El periodismo de guerra ha caído en Siria, víctima de las estrategias mediáticas de todos los bandos y de las renuncias y debilidades de los propios medios de comunicación.

Hace tiempo que Siria se convirtió en el conflicto más peligroso del mundo para los periodistas. Casi siete años de violencia han transformado este país en el escenario de una guerra cada vez más compleja, que ha puesto a prueba a unos medios de comunicación en crisis. Reporteros precarizados, ataques directos contra la cobertura informativa y agendas mediáticas confrontadas a un conflicto claramente dinámico, con alianzas cambiantes, que muchos medios informativos occidentales se han empeñado en narrar como una contienda de buenos y malos. Una confrontación sin zonas grises, simplificada en una reducción a dos bandos, los rebeldes al régimen –como si de un bloque homogéneo se tratase– y los leales a Bashar al Assad. Y entre ellos, los encargados de narrar esta guerra, atrapados por un cruel apagón informativo, desafiados por la irrupción de nuevas fuentes y nuevas tecnologías en la configuración del relato sirio, periodistas convertidos en objetivo de guerra, y responsables editoriales sometidos al dilema de elegir entre la frustración por no poder informar sobre el terreno, el peso de las estrategias comunicativas gubernamentales y la complejidad de un conflicto con multiplicidad de actores e intereses.

La guerra de Siria es, desde sus inicios, una guerra mediatizada. Una guerra de grandes titulares que ha logrado mantener la tensión y la atención mediática mucho más que otros conflictos incluso más violentos, como el que se vive desde hace años en el Este del Congo, que ha causado centenares de miles de muertes y millones de desplazados, u otras guerras tan desestabilizantes para la región como la de Yemen, que apenas tiene una cobertura esporádica en los grandes medios occidentales….