La elección de Donald Trump en 2016 desencadenó un gran debate sobre la naturaleza y el destino del orden internacional liberal, atrapado de repente, al parecer, entre la Caribdis de las grandes potencias iliberales y la Escila de un presidente estadounidense hostil. Puede que Trump haya perdido la presidencia en 2020, pero el orden liberal sigue amenazado. En todo caso, los acontecimientos recientes han subrayado la magnitud de los desafíos a los que se enfrenta y, lo que es más importante, que estos desafíos son solo una manifestación de una crisis mucho más amplia que pone en peligro al propio liberalismo.
Durante décadas después de la Segunda Guerra Mundial, las facciones dominantes tanto en el Partido Demócrata como en el Republicano estuvieron comprometidas con el proyecto de crear un orden internacional liberal liderado por Estados Unidos. Consideraban que Washington era fundamental para construir un mundo organizado, al menos en parte, en torno a los intercambios comerciales y la propiedad privada; la protección de los derechos políticos, civiles y humanos; la superioridad normativa de la democracia representativa; y unos Estados soberanos formalmente iguales que trabajaban con frecuencia a través de instituciones multilaterales. Independientemente de sus defectos, el orden que surgió tras la Guerra Fría sacó a millones de personas de la pobreza y llevó a un porcentaje récord de la humanidad a vivir bajo gobiernos democráticos. Pero también eliminó los cortafuegos que hacían más difícil que la agitación en un nivel político se extendiera a otro, por ejemplo, saltando del nivel subnacional al nacional, al regional y, finalmente, al mundial.
«A ojos de muchos estadounidenses de derechas y de sus homólogos extranjeros, el iliberalismo occidental parece perfectamente democrático»
Los principales actores de las democracias establecidas, especialmente en Europa y Norteamérica, asumieron que la reducción de las barreras internacionales facilitaría…