Los versos que encabezan este artículo pertenecen a un poema de Amira Hess (1943-2023), poeta nacida en Bagdad, que se trasladó a Israel con su familia a los ocho años. La lengua en la que Hess compuso generalmente sus poemas es el hebreo; sin embargo, el poema traducido aquí está escrito en dos idiomas: cada estrofa (excepto una) se puede leer antes en la variante del árabe hablada en la comunidad judía de Bagdad y después en hebreo. El hecho de que, incluso después de tantos años en Israel, Amira Hess decidiera escribir un poema en la lengua árabe de los judíos de Bagdad se considera una prueba del vínculo que mantuvieron con los judíos árabes a sus culturas de origen y que resuena en su lengua, una lengua relegada al olvido y que, sin embargo, a veces, se rescata en versos, frases o recursos literarios.
En una entrevista con el estudioso Ammiel Alcalay, publicada en el libro Keys to the Garden, el escritor Shimon Ballas (1930-2019), nacido él también en Bagdad y que migró a Israel el mismo año que Amira Hess, explica: «[…] creo que lo que hago es intentar llevar mi lengua hebrea cada vez más cerca de la lengua árabe». Un poco más adelante, en la misma entrevista, Ballas afirma: «Vengo de un mundo distinto que nunca he rechazado. Me sigo viendo a mí mismo como parte de ese mundo, mientras, al mismo tiempo, me siento profundamente involucrado con mi vida en Israel. Simplemente me he movido del árabe al hebreo; eso hace que defina mi relación con la literatura hebrea como una relación entre lugar y lengua».
La relación entre espacio y lengua es fundamental para entender la producción literaria no solo de los escritores judíos árabes en Israel, sino también las obras que los judíos han escrito en los países árabes durante siglos.
Los versos de Amira Hess y las palabras de Shimon Ballas ilustran esta relación entre lenguas (la lengua árabe y la hebrea) y también la relación de ambos escritores con sus vidas en ese otro mundo, el mundo árabe, que no quieren olvidar.
Tanto Hess como Ballas son de origen iraquí: es decir, provienen de un lugar en el que los judíos participaron activamente en la historia, en la política y en la producción literaria, aún más que en otros países. Como apunta Reuven Snir, «[E]n la época moderna, en ningún otro lugar los judíos participaron tan abiertamente en la cultura árabe en su sentido más amplio ni se sintieron tan familiarizados con el uso del árabe literario estándar como en la primera mitad del siglo XX en Irak».
El hecho de escribir en árabe literario es un caso poco replicado en otros países árabes, en los que principalmente se usaba el judeo-árabe también como lengua de escritura, además del hebreo y, eventualmente, de lenguas europeas.
En Irak, en los siglos XIX y XX, se observó un proceso de secularización de la comunidad judía, probablemente por la influencia europea, que llevó paradójicamente a una apertura hacia las tendencias de la cultura y de la literatura árabes del entorno. Durante la primera mitad del siglo XX, los judíos de Bagdad estaban, por lo general, asimilados y participaban de las ideologías nacionalistas al igual que los iraquíes de otras creencias. Asimismo, estaban perfectamente educados en la lengua árabe, que dominaban y en cuyo uso destacaban. En este sentido, Snir afirma: «[E]scritores y poetas judíos iraquíes desde los años veinte del siglo XX produjeron en árabe estándar obras esencialmente seculares que se volvieron rápidamente parte del mainstream de la literatura árabe y obtuvieron el reconocimiento de los demás escritores y eruditos árabes».
Entre esos escritores, cabe destacar a Murad Michael (1906-1986), poeta y primer escritor iraquí de cuentos breves al estilo europeo, y a Anwar Shaul (1904-1984), poeta y prosista, pero también editor de dos importantes periódicos en árabe. Este último llegó a recitar una elegía con ocasión de la muerte de un líder iraquí en una mezquita de Bagdad y participó en la Conferencia de escritores árabes (como iraquí) que tuvo lugar en Bagdad en 1969.
Anwar Shaul, entre otros, fue también traductor de obras de literatura europea al árabe. De hecho, muchos escritores árabes judíos desarrollaron en el siglo XX una importante actividad de traducción, no solo en Irak. Tradujeron al árabe o al judeo-árabe obras escritas en idiomas europeos o en hebreo. Asimismo, sobre todo después de la fundación del Estado de Israel, fueron judíos de origen árabe los que tradujeron obras de literatura árabe al hebreo. A título de ejemplo, cabe señalar que el célebre escritor israelí de origen bagdadí Sami Michael (1926-2024) fue quien tradujo al hebreo la trilogía cairota de Naguib Mahfuz, el escritor egipcio galardonado con el Premio Nobel de Literatura.
No obstante, la actividad en la que destacaron los judíos en los países árabes, en general, fue el periodismo. Entre 1863 y 1871, se publicó en Irak Hadover, un periódico en judeo-árabe. Al mismo tiempo, llegaban los periódicos europeos en hebreo y en otras lenguas y los judíos, como el propio Anwar Shaul, publicaban periódicos en árabe y leían los que venían de Líbano o Siria.
Justamente en Líbano nació Esther Moyal (1874-1948), periodista y escritora feminista que alcanzó una gran fama en su época. Vivió también en El Cairo y en la Palestina otomana y fundó diversos periódicos en árabe con los que dio difusión a sus ideas feministas y a sus propuestas sociales y políticas.
«El clima de participación y de vivacidad cultural a principios del siglo XX en Irak y Oriente Medio y del que los escritores judíos son también representativos, cambió con la influencia de las ideas nazis en la política iraquí, la difusión del sionismo en Palestina y las reacciones por parte de los nacionalismos árabes»
El clima de entusiasmo, de participación y de vivacidad cultural que se respiró en Irak y en Oriente Medio en las primeras décadas del siglo XX y del que los escritores judíos también son representativos, cambió gradualmente a partir de la segunda mitad de los años treinta, con la influencia de las ideas nazis en la política iraquí, la difusión del sionismo en Palestina y las reacciones por parte de los nacionalismos árabes. Anwar Shaul fue de los pocos judíos que decidieron quedarse en Irak, junto con otro escritor, Mir Basri (1911-2006), incluso después de la migración masiva de los años cincuenta. A principio de los años setenta, sin embargo, llegó también para ellos el momento de dejar su tierra, debido a las discriminaciones sufridas.
¿Qué significa ser auténtico?
Correr por la calle Dizengoff y gritar en dialecto
judío marroquí:
«Ana men el Magrab, ana men el Magrab»
[…]
Erez Biton (en Sefer hana’na, 1979: 11)
Los versos de Erez Biton (1942), poeta israelí judío, nacido en Argelia de padres marroquíes, recuerdan los versos de Amira Hess. También en este caso hay una reivindicación de la lengua árabe, del árabe hablado por los judíos marroquíes, que el poeta hace resonar en una de las calles centrales de Tel Aviv, poniendo de manifiesto la voluntad de recuperar y de sacar de los márgenes ese idioma y esa cultura, la árabe judía, que en Israel está relegada a la periferia social y cultural.
En el Norte de África, de donde proviene Erez Biton, los judíos compusieron poemas, sobre todo litúrgicos, y otras obras en judeo-árabe, además de en hebreo. Solo en Egipto se encuentran algunas obras escritas en árabe estándar por escritores judíos.
El estudioso Yosef Tobi explica cómo la literatura judeo-árabe vivió una época de auge y florecimiento en el Norte de África a partir de la segunda mitad del siglo XIX y en la primera del siglo XX, sobre todo en Túnez. Se desarrolló, entonces, una literatura vivaz e integrada en la producción literaria local, aunque dirigida sobre todo a la comunidad judía, ya que el judeo-árabe se escribe con caracteres hebreos.
El género mayoritario en la literatura en judeo-árabe es la poesía litúrgica: los piyutim, que son poemas recitados y cantados en las sinagogas por los paytanim. Rabi David Buzaglo (1903-1975) fue un célebre compositor de poemas litúrgicos que él mismo cantaba en las sinagogas, y que aun hoy se siguen cantando. Vivió en Marruecos hasta 1965, cuando migró a Israel, donde fue acogido casi con veneración por los judíos del Norte de África que se habían trasladado allí antes que él. A Rabi David Buzaglo le dedica un poema también Erez Biton: un poema en el que reclama la importancia de sus versos, por los que merecería ocupar un lugar destacado en la escena literaria. Los dos poetas comparten el vínculo que mantienen con la lengua árabe del Norte de África: en sus poemas, Buzaglo mezcla la lengua hebrea con la aramea y con la judeo-árabe, proporcionando una muestra de la interconexión de esos idiomas en las comunidades judías de Marruecos y del Norte de África. Buzaglo mezcla, además, la poesía litúrgica hebrea con la música árabe popular y es maestro en el género poético llamado matruz, en el que se entretejen versos o estrofas compuestos en hebreo y en judeo-árabe.
Otro género parecido de poesía litúrgica, en el que términos hebreos se mezclan con términos árabes y los versos están acompañados inseparablemente por la música, es el humayni, típico yemení, interpretado magistralmente por Shalom Shabazi (1619-1720) siglos antes de los que estamos considerando. Se menciona este ejemplo para dejar constancia de que, aunque quizá sea menos conocida o estudiada, también la literatura judía yemení se vio influida por la cultura árabe de su entorno y fue parte de ella. Hubo poetas judíos yemeníes que usaron como idiomas literarios el hebreo, el arameo y el árabe propio de sus comunidades, como se puede observar a lo largo del mundo árabe y de los siglos. La popularidad de Shabazi ha llegado hasta nuestros tiempos, ya que algunos de sus poemas han sido interpretados incluso por famosos cantantes contemporáneos judíos de origen yemení, como Ofra Haza y Zohar Argov.
La apertura que se experimentó a finales del siglo XIX hacia la cultura europea y la ilustración judía (haskalá) llevó a un aumento de las publicaciones literarias y periodísticas en hebreo y a la difusión de las ideas sionistas, pero, al mismo tiempo, pensadores y escritores judíos del Norte de África se acercaron a la literatura y la lengua francesas y, paralelamente, hubo un aumento de la actividad literaria en judeo-árabe. La proliferación de imprentas hebreas que imprimían también libros en judeo-árabe testifica esta tendencia. Según informa Yosef Tobi, en Argel se abrió una imprenta hebrea en 1853, en Orán en 1856, luego en Túnez en 1861 y, más tarde, a principio del siglo XX también en Marruecos y Libia. De esas imprentas salieron muchas obras traducidas del hebreo o de las lenguas europeas al judeo-árabe.
Si bien, como se ha dicho, el género más difundido de la literatura judeo-árabe era la poesía litúrgica, no faltaron libros folklóricos, en los que las influencias de la cultura árabe del entorno eran aún más evidentes. En todo caso, también en el Norte de África, al igual que en Irak y en el resto de Oriente Medio, el fenómeno más llamativo fue el periodismo: en Argel, en 1870, se publicó el primer diario en judeo-árabe. Se puede afirmar que en las zonas en las que había más integración de los judíos en la sociedad predominante, los judíos eran propietarios, editores o periodistas en periódicos en árabe estándar: así fue en Irak pero también en Siria y Líbano. En cambio, allí donde la integración fue menor, los periódicos que circulaban solían ser en hebreo o en judeo-árabe.
«El género más difundido de la literatura judeo-árabe era la poesía litúrgica. Pero el fenómeno más llamativo es el periodismo: allí donde mayor era la integración, los judíos eran propietarios, editores o periodistas en periódicos en árabe estándar»
Parece evidente que la participación de judíos en la literatura árabe estándar, durante su período de renacimiento (Nahda), se limitó a ciertas áreas geográficas, o los judíos que se ejercitaron en ella fueron menos reconocidos; sin embargo, el auge de la producción en judeo-árabe interesó a las comunidades judías de todo el mundo árabe, en particular el Norte de África.
En Egipto se recuerdan a grandes personalidades de la música, del teatro o del cine que eran judíos, como la diva de la música egipcia Layla Murad (1918-1995) o el director de cine Togo Mizrahi (1901-1986), pero no son muchos los escritores que se dedicaron a escribir en árabe estándar. Entre ellos, destaca la figura de Yaqub Sanu (1839-1912), uno de los referentes del teatro egipcio y también de la prensa satírica, que abrazó la causa del nacionalismo egipcio y nunca escribió sobre temas religiosos propios del judaísmo. Afirma Snir: «[A]unque a finales de los años treinta y en los cuarenta algunos círculos judíos le dedicaran más atención, la lengua árabe nunca fue capaz de remplazar el francés o el italiano como lengua de los círculos de intelectuales judíos egipcios». (2023:212).
Se puede mencionar a Jacqueline Kahanoff (1917-1979), nacida en Egipto, que fue la escritora que acuñó el término «levantinismo», con el que quería defender y reivindicar la cultura de los judíos del Levante, de los países árabes o musulmanes. Aun así, su idioma de escritura no era el árabe, ni tampoco el hebreo, sino el inglés.
De hecho, a partir de la mitad del siglo XIX, en el Norte de África, y no solo, muchos escritores y pensadores se instruyeron en lenguas y culturas europeas, especialmente en francés, y en esas lenguas compusieron sus obras. Generalmente, las elecciones lingüísticas estaban influenciadas también por los acontecimientos políticos que influían en la integración y la seguridad de las comunidades judías.
Cabe destacar, a título de ejemplo, que intelectuales de la talla de Albert Memmi (1920-2020), Jacques Derrida (1930-2004) y Hélène Cixous (1937), siendo también judíos provenientes de Túnez o de Argelia, escribieron sus obras principalmente en francés. Los tres reflexionaron ampliamente sobre sus identidades de judíos nacidos en un contexto mayoritariamente árabe e islámico y también sobre sus lenguas de uso (o de des-uso) literario. Si Memmi escribió y reflexionó sobre el término «judío árabe» y su difícil aplicación, Cixous en Las ensoñaciones de la mujer salvaje ([2000] 2023) acuña el término «inseparárabe» para definir su condición de judía en Argelia y su relación contradictoria con la identidad árabe.
Conviene recordar que en la literatura árabe se pueden encontrar textos escritos por autores judíos desde antes de la llegada del islam. El poeta judío Al Samawal ibn Adiya’ (siglo VI a.C.) es emblemático en la tradición árabe por su lealtad. Asimismo, y especialmente en el período andalusí, los más reconocidos escritores judíos compusieron sus obras en árabe, además de en hebreo, y ejercieron como traductores de una lengua a la otra. Lo mismo puede decirse de la literatura escrita por judíos en los países árabes en los siglos XIX y XX, quienes participaron en la producción literaria de sus países, antes de que el auge de los nacionalismos cambiara los equilibrios regionales y marcara el final de la historia de los judíos en los países árabes o musulmanes.
En esos contextos, elegir una lengua de escritura significa también elegir un posible público de lectores, en lugar de otro. «Literatura sin público» se titula un artículo de Sasson Someck publicado en la revista Hakivun mizrah (2003) y dedicado a los escritores árabes que siguieron escribiendo en árabe también después de su migración a Israel, como es el caso de Samir Naqqash (1938-2004). Este escritor es considerado uno de los mejores en la lengua árabe: el propio Naguib Mahfuz elogió a Naqqash por sus obras y por su uso magistral de la lengua árabe, tanto en su versión literaria, como en la hablada por los judíos iraquíes. Sin embargo, fue un escritor poco reconocido en vida, por el hecho de escribir en árabe en Israel. Es evidente que lengua y lugar de escritura están intrínsecamente relacionados.
Samir Naqqash simboliza de alguna manera la historia de la literatura escrita por judíos árabes, en particular en Irak; sus aportaciones literarias fueron considerables, su conocimiento de la lengua árabe también, pero al mismo tiempo es evidente su marginación en el panorama literario coincidiendo con el auge de unos nacionalismos excluyentes, en los que los conceptos de árabe y de judío se resignificaron como contrapuestos.