El ministro de Asuntos Exteriores francés, Jean-Noel Barrot, y el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, en una conferencia de prensa conjunta en la Casa de Huéspedes de Estado de Diaoyutai el 27 de marzo de 2025 en Pekín, China. GETTY.

Europa entre la espada y la pared

La Unión Europea necesita reducir su dependencia de Estados Unidos. Esto no debería conseguirse a costa de una mayor dependencia de China.
Noah Barkin
 |  8 de abril de 2025

Los primeros meses de la segunda administración del presidente estadounidense Donald Trump se han desarrollado como una película de terror para Europa. Justo cuando parece que la masacre podría haber terminado, el villano de tinte naranja y sus secuaces se han alzado de nuevo para causar más estragos.

En el transcurso de unas pocas semanas, Trump y su equipo han demostrado que están dispuestos a echar a Ucrania por la borda y, en palabras del secretario de Estado de Trump, Marco Rubio, a aprovechar las “increíbles oportunidades” que ofrece la Rusia de Vladimir Putin. Han intervenido en nombre de partidos de extrema derecha en las elecciones europeas, han amenazado con tomar Groenlandia por la fuerza y han impuesto aranceles a Europa (y a otros aliados).

A mediados de marzo, Trump amenazó con imponer aranceles del 200 % a los vinos, licores y champanes europeos porque la Unión Europea tuvo la audacia de responder a sus políticas comerciales coercitivas. Muchos gobiernos europeos están ahora convencidos de que Trump quiere destruir la UE, un proyecto que él afirma falsamente que fue creado para perjudicar a Estados Unidos.

La ruptura transatlántica ha sido repentina, profunda y probablemente duradera. Está obligando a Europa a replantearse sus prioridades estratégicas y económicas y a reevaluar sus relaciones globales, incluso con la otra superpotencia, China. A medida que Europa se aleje de Washington, la tentación será inclinarse hacia Pekín. Y ya hay indicios de que algunos en Europa lo están considerando.

 

¿Profundizar los vínculos?

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha hablado en los últimos meses de profundizar los lazos comerciales y de inversión con China, lo que supone un cambio con respecto al mensaje agresivo de su primer mandato. Algunos Estados miembros de la UE, entre ellos España e Italia, han comenzado a rechazar las críticas a Pekín mientras persiguen las inversiones chinas.

Los funcionarios de comercio de la UE planean explorar el alcance de una agenda de trabajo constructiva con Pekín, así lo han mostrado las visitas a sus homólogos chinos de finales de marzo. También se rumorea que Bruselas y Pekín están buscando formas de reducir su enfrentamiento en materia de sanciones, que dura ya cuatro años. En febrero, el Parlamento Europeo eliminó discretamente las directrices para sus miembros que restringían el compromiso con sus homólogos chinos sobre las sanciones que Pekín impuso a numerosos parlamentarios en 2021.

El instinto de reducir las tensiones con Pekín es comprensible. Nadie en Europa quiere empantanarse en una guerra comercial en dos frentes con las superpotencias mundiales. Pero el repentino colapso de la relación transatlántica no ha hecho que los problemas en la relación de Europa con China sean menores. Y sería contraproducente que Europa, en un intento por reducir su dependencia de Estados Unidos, terminara aumentando su dependencia de China en el proceso.

 

Las preocupaciones persisten

Las preocupaciones europeas con respecto a China pueden dividirse en dos categorías principales. En primer lugar, existe la amenaza de que los productos chinos baratos y subvencionados puedan inundar el mercado europeo, diezmando las industrias nacionales, desde la automoción y la energía eólica hasta la siderurgia y los productos químicos. Esta amenaza no ha hecho más que crecer desde que Estados Unidos empezó a subir los aranceles a China.

La segunda es el papel de China, en palabras de los líderes de la OTAN, como “facilitador decisivo” de la guerra de Rusia en Ucrania. Esta amenaza puede haber quedado un tanto oscurecida por el impulso de Trump para un acuerdo de alto el fuego con Putin. Pero no ha desaparecido. Y existe el riesgo de que el apoyo chino a Rusia se convierta en un problema más grave para Europa en un mundo en el que Putin se siente envalentonado por un presidente estadounidense que no cree en la OTAN.

Hasta que Pekín no aborde estas preocupaciones fundamentales de Europa, nadie en Europa debe hacerse ilusiones de que China pueda convertirse en una alternativa fiable a Estados Unidos. En cambio, los países europeos deben guiarse por los siguientes principios a medida que trazan el camino a seguir en un panorama geopolítico cada vez más peligroso.

 

Tres principios

En primer lugar, la reducción de riesgos de Europa con respecto a China, que sigue siendo fragmentaria e incompleta, debe avanzar y ampliarse para abarcar a Estados Unidos. Esto no significa que Europa pueda o deba intentar desvincularse de las dos mayores economías del mundo. Tampoco se debe meter a China y a Estados Unidos en el mismo saco en lo que respecta a la reducción de riesgos.

Las dependencias de Europa con respecto a China giran principalmente en torno a minerales críticos y tecnologías relacionadas con el clima. Las que tiene con EEUU se encuentran principalmente en las esferas de la defensa y lo digital. Reducir estas dependencias es un desafío complejo y a largo plazo. Requerirá una priorización estricta a nivel europeo, un diálogo más profundo entre los gobiernos y la industria, y una implementación coordinada y descendente a nivel nacional. En algunos casos, tendrá sentido mantener estrechos vínculos industriales —por ejemplo, con China en el caso de las baterías de vehículos eléctricos o con Estados Unidos en el sector de defensa, donde no se dispone fácilmente de repuestos europeos— al tiempo que se introducen nuevas barreras de seguridad o condiciones en torno a esta cooperación. En un mundo en el que tanto Pekín como Washington son competidores hostiles o incluso adversarios, será necesario un enfoque más integral para reducir los riesgos.

En segundo lugar, Europa tendrá que hacer un uso más agresivo de la política industrial, las herramientas comerciales y las normas de seguridad económica para proteger y promover sus propias empresas. Esta es la otra cara de la moneda de la reducción de riesgos. Sin alternativas locales sólidas, será imposible reducir la dependencia de Pekín y Washington. El uso generalizado del grupo chino de telecomunicaciones Huawei como proveedor de las redes 5G europeas, cuando el continente tenía sus propios campeones en Ericsson y Nokia, es una falta para la política industrial europea y una lección para el futuro. En el futuro, Europa tendrá que ser menos tímida a la hora de favorecer a sus propias empresas, como están haciendo China y, cada vez más, Estados Unidos. Esto requerirá un enfoque más flexible en lo que respecta tanto a la Organización Mundial del Comercio (OMC) como a las normas fiscales de la UE.

La buena noticia es que esto ya está sucediendo. Con su Competitiveness Compass, Clean Industrial Deal y Industrial Action Plan para el sector automotriz, la Comisión Europea ha trazado un plan para una agenda económica de “Europa primero” en la que se da prioridad a las empresas nacionales y a la producción con sede en la UE. Pero para tener éxito, necesitará el apoyo de los Estados miembros de la UE, que tienen el poder de decidir qué inversiones extranjeras aceptan y en qué condiciones.

Europa también se encuentra en medio de una revolución fiscal. Alemania está deshaciéndose de años de disciplina fiscal en una carrera hacia la remilitarización y la renovación de una infraestructura que cruje, impulsada por la deuda. Esto está abriendo la puerta al gasto deficitario en defensa en toda la UE. Como señaló Sander Tordoir, del Centro para la Reforma Europea, en un artículo reciente de Foreign Policy, Europa tiene tanto la base industrial como la riqueza para rearmarse rápidamente y recuperar el impulso económico que perdió en los últimos años a medida que aumentaba la competencia china, subían los precios de la energía y se multiplicaban las barreras comerciales. Esto coloca a Europa en una posición favorable en comparación con Estados Unidos, que tiene un sector manufacturero más pequeño, está en proceso de cerrar su tecnología a China y apenas ha comenzado el laborioso proceso de relocalización industrial.

En tercer lugar, mientras continúa el diálogo con Estados Unidos y China, Europa debería redoblar su cooperación con países democráticos como el Reino Unido, Canadá, Japón y Corea del Sur, que se encuentran en la misma difícil posición geopolítica. La cooperación sobre China en el G7 y a nivel transatlántico, que floreció bajo el mandato del expresidente estadounidense Joe Biden, probablemente se desmoronará bajo Trump, ya que Washington consulta menos a sus aliados y los coacciona más. Esto hará que la coordinación política entre un grupo de países del G6+ sea aún más importante. Los responsables políticos europeos no deben permitir que la agitación transatlántica les distraiga de los desafíos a largo plazo que plantea China.

El mundo se ha vuelto mucho más complicado desde el regreso de Donald Trump. Europa debe prepararse para un período prolongado de tensiones con EEUU y también con China. Pero tiene algunas cartas que jugar si se mantiene unida y trabaja con socios afines. Incluso las películas de terror pueden tener un final feliz.

Artículo traducido del inglés del número de primavera de 2025 de Internationale Politik Quarterly (IPQ).

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