Juan Domingo Perón dijo en 1948, hace casi 70 años: “La única verdad es la realidad”. Aristóteles es reconocido como el creador de esta suerte de tautología, que también usó Kant. Pero el general argentino, que ciertamente no había leído a ningún filósofo, ¿se adelantaba así a la actual vigencia política de la posverdad o era uno de los políticos latinoamericanos más hábiles en el manejo de la posmentira?
No nos confundamos. La posverdad y la posmentira son distintas. Los seguidores de Donald Trump –algo así como el adalid del fakenews como el mayor vehículo de la posverdad– se enorgullecen de que haya derrotado la posmentira que caracteriza a los políticos –entre otros, los latinoamericanos y los españoles– de prometer algo en la campaña e incumplirlo en el gobierno.
Todo gobierno tiene algo, o mucho, de posmentira. Y en la región latinoamericana, que es donde está ubicado Macondo, esto lo sabemos bien. Pero las raíces de la posmentira en política son antiguas: Machiavello aconsejaba a los políticos “ser hábil en fingir y en disimular”.
Sin embargo, la posmentira no es siempre rentable. Por ejemplo, el expresidente peruano Alejandro Toledo que ha sido un falsario en la política de su país, hoy tiene una orden de captura internacional. Esto se ha producido gracias al caso Odebrecht, una especie de tsunami que ha irrumpido en la política latinoamericana y amenaza con arrasar no solo a Toledo sino a Luiz Inácio Lula Da Silva –y al Partido de los Trabajadores–, al tiempo que ya ha producido destrozos significativos en Argentina, Ecuador, Colombia y Panamá. El tiempo se encargará de hacernos saber si la verdad judicial logra derrotar de manera importante a esta área corrupta de la posmentira.
Pero si miramos la experiencia de –digamos el mundo iberoamericano para incluir a la península Ibérica–, la posmentira no siempre es derrotada. Incluso, me atrevería a decir, causa la impresión de que casi siempre gana. Políticos abiertamente mentirosos y descaradamente corruptos son elegidos y reelegidos tanto en Nicaragua como en España. Alberto Fujimori logró dos reelecciones en Perú contando con los recursos del siniestro “doctor” Vladimiro Montesinos. Nicolás Maduro es heredero de las mentiras del chavismo, pero ya ha producido muchas propias y, contra viento y marea, se mantiene en el gobierno.
Entonces, ¿qué significa para nosotros, latinoamericanos, la posverdad? ¿Ha traído algo nuevo? Hay quien sostiene que la posverdad combina la apelación emocional –que siempre ha sido una movilizadora irracional en la política– con las potencialidades de las nuevas tecnologías en comunicación. En América Latina, el ecuatoriano Rafael Correa se ha situado entre los primeros en comprender las posibilidades de esta eficaz mezcla destinada a que el ciudadano ignore las evidencias y le resulten confundidas la “verdad” que se quiere transmitirle con la realidad que se le oculta.
Esa operación, realizada con altas dosis de cinismo, resulta potenciada cuando los hackers se convierten en funcionarios y los trolls consiguen viralizar en cuestión de horas cualquier afirmación falsa, rumor sin fundamento o foto trucada. Es impresionante todo lo que hoy puede hacerse con las lecciones de Goebbels: “Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá” o “si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan” y “una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad”, para citar solo tres de las más conocidas. En esta época de la posverdad tienen plena vigencia operativa en Internet y en los medios de comunicación. Porque la posverdad no solo se ha abierto paso en Internet; también está en los medios. Para comprobarlo, basta leer cualquier diario que en otra época nos pareció respetable y creíble.
Ya no podemos decir que los medios han reemplazado a los partidos políticos. O tal vez sí. Aquellos van por el camino que estos ya recorrieron. Es el camino de la pérdida de confianza que alienta el descreimiento y la sospecha de que “cualquier cosa es posible” o “todos son unos sinvergüenzas”. Es una atmósfera de la que se alimenta la posverdad.
El caso peruano resulta especialmente ilustrativo. En 1980 los peruanos recuperamos la capacidad de elegir gobiernos. De los seis presidentes elegidos desde entonces, Fernando Belaunde murió, Fujimori purga una condena de 25 años, Toledo tiene orden de captura por recibir coimas, Ollanta Humala y Alan García esperan el resultado de investigaciones tanto sobre sobornos como atrocidades en materia de derechos humanos, y Pedro Pablo Kuczynski, actual gobernante, tiene algunos asuntos por aclarar.
Este panorama, que con variantes se repite en la región, nos ha llevado a una desembocadura conocida y quizá nos anuncia una aún peor. La desembocadura en la que ya estamos es la de un ejercicio de la política que ha ido perdiendo sentido –salvo para sus beneficiarios directos– en la medida en la que acrecienta su distancia con aquello que se acostumbraba llamar “los intereses generales”, que hoy los actores políticos no representan. Pero no es del todo claro si estamos desilusionados de la política o de la democracia.
Por el camino que vamos, se puede ir a peor. Ojalá me equivoque pero me parece posible que dentro de unos años, cuando la posverdad acaso sea tema del pasado, tengamos que discutir sobre la posdemocracia.
Pásara, que la mayoría de los argentinos valoren muy bien a Perón no significa que somos tontos. ¿Cómo puede ser que una persona que exhibe un curriculum con antecedentes de investigador en las ciencias sociales escriba que un hombre tres veces presidente de Argentina, elegido en elecciones transparente, no haya jamas leído a ningún filósofo? Te falta información. http://www.filosofia.org/ave/001/a137.htm