La injerencia de Turquía en los asuntos de su vecino meridional es ya un clásico de la agenda regional desde hace décadas. Una injerencia que no solo tiene un componente político –con Recep Tayyip Erdogan tratando primero de convencer a Al Asad de llevar a cabo reformas parciales del sistema cuando, en 2011, estalló la movilización social de la llamada primavera árabe–, sino que también incluye varias intervenciones armadas más o menos profundas, aunque sin que se hayan producido choques directos a gran escala entre las fuerzas de ambos países.
El interés que hoy persigue Ankara es doble. Por una parte, con la pretensión de librarse de la carga que suponen los 3,6 millones de refugiados sirios que malviven en su territorio, pretende establecer unas condiciones de pacificación que faciliten el retorno a todos ellos, o al menos a la mayoría, lo que libraría a Erdogan de las críticas (traducidas…