Las batallas políticas pueden ser apasionantes si los contendientes que aspiran a ocupar un puesto logran transmitir que lo que está en juego transciende sus intereses personales y los de los grupos que representan. O pueden ser simplemente entretenidas si las traiciones, promesas y bajas pasiones entre nuevos o viejos aliados terminan desatando alguna tormenta. Nadie dijo que sería fácil la emergente politización de la Unión Europea. No hay Obamas europeos a la vista ni probablemente el proceso de elección del presidente del Parlamento Europeo haya estado a la altura del momento crítico que vive Europa.
La lucha descarnada por el poder para ocupar la silla que deja el alemán Martin Schulz ha parecido solo eso, una riña típica de la burbuja eurócrata por el reparto de puestos en una institución que debería tener un papel fundamental en este año crucial para Europa. Hasta cuatro votaciones durante más de 12 horas –una jornada parlamentaria de trabajo completa– fueron necesarias para que Antonio Tajani, italiano, conservador de la familia popular, fuera elegido presidente.
La batalla tenía interés por el secreto de las votaciones de los eurodiputados y por el hecho de que el crisol de identidades europeas y grupos políticos –provenientes de 28 Estados miembros y pertenecientes a los nueve grupos políticos de la cámara, contando el no inscrito– dotaba de cierta incertidumbre al proceso. Pero tras una intervención protocolaria de tres minutos para cada candidato, la jornada entera se pasó contando votos sin perder de vista el para quién pero a menudo ignorando el para qué.
Con Donald Trump en la Casa Blanca, Vladimir Putin en posición ofensiva en la frontera Este y los populistas antieuropeos ganando terreno en este año electoral europeo, la Eurocámara debería ejercer su fortaleza. El déficit democrático es una de las flaquezas del proyecto europeo que los populistas mejor saben explotar. ¿Alguien olvida que el Parlamento la única institución comunitaria cuyos representantes son elegidos directamente por los ciudadanos?
Un presidente del Parlamento Europeo fuerte es clave para la visibilidad de la institución y para lograr que su voz no sea solo la de la conciencia de lo que Europa debería hacer, sino también para poder decidir en cuestiones fundamentales que afectan a la política económica y las nuevas áreas en que la Unión ha ganado competencias desde el inicio de la crisis y las que debe incorporar, como una política social. Esa fue la pretensión del alemán Schulz que, con todos sus defectos –entre ellos, condicionar en ocasiones el devenir de su grupo y el de la propia institución a sus intereses personales– logró dar una visibilidad al Parlamento desconocida hasta la fecha.
Por su perfil y por la manera en que ha logrado su elección, Tajani será una suerte de anti-Schulz. En sus primeras palabras al frente del Parlamento Europeo, Tajani ha insistido en que él “no es un primer ministro”, sino el presidente de la cámara, dejando claro que se toma en serio el perfil bajo que ha prometido a los euroescépticos del grupo de los Europeos Conservadores y Reformistas (ECR), del que forman parte los diputados conservadores británicos, para recabar su apoyo y asegurarse la elección. Probablemente es un papel que encaja con la naturaleza pragmática y la ambición de Tajani de resolver los problemas concretos sin grandes estridencias. Pero qué duda cabe, mermará la visibilidad del Parlamento Europeo.
En una muestra del nuevo estilo, durante la primera rueda de prensa como presidente, Tajani fue preguntado por el Brexit. Unas horas antes, Theresa May había dado un discurso clave en el que, con tono desafiante, anunciaba su deseo de optar por un divorcio duro, sin aspirar a mantener a Reino Unido en el mercado único y ni siquiera garantizar los derechos de los europeos no británicos que ya viven en su país. Todo lo que dijo el nuevo presidente de la Eurocámara es que solo hablaría de los asuntos directamente relacionados con la institución.
Parafraseando a Voltaire, Tajani también ha asegurado que puede no estar de acuerdo con lo que opinan muchos de sus colegas parlamentarios, pero daría la vida para que pudieran seguir expresándose con libertad. En la misma institución en la que conviven diputados como Nigel Farage, Marine Le Pen y los neonazis griegos de Amanecer Dorado, el presidente fue un poco lejos al afirmar que “aquí no hay diputados buenos ni malos”.
En este año de combate del populismo antieuropeo, y siendo el Parlamento el único foro público en que todas estas fuerzas populistas conviven, será de poca ayuda un presidente “neutral”, que no alce la voz cuando los valores comunes que dieron nacimiento al proyecto europeo sean atacados. Ojalá el repliegue que Tajani promueve no tenga un largo recorrido.