de las relaciones entre Rusia y Occidente.
– Avanzar hacia la consolidación de las instituciones de gobernanza mundial, a condición de que la ONU conserve su papel, y presionar a favor de una reforma de la organización para adaptarla a la nueva realidad con iniciativas propias de Rusia en cooperación con sus socios.
– Vincular estrechamente la política exterior a las tareas del desarrollo interno, lo que supone diversificar los instrumentos de política exterior, una participación más amplia de las regiones, las empresas, las universidades y las organizaciones civiles en la cooperación internacional, así como la creación de un entorno interior adecuado para los inmigrantes altamente cualificados y para los inversores.
El posicionamiento de Rusia en el mundo debería evitar dos alternativas extremas. La primera es la automarginación, la militarización de la economía y la sociedad y la rígida centralización del país contra el telón de fondo de la participación de Rusia en nuevos conflictos. La segunda es una retirada caótica, con concesiones y capitulaciones unilaterales forzadas por problemas internos que se agraven de forma drástica y por una crisis del Estado. Cualquiera de estas alternativas supondría una catástrofe.
La marginación internacional tampoco es posible debido a la pérdida de potencial del país, la debilidad de la economía y de las instituciones, ya que no se compensan con el poderío militar y político rusos. Estas dos alternativas están interrelacionadas. La militarización y la opresión de la sociedad pueden exacerbar los problemas internos y conducir a una posterior retirada geopolítica. Por el contrario, la amenaza de que Rusia se deslice hacia el caos podría conducir a un intento de establecer el orden a cualquier precio. Rusia necesita una política exterior equilibrada y pragmática que favorezca al Estado y al desarrollo de la sociedad.
El espacio exsoviético
Las oportunidades y amenazas que Rusia afronta en la Comunidad de Estados Independientes (CEI) dan a esta área una prioridad en la política exterior rusa. Las repúblicas exsoviéticas afrontan tareas de modernización y desarrollo similares a las de Rusia. Las oportunidades se han perdido en las relaciones con determinadas repúblicas en las que Moscú se ha situado como un enemigo para los fines de consolidación nacional y legitimación de los actuales regímenes políticos. Varias repúblicas exsoviéticas poseen un Estado frágil que se manifiesta en conflictos abiertos o congelados, agudos antagonismos sociales, instituciones corruptas, una economía periférica y dependiente de una coyuntura concreta.
El espacio postsoviético se ha convertido en un área de competencia para Rusia y los organismos occidentales (la UE y la OTAN) que alcanzó su apogeo con la crisis ucraniana. Añadida a los conflictos sociales y la vulnerabilidad en muchas exrepúblicas soviéticas, dicha competencia es peligrosa para la estabilidad en la CEI. Por tanto, Rusia necesita un proyecto razonable, congruente y atractivo para la región. Este proyecto no puede ni debe basarse en cimientos neoimperiales o en un enfrentamiento con Occidente. La propuesta de unirse a la iniciativa china One Belt. One Road y de la Unión Económica Euroasiática demuestra que, en principio, es posible neutralizar las diferencias estableciendo un sistema regional de relaciones internacionales para el futuro.
La cuestión ucraniana seguirá siendo prioridad a largo plazo en la política tanto de Rusia como de la CEI. Rusia y Occidente no han logrado crear condiciones conjuntas para superar una crisis que reúne toda la gama de problemas acumulados en sus relaciones desde la década de 1990: falta de confianza mutua, erosión de los regímenes de control de armamento, diferentes opiniones respecto a las “revoluciones de colores”, expansión de la OTAN y juego de suma cero en el espacio postsoviético.
«El subdesarrollo de la economía y de las instituciones es una amenaza más grave para Rusia que cualquier amenaza militar»
En el transcurso de la crisis ucraniana, Rusia se reunificó con Crimea, resolvió el problema de la flota del mar Negro e impuso un veto permanente a la pertenencia de Ucrania a la OTAN. Al mismo tiempo, generó problemas nuevos y muy graves. Para Ucrania, Rusia es un enemigo y esta enemistad está afianzada en el plano de la ideología política y en la mente de la ciudadanía. Para Rusia, Ucrania está perdida como socio. Kiev establecerá de manera sistemática relaciones militares y políticas con organismos occidentales, a pesar de no ser miembro de la OTAN. Y cerca de las fronteras rusas arde un conflicto militar. Todos estos factores comportan riesgos para Rusia, de modo que es necesario tomar medidas graduales para resolver el conflicto en el este de Ucrania. Sin embargo, es imposible un acuerdo sencillo porque el problema requiere un diálogo con Kiev y negociaciones con Occidente.
El nacimiento de la Unión Económica Euroasiática es un avance cualitativo en el establecimiento de estructuras de integración mutuamente beneficiosas en el espacio postsoviético. La despolitización de la integración económica es un logro importantísimo, y Rusia debería seguir el curso establecido para crear los cimientos de la unión y evitar choques políticos. Rusia y los países de la CEI afrontan retos de seguridad comunes, lo que da importancia a la Organización Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) como principal institución político-militar en el espacio postsoviético. La amenaza del terrorismo y del islamismo radical representa un problema de primera magnitud para los países de la OTSC y el área de mayor riesgo es Asia Central. En el espacio postsoviético existen, además, diversas contiendas congeladas. En este sentido, Rusia debería esforzarse por resolver el conflicto de Nagorno Karabaj; actuar como intermediaria en el diálogo entre Armenia y Azerbaiyán; debería retomar las conversaciones sobre la cuestión de Transnistria; y restaurar los lazos diplomáticos con Georgia, retomando el régimen de no exigencia de visados, y conseguir una reconciliación entre Georgia, Abjazia y Osetia del Sur.
Los países no occidentales
La República Popular China es un socio mundial y regional clave para Rusia. Ambos mantienen puntos de vista comunes respecto a diferentes asuntos globales: defienden un mundo multipolar y comparten la idea de codesarrollo económico que constituye un componente importante de la filosofía china respecto a la política exterior. Todas las disputas territoriales entre los dos países se han resuelto y la frontera se ha desmilitarizado. Los dirigentes rusos y chinos han establecido relaciones de confianza, y los gobiernos mantienen un intenso diálogo.
Ante las sanciones occidentales, el principal interés de Moscú en sus relaciones con Pekín es el desarrollo económico. No obstante, la dimensión económica de las relaciones bilaterales va muy por detrás del diálogo político. El avance en las relaciones con China depende en gran medida de los esfuerzos que Rusia dedique a desarrollar su economía y a reformar sus instituciones.
Los lazos de Rusia en Asia-Pacífico deberían asimismo diversificarse. Para ello, es necesario estrechar en la medida de lo posible los contactos con los países del noreste de Asia, concretamente Japón y Corea del Sur. Como en el caso de China, la alianza con estos países se ve condicionada por la estructura de la economía rusa, los estrictos límites de sus exportaciones y la pequeña capacidad de mercado de las regiones rusas más orientales. Con el sureste asiático debería buscarse una alianza euroasiática más amplia, con participación de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (Asean).
En cuanto a India, las relaciones bilaterales han sido tradicionalmente amistosas y existe un alto potencial de crecimiento y desarrollo. Rusia e India mantienen puntos de vista similares respecto a muchos asuntos de la agenda mundial. Ambos coordinan sus acciones en los BRICS y en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Asimismo, se ha acumulado una experiencia significativa en la cooperación técnica militar, exploración del espacio, desarrollo nuclear para fines pacíficos y otras áreas. Sin embargo, la colaboración económica está a punto de estancarse y Rusia corre el riesgo de perder capacidad competitiva en sus nichos de mercado tradicionales. En concreto, India está aumentando su potencial científico y de producción de armas. Las principales empresas mundiales se disputan el mercado indio y, para competir, Rusia deberá ampliar las áreas de cooperación. Para ello, es necesario mejorar el marco jurídico; eliminar gradualmente los aranceles excesivos y las barreras no arancelarias; ampliar los contactos entre pequeñas y medianas empresas; crear instituciones y mecanismos públicos para facilitar la comunicación empresarial y mejorar la imagen mutua de los dos países.
El papel de Rusia en Oriente Próximo y el norte de África ha aumentado de forma notable tras las crisis internas de varios países de la región. Las guerras civiles en Siria, Yemen, Irak y Afganistán han provocado insólitas oleadas de refugiados y desplazamientos de personas hacia dentro y fuera de la región. Los grupos islámicos radicales se multiplican y la juventud es presa fácil para el reclutamiento islamista. Las amenazas que la región plantea a la seguridad van más allá de sus fronteras: debilitan la seguridad en Asia Central, el Cáucaso y la zona euroatlántica. Al intervenir en el conflicto sirio, Rusia aumentó significativamente su presencia militar en la región. La crítica rusa a la intervención de fuerzas extranjeras en los procesos revolucionarios de países concretos parece ahora justificada. En este contexto, Rusia debería ir más allá del problema sirio y proponer un sistema de seguridad panregional. Por otra parte, un objetivo estratégico de Rusia sería la creación de instituciones regionales eficaces destinadas a garantizar la paz, resolver conflictos y luchar contra el islamismo radical. Rusia debería presionar de manera activa para poner fin a la guerra civil en Siria; debería animar a países de la región y de fuera a realizar aportaciones constructivas. En cuanto a la lucha contra los grupos terroristas se precisa una coordinación con la coalición occidental, teniendo en cuenta el grado de voluntad mostrado por EEUU y sus aliados.
En la actualidad, la política de Rusia en Oriente Próximo está centrada en la agenda política y militar, y esta táctica debe cambiar, ya que existen posibilidades de aumentar las exportaciones a la región. Para ello, se necesita un inventario de proyectos y propuestas. En cuanto a Arabia Saudí, Rusia debería mantener el diálogo acerca de los precios del petróleo. Al mismo tiempo, es fundamental impedir el fracaso del acuerdo nuclear con Irán debido, sobre todo, al enfoque de la nueva administración de EEUU.
Rusia y Occidente
Las relaciones de Moscú con los países occidentales se encuentran en su peor momento desde la guerra fría. Occidente ve a Rusia como una amenaza para la seguridad y un factor desestabilizador en el orden europeo y mundial. Moscú considera la expansión de la OTAN, la política de la UE en el Este y el deterioro de la estabilidad estratégica (es decir, el despliegue en Europa del escudo antimisiles de EEUU) como un desafío.
No obstante, las discordancias entre Rusia y Occidente son principalmente políticas y, a diferencia de lo que sucedió en la guerra fría, no existe un enfrentamiento ideológico agudo. Rusia es una economía de mercado y, aunque con contratiempos, sigue desarrollando las instituciones democráticas. Asimismo, el número de desafíos y amenazas comunes, como el islamismo radical, aumenta. De este modo, al exacerbar sus diferencias, Rusia y Occidente están perdiendo un tiempo crucial para afrontar los retos comunes. El actual paradigma de relaciones corre el peligro de convertirse en un conflicto militar limitado o completo, con consecuencias extremadamente graves para Europa y el mundo. Por otra parte, el enfrentamiento con Occidente es una pérdida para Rusia, ya que en el futuro cercano, EEUU, la UE y otros países de su órbita seguirán siendo el centro del crecimiento económico y seguirán determinando en gran medida el modelo de globalización. Por tanto, el conflicto contribuye a la marginación de Rusia en las instituciones y en los proyectos internacionales y comporta también el peligro de grandes pérdidas económicas, ya que Moscú emplea excesivos recursos militares y políticos que detrae de las tareas de modernización y desarrollo que el país necesita.
Rusia y Occidente han creado cierta “rutina” de antagonismo, por lo que será difícil salir de ella. La mejora en la calidad de las relaciones exige una política de normalización y cambios, tanto en el enfoque ruso como en el occidental. Moscú necesita una estrategia positiva propia. Esta estrategia debería perseguir los siguientes objetivos:
1. Minimizar el riesgo de conflicto armado.
2. Garantizar una estabilidad nuclear y de misiles.
3. Solucionar los conflictos en el espacio postsoviético, especialmente en el este de Ucrania.
4. Adaptar el sistema de seguridad europeo a la nueva realidad.
5. Buscar modalidades beneficiosas en las relaciones Rusia-OTAN.
6. Levantar las sanciones y los regímenes discriminatorios mutuos.
7. Retomar una plena cooperación económica.
8. Liberalizar el régimen de visados y ampliar la cooperación humanitaria.
Las relaciones entre Rusia y EEUU constituyen el núcleo de la seguridad euroatlántica. La crisis en las relaciones bilaterales se agrava por el bajo nivel de interdependencia económica. A pesar de las diferencias existentes, a ambas partes les interesa mantener el diálogo. Las principales áreas de interacción con EEUU en materia de seguridad deberían ser las siguientes:
1. Cooperación en el control de armamento y en la no proliferación de misiles nucleares. Es necesario empezar a desarrollar parámetros para un nuevo acuerdo de reducción del armamento estratégico nuclear que sustituya al Tratado de Praga, que expira en 2021.
2. Un diálogo sobre seguridad estratégica que elimine las diferencias respecto a la defensa antimisiles en Europa. La alternativa a esta decisión es una carrera de armamento nuclear.
3. Interacción en materia de ciberseguridad y colaboración con otras partes interesadas en regímenes de control del entorno digital, prevención de incidentes hostiles recíprocos en el ciberespacio y percepción del ciberespacio como un factor de estabilidad estratégica.
4. Cooperación en la exploración del espacio y prevención de su militarización.
5. Diálogo sobre el control de armas convencionales en Europa, teniendo en cuenta las nuevas realidades tecnológicas.
En el futuro próximo, Moscú y Washington seguirán afrontando dificultades a la hora de mejorar la cooperación económica. Las empresas seguirán sometidas a la presión de las sanciones mutuas. Sin embargo, es necesario mantener y desarrollar la cooperación en aquellas áreas no afectadas por las sanciones. Las empresas estadounidenses siguen siendo punteras en técnicas de gestión y productividad laboral, y Rusia necesita conocer y emplear los mejores métodos para organizar su ecosistema empresarial. Por otra parte, es fundamental conservar amplios lazos humanitarios, sobre todo en educación y ciencia. La prioridad es trabajar de forma sistemática con la diáspora científica y tecnológica rusa.
En el largo plazo, la UE seguirá siendo un socio económico y crucial para Rusia. La crisis ucraniana ha congelado la cooperación en la mayoría de las áreas y Bruselas ha forjado una nueva base doctrinal para las relaciones con Moscú, ahora definido como una importante amenaza para la seguridad. No obstante, hay varias oportunidades para reducir al mínimo el perjuicio causado por la crisis ucraniana. Rusia y la UE deberían determinar conjuntamente la esfera, las áreas y los resultados que se esperan de la cooperación selectiva a pesar de la difícil coyuntura política. En un futuro, a Rusia le interesará retomar la idea de los cuatro espacios comunes proclamados por la UE en 2003 en San Petersburgo: cooperación económica; libertad, seguridad y justicia; seguridad exterior; ciencia y cultura. En la situación actual, será clave conservar la red de contactos humanitarios acumulada en las últimas décadas. En este sentido, las diferencias políticas no deberían frenar el diálogo en cuestiones de visado. Hay que tener en cuenta, además, que en las próximas dos décadas la presencia de Rusia en los mercados energéticos de la UE disminuirá debido a la politización de la cooperación energética, a la búsqueda por parte de la Unión de proveedores de energía alternativos y a las innovaciones energéticas.
Rusia debería mantenerse al margen de los procesos políticos dentro de la UE, evitando apoyar a la extrema derecha o a la extrema izquierda. En este sentido, es conveniente fortalecer las relaciones bilaterales tradicionalmente fuertes con importantes países miembros de la Unión, así como la resolución gradual de problemas con los socios más difíciles.
En la actualidad, Rusia tiene grandes dificultades para utilizar su poder de convicción en el extranjero. El país está en un estado de guerra de información en el que los principales medios de comunicación globales no favorecen la imagen rusa, influyendo en las decisiones de los inversores y debilitando los lazos humanitarios. No es de esperar que esta guerra informativa pierda fuelle. Por consiguiente, es necesario disminuir el grado de enfrentamiento en los medios de comunicación rusos para convertirlos en una fuente de información objetiva e imparcial. Sería aconsejable aumentar las inversiones para promover medios rusos en idiomas extranjeros y establecer alianzas con medios extranjeros.
Lo interno y lo externo
Rusia afronta enormes retos en su desarrollo interno, y su futuro lugar en el mundo depende de cómo los resuelva. Crear condiciones externas favorables para solucionar problemas atrasados y superar el subdesarrollo de su economía es el objetivo principal del posicionamiento global de Rusia. Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta la capacidad del país para influir en los procesos de transformación del sistema internacional, puesto que cuenta con un alto grado de responsabilidad en el futuro del mundo. Unas políticas flexibles y pragmáticas por parte de Rusia deberían ayudar a completar una reorganización fluida de las relaciones internacionales e impedir una nueva “era de los extremos”.