A medida que pasan los días, va calando la enormidad de lo que está sucediendo en Estados Unidos. Aunque su rival demócrata haya ganado 2,8 millones de votos más, Donald Trump sigue interpretando su triunfo en el colegio electoral como un mandato para transformar de arriba abajo no solo al país sino al mundo entero.
Muchos expresaban la esperanza de que con la victoria moderaría sus posturas; tanto su personalidad de actor y fullero financiero como lo que de él esperan sus frenéticos partidarios le están impeliendo hacia un futuro cada vez más preocupante.
Para empezar, ha convertido el proceso de los más de 4.000 puestos que tiene que nombrar en su nueva administración en un acto más de su famoso programa televisivo El aprendiz. Por la torre Trump de Nueva York han pasado los candidatos bajo las ansiosas cámaras de televisión, los medios han publicado la pugna entre sus partidarios y los miembros del equipo de la transición, para terminar sacándose de la chistera al ganador, con la participación de celebridades de la farándula; no podía haber concebido un espectáculo más divertido. Trump ha multiplicado el efecto de sus recursos teatrales con la celebración de su victoria viajando, con todos los medios de comunicación a su lado, a los Estados que se la proporcionaron, como si siguera en plena campaña electoral. Asusta su incansable energía y el entusiasmo que genera la simpleza de sus promesas.
Tras este telón, sin embargo, aparecen sombras inquietantes. Se está rodeando de titanes de la empresa y las finanzas, personajes parecidos a él, que detentan ideas completamente contrarias a las que representan las agencias y departamentos que van a liderar. Los futuros secretarios de Hacienda, Steven Mnuchin, y de Comercio, Wilbur Ross, proceden del inmenso banco Goldman Sachs, presentando así un grave conflicto de…