POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 222

La diplomacia del regalo

Historia de un instrumento privilegiado en la relación entre Estados. Del faraón Akenatón al presidente Barack Obama.
Luis Felipe Fernández de la Peña
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Paul Brummell es un diplomático británico que consagra sus ocios a escribir libros de viajes y a la petite histoire de su carrera profesional. Diplomatic Gifts es un ejemplo sobresaliente del talento británico para aunar amenidad y erudición con la ayuda de bien traídas anécdotas. El resultado es una obra de grata lectura sobre un tema que a primera vista pudiera parecer menor pero que ilumina una dimensión mayor en la evolución de las prácticas diplomáticas.


Diplomatic Gifts. A History in Fifty Presents.
Paul Brummell
Hurst & Company Publishers, 2022
376 págs.


Brummell escudriña la transformación de la diplomacia por la mirilla de los usos imperantes en el intercambio de regalos entre soberanos y entre Estados. Su mirada retrospectiva abarca más de tres mil años de historia que el autor ejemplifica en cincuenta episodios, desde las dádivas fastuosas del faraón Akenatón, hasta los modestos presentes del presidente Barack Obama.

El regalo, cuyos orígenes rastrea Brummell en la antropología, encierra múltiples funciones potenciales, a veces fronterizas, como expresión de jerarquía en el sistema tributario chino, como fijación de precio en el soborno y como marcador de igualdad en el regalo diplomático.

Algunos de los cincuenta episodios seleccionados adquirieron pronto proyección histórica. En el año 1250 a. C., los griegos ofrecieron a los asediados troyanos un caballo de madera, ejemplo emblemático del regalo como subterfugio. La artimaña dejaría un legado fecundo en la literatura y en la leyenda, la astucia de Ulises, el don profético de Laocoonte y Casandra, la recreación de Virgilio (“Timeo Danaos…”), perviviendo en nuestros días como metáfora cotidiana. En el año 4 a. C., tres sabios de Oriente ofrendaron oro, incienso y mirra al Mesías. Su condición de futuro Rey de los Judíos, confería al obsequio carácter de regalo diplomático.

 

«Un tema que a primera vista pudiera parecer menor pero que ilumina una dimensión mayor en la evolución de las prácticas diplomáticas»

 

Dos de los ejemplos tienen a nuestro país como protagonista. El primero involucra a Felipe IV y al Príncipe de Gales. Las negociaciones para cerrar la boda de la hermana de nuestro monarca con el futuro Carlos I contienen episodios novelescos. Carlos y el duque de Buckingham viajaron de incógnito a Madrid en 1523 para apresurar el trato.

Al final la boda no se celebró por oposición de Olivares, pero los ingleses retuvieron como regalo cuadros de Tiziano, Veronese y el Sansón de Giambologna. En 1816, tras la batalla de Vitoria, el duque de Wellington se hizo con los ciento cincuenta lienzos de la colección real, entre ellos cuatro Velázquez, que el rey José había abandonado en su huida. Los envió a Londres con la promesa de devolvérselos más tarde a Fernando VII, pero éste terminó por regalárselos rumbosamente.

Otros dos obsequios se han hecho legendarios. En 1880 la reina Victoria regaló al presidente Hayes el escritorio Resolute, que figura desde entonces de forma prominente en el despacho oval. La mesa había sido elaborada con la madera del HMS Resolute, navío entregado por Estados Unidos a Gran Bretaña en su colaboración competitiva por descubrir el paso del Noroeste. En 1884 el pueblo de Francia regaló al pueblo de EEUU la estatua de la Libertad, una empresa en la que intervinieron Gustave Eiffel, Ferdinand de Lesseps y Joseph Pulitzer por parte norteamericana. Estos regalos sirvieron para subrayar simbólicamente una “relación especial” de los dos países del Viejo Continente con la gran potencia emergente.

 

«El autor escudriña la transformación de la diplomacia por la mirilla de los usos en el intercambio de regalos entre soberanos y entre Estados»

 

Cumpliendo la función que aconsejaba Horacio de enseñar deleitando, el libro de Paul Brummell nos guía por la historia de la diplomacia a través del intercambio de regalos y su dramática evolución a lo largo de los siglos. Lejos quedan aquellos tiempos en los que Thomas Jefferson, tercer presidente de EEUU, se quejaba a su secretario de Estado: “No hemos sabido nada de nuestro embajador en España en tres años. Si no nos llegan noticias suyas este año, tendremos que escribirle una carta”.