Recta final de las elecciones en Ecuador

Julián Martínez
 |  16 de febrero de 2017

Quedan muy pocos días para que concluya la carrera electoral en Ecuador y parece que las cartas están jugadas. Una década después de mirar a Rafael Correa por televisión, la clase política ecuatoriana que no está en el gobierno demuestra que aprendió muy poco. Hay dos aspectos clave que los partidos que quieren sacar a Alianza País del poder no supieron observar: la política de coalición y la importancia de la asamblea.

Después un largo desfile de alianzas de todos los colores, finalmente cada partido político fue por su lado, dándole una ventaja inicial al oficialismo. Las alianzas fallidas tuvieron muchos nombres, algunos muy poco creativos: “La Unidad”, “La Concertación”, “El Acuerdo”, pero el potencial de todas y cada una se difuminó cuando llegó la hora de inscribir candidaturas. Queda claro que para todos ellos no ha pasado ni un día en la vida política ecuatoriana, puesto que siguen manejando viejas costumbres feudales dentro de sus partidos. Cooperar era la mejor estrategia para llegar al poder, pero la vanidad y el ego de los caciques políticos pudo más.

Por el espectro político de la derecha, encontramos en primer lugar a Guillermo Lasso, quien viene haciendo campaña desde 2012 y no querría ver malgastada su inversión. Asimismo, Cynthia Viteri “es el hombre” que lleva el estandarte socialcristiano y los viejos caciques del partido no la sacarán del tablero fácilmente. Dalo Bucaram, aferrado a la esfera política, vuelve a buscar una elección pese a los pobres resultados de su partido en los últimos veinte años. Esto significa que, desde la derecha, el posible voto anticorreísta en lugar de ser capitalizado por una sola fuerza política se dividirá al menos en tres. Es muy llamativo que no haya ocurrido una alianza entre Lasso y Viteri, las dos opciones de derecha más fuertes. Es llamativo que a pesar de ser ideológicamente muy cercanos no supieron o no quisieron ceder un milímetro del poder al que aspiran, y de ese modo han condicionado sus opciones para llegar al Palacio de Carondelet.

 

 

Por su parte, la izquierda entendió mejor el panorama y se aglutinó alrededor de un solo candidato: Paco Moncayo. Sin embargo, algunos de los personajes que están dentro de esa coalición tienen un pasado con Alianza País y alejan a buena parte de los votantes que se han desilusionado de Alianza País. Sumado a esto, el carisma timorato de Moncayo no moviliza ni convence al ciudadano acostumbrado al liderazgo fuerte de Correa. Además, no está claro que sus posiciones moderadas en cuanto a reformas tengan recepción en un electorado cansado de una década de despilfarro, autoritarismo y falso progresismo. Estos elementos han pasado factura a Moncayo, ya que el apoyo del movimiento indígena a su candidatura es parcial, lo que también ha condicionado su carrera a la presidencia.

El resultado de todo esto debiera ser una buena perspectiva para Lenín Moreno y Jorge Glas, que lideran una competencia con cuatro o más oponentes débiles. Pero en el momento más importante de la campaña salió a la luz el escándalo de corrupción de Odebrecht y los vídeos del exgerente de Petroecuador, Carlos Pareja, alias Capaya. Estos escándalos manchan principalmente al candidato a vicepresidente, Glas, quien ha sido el hombre fuerte en los sectores estratégicos del correato. A partir de ese momento, todas las fuerzas del oficialismo se esmeraron en limpiar la imagen de sus candidatos, principalmente la de Glas, con nulos resultados. Las intervenciones de Correa desmintiendo a Capaya solo han aclarado que la corrupción estaba enquistada dentro de las esferas más altas del poder. Y mientras más demoras pone la Fiscalía General del Estado para sacar a la luz los nombres de los funcionarios coimeados por Odebrecht, más convencida está la gente que la corrupción era un signo característico de la década correísta.

Con las cartas así jugadas hasta este momento, es difícil prever el desenlace. Las encuestas durante 2016 han demostrado su poca capacidad de predecir resultados electorales. Una cosa es segura: en caso de segunda vuelta, el oficialismo tendrá que hacer muchísimo más esfuerzo para ganar la elección de forma limpia. Una década en el poder desgasta al mejor de los partidos o candidatos, más aún cuando la situación económica y política ha dado claros signos de retroceso, a niveles de hace diez años justamente. Volvemos al casillero número uno.

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