Si hay un país al que pueda señalarse como el principal protagonista y colaborador al éxito en el complejo y difícil proyecto de construcción europea durante los 50 años de tan singular proceso, con gran probabilidad ése es Alemania. Ha contribuido de forma fundamental a la paz y la prosperidad en el continente dejando para la historia la triste memoria de la primera parte del siglo XX.
Hasta los años 70, Alemania fue la locomotora económica de Europa y Francia se ocupó del liderazgo político, pero desde la década de los 80 los papeles han estado más equilibrados. Por un lado, el eje franco-alemán se ha complementado por la creciente influencia de otros países a medida que la entonces Comunidad Económica Europea se ampliaba. Por otro, una Alemania cada vez menos sujeta a su pasado ha buscado y alcanzado un creciente papel político. La primacía en el esquema de poder de la Unión Europea logrado en Niza, que ha roto la paridad entre los países grandes, ha provocado una cierta sensación de vértigo en Alemania a la vez que dificultades para que Francia acepte que el eje franco-alemán debe seguir siendo el motor y el volante de la construcción europea, aunque ahora ya no sea simétrico.
La clave del proceso fue la redefinición geopolítica de Europa tras la desarticulación de los regímenes comunistas a partir de 1989 que situó –aún más– a Alemania en el corazón de Europa. Con la caída del muro de Berlín, los alemanes lograron no sólo su reunificación sino, además, acercar a los países ex comunistas, especialmente a Polonia, a Europa occidental, resolviendo así las claves estratégicas que han dominado la política y la seguridad de Europa central en los últimos 200 años. De todo el proceso, Europa en su conjunto ha salido ganadora, pues es…