Memorias de un tiempo que se desvanece
Hay consenso en que nos encontramos ante el escenario más inestable desde la Segunda Guerra Mundial y en que nos movemos hacia un paradigma menos fundamentado en reglas y más en dinámicas de poder, con menos cooperación y más confrontación, y donde las instituciones multilaterales pierden relevancia.
¿Está la práctica diplomática condenada a la irrelevancia? Stuart E. Eizenstat lo tiene claro: es más relevante que nunca. Si la “diplomacia es la gestión de disputas, intereses y relaciones mediante la negociación” para “evitar un ciclo de guerra constante” debemos seguir apostando por la diplomacia. Así lo cree el autor de este libro, exembajador estadounidense ante la UE, y exsubsecretario del Tesoro y del Departamento de Estado, así como asesor de presidentes de Estados Unidos, especialmente de Jimmy Carter.
En el prólogo, Henry Kissinger define el objetivo de la obra: “EEUU necesita un marco para llevar a cabo diplomacia, y Eizenstat ha escrito este libro para proporcionárselo. Ese marco se basa en la historia y en los conceptos que surgen por analogía de ella”. Sin embargo, no es un manual de diplomacia, ni tampoco unas memorias al uso. Es un análisis en primera persona de las negociaciones más significativas del último medio siglo en las que EEUU ha participado, ya sea como mediador (Oriente Medio, reunificación alemana, Irlanda del Norte), como partícipe en un conflicto (Vietnam, Bosnia, Kosovo, Afganistán, Irak) o como parte relevante en una negociación multilateral (comercio y clima).
El valor añadido del libro está en las entrevistas con buena parte de los negociadores de los hechos más relevantes de la política estadounidense en las últimas décadas. Se desvelan intimidades, llamadas, contenido de reuniones y detalles personales y en cada capítulo se analiza el método de cada negociador. Los dos casos más interesantes son probablemente la negociación del Protocolo de Kioto y de las compensaciones a víctimas del holocausto que, en nombre de EEUU, lideró el propio Eizenstat.
El autor concluye su análisis con 13 preceptos para la negociación diplomática. Para ir más allá del salami slicing, recomienda asegurar el apoyo de superiores, desarrollar empatía y relaciones personales con interlocutores, usar intermediarios, ser posibilista, estar abierto a un uso prudente de la fuerza militar y prestar atención a la implementación efectiva de acuerdos.
Pero el peso internacional actual de EEUU y de Occidente es muy distinto al del periodo analizado, como lo es la predisposición general a llegar a acuerdos de los actores o el nivel de polarización política de las opiniones públicas nacionales. Probablemente ese sea el principal problema de este libro original y valioso. A pesar de las críticas a negociaciones (gestión post conflicto en Irak de Paul Bremer o acuerdo de Trump para la retirada de Afganistán), una limitación del análisis de Eizenstat es la ausencia de una reflexión profunda sobre el contexto geopolítico más amplio. Por ejemplo, la descripción positiva de los Acuerdos de Abraham contrasta con la falta de análisis sobre sus implicaciones a largo plazo, como demuestra la invasión de Gaza.
El autor intenta mantenerse por encima de la polarización que hoy divide a EEUU. Cita profusamente a Kissinger y a Carter, como si las diferencias entre sus visiones del mundo fueran meras cuestiones de estilo pese a sus perfiles diametralmente opuestos sobre el peso que debe otorgar la política exterior de EEUU a intereses y valores. También a Hillary Clinton y John Bolton, con una aproximación al multilateralismo antagónica.
Mientras Eizenstat considera que atajar el cambio climático es el principal test al liderazgo de EEUU, hoy se debate si una nueva administración Trump eliminaría cualquier referencia al cambio climático de cualquier documento oficial.
Por tanto, hay que ser cuidadosos a la hora de abrazar lecciones de un tiempo distinto al actual. Aun así, las conversaciones periódicas (Viena, Malta, Bangkok y Pekín) entre Jack Sullivan, consejero de Seguridad Nacional de EEUU y Wang Yi, ministro de Relaciones Exteriores de China, nos hacen pensar que siempre hay espacio para la diplomacia, para el arte de persuadir, incluso en tiempos de competición estratégica descarnada.