Europa se ha fijado ambiciosos objetivos para aumentar su cuota de producción mundial de semiconductores del 10% al 20% para 2030. Con ello, pretende recuperar su histórica producción de semiconductores, superada por potencias manufactureras del este asiático como Corea del Sur y Taiwán. La cuestión surgió por primera vez en el contexto de la masiva escasez de suministro de chips durante la crisis de la Covid-19, que provocó el cierre de muchas industrias en Europa, especialmente en la industria automovilística alemana. El esfuerzo también forma parte del objetivo más amplio de Europa de alcanzar la soberanía tecnológica y la seguridad económica, ya que los semiconductores se han convertido en una de las tecnologías más críticas en la era de la Cuarta Revolución Industrial, con grandes potencias como China, EEUU y Japón compitiendo por el dominio.
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Para hacer realidad su sueño, Europa está adoptando nuevas estrategias, una de las más importantes es atraer a fabricantes extranjeros de chips de última generación como Intel y Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) para que instalen fábricas en Europa. Sin embargo, la pregunta sigue en el aire: ¿Puede Europa recuperar su gloria perdida gracias a las inversiones de empresas extranjeras? ¿Podrá entonces competir con las potencias manufactureras del este asiático, que no sólo se esfuerzan por mantener su actual dominio, sino que también se posicionan agresivamente para reforzar sus estrategias en el sector?
Intel en Europa: ¿socio estratégico o solución a corto plazo?
Uno de los pilares más importantes de las ambiciones europeas en materia de semiconductores es la entrada de Intel en el continente para la fabricación de chips. Intel es una de las tres únicas empresas del mundo, junto con la surcoreana Samsung y la taiwanesa TSMC, capaces de producir chips de última generación. Los líderes europeos se mostraron entusiasmados con los planes de Intel de construir instalaciones en Alemania. En junio de 2023, el canciller alemán, Olaf Scholz, y el vicecanciller y ministro de Economía, Robert Habeck, durante la firma de los acuerdos con Intel, destacaron que esto representaba la mayor inversión extranjera en la historia moderna de Alemania, posicionando tanto a Alemania como a Europa en uno de los principales centros de producción de semiconductores del mundo.
Sin embargo, se plantean al menos dos cuestiones sobre si Intel puede realmente ayudar a Europa a alcanzar sus objetivos. La primera está relacionada con el compromiso de Intel con la estrategia “América primero”. El consejero delegado de Intel, Pat Gelsinger, ha sido uno de los más firmes defensores de que la producción de chips vuelva a EEUU. Ha promovido la idea de que Washington debe liderar la fabricación de semiconductores mediante un enfoque de suma cero, lo que significa que la cuota de producción en EEUU es más importante que el crecimiento económico mundial. Esta postura coincide con la de los líderes políticos demócratas y republicanos, decididos a traer de vuelta la producción de chips a cualquier precio. Las recientes declaraciones del candidato presidencial republicano Donald Trump, en las que afirmaba que, si salía elegido, traería de vuelta a EEUU la fabricación desde Berlín y otras partes del mundo, arrojan dudas sobre el compromiso a largo plazo de Intel con su planta de Alemania. Sigue sin estar claro cómo reaccionará el liderazgo político de EEUU si una empresa estadounidense ayuda significativamente a Europa a construir su base de fabricación de semiconductores.
La segunda cuestión son los propios problemas de Intel. Intel se ha quedado rezagada con respecto a sus competidores TSMC y Samsung, que están muy por delante en la producción de chips de última generación, incluidos los chips que están impulsando la revolución de la IA en todo el mundo, como los utilizados en los sistemas de ChatGPT. Debido a su incapacidad para ponerse a la altura de sus competidores del este asiático, se plantean dudas sobre su futuro. Existe la preocupación de que Intel abandone sus planes de inversión en el extranjero y no cumpla su promesa de construir instalaciones de chips en Alemania, lo que también pone de manifiesto la posible debilidad de los compromisos a largo plazo de las empresas estadounidenses con Europa y su mayor alineación con la estrategia “America First”.
La apuesta europea por TSMC: ¿Puede triunfar en Europa el modelo de Asia Oriental?
La segunda apuesta de Europa es la taiwanesa TSMC, que ha anunciado planes para construir su primera planta de fabricación, también en Alemania, con importantes ayudas estatales del gobierno alemán, unos 11.000 millones de dólares estadounidenses. Esta financiación ha sido aprobada por la Comisión Europea con la esperanza de reavivar las ambiciones europeas en materia de chips. El optimismo es grande, especialmente con la asistencia del canciller alemán, Olaf Scholz, y de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen , a la ceremonia de apertura de la primera fábrica europea de TSMC en la ciudad de Dresde, al este de Alemania, en agosto de 2024- No obstante, la pregunta sigue siendo: ¿puede TSMC ayudar a Europa a lograr sus ambiciones políticas? Dos cuestiones importantes podrían obstaculizarlo.
En primer lugar, al igual que Intel, TSMC también está plenamente comprometida con la estrategia “Taiwán primero”. TSMC, que se creó como empresa estatal con la idea de convertir a Taiwán en una potencia dominante en la industria, sigue comprometida con la principal prioridad del país: el “Escudo de Silicio”. TSMC quiere asegurarse de que el mundo, especialmente las potencias occidentales, sigan dependiendo de Taiwán para obtener chips de última generación, garantizando así la atención mundial a las preocupaciones de Taiwán en materia de seguridad. Este compromiso fue claramente articulado por el presidente y director general de TSMC, C.C. Wei, quien declaró: “La primera prioridad es Taiwán, la segunda prioridad es Taiwán, y la tercera prioridad es Taiwán”.
De ahí que, aunque TSMC haya ampliado sus instalaciones de fabricación en Japón, EEUU y Europa, su actividad principal seguirá estando basada en Taiwán. Además, el reciente anuncio del gobierno de Taiwán, dirigido por Lai Ching-te, sobre su ambición de reforzar el liderazgo de Taiwán en semiconductores en medio de la creciente competencia mundial plantea dudas sobre el compromiso a largo plazo de TSMC con sus proyectos en el extranjero.
La segunda cuestión son los retos relacionados con la mano de obra. Dado que el mundo se enfrenta a una grave escasez de trabajadores cualificados, cualquier plan de expansión para la producción de chips dependerá en gran medida de que se garantice una mano de obra cualificada suficiente. Europa también se enfrenta a una escasez de mano de obra cualificada, lo que podría afectar a los planes de expansión de TSMC en la región. En una línea similar, el proyecto anunciado por TSMC en EEUU ha sufrido retrasos debido a la escasez de mano de obra. El problema no es sólo de escasez a largo plazo, sino también de cultura laboral.
Recientemente, un antiguo ejecutivo de TSMC atribuyó el éxito de Asia Oriental en la fabricación de chips a la cultura confuciana, sugiriendo que los trabajadores están dispuestos a trabajar muchas horas sin vacilar para ayudar a su empresa a competir en costes. Las operaciones de TSMC en EEUU. se han enfrentado a choques culturales entre la dirección de TSMC y los trabajadores estadounidenses. En Europa, donde las leyes laborales son estrictas y existe una demanda creciente de jornadas laborales más cortas, está por ver si una empresa de Asia Oriental como TSMC puede tener éxito a largo plazo.
El camino a seguir: cómo puede Europa volver a liderar la industria de los semiconductores
Los casos de las inversiones de Intel y TSMC en Europa son un testimonio de los límites de la actual estrategia europea en el sector. Es posible que Europa no logre sus objetivos de aumentar su cuota de mercado en la producción de semiconductores para 2030, ni alcance la soberanía tecnológica que se han propuesto los líderes europeos, si las estrategias actuales siguen dependiendo demasiado de empresas extranjeras cuyo compromiso a largo plazo con la región sigue siendo incierto.
La cuestión es entonces qué debe hacer ahora la Unión para superar las limitaciones inherentes a una estrategia centrada en atraer a productores extranjeros. Para reavivar su suerte en el sector, podríamos aprender de las potencias manufactureras del este asiático, especialmente Corea del Sur y Taiwán, que han logrado ganar cuota de mercado desde la década de los 90 superando a actores anteriormente dominantes como EEUU y Japón. De hecho, hay al menos tres lecciones:
En primer lugar, aunque la inversión extranjera y los conocimientos técnicos externos son importantes para apoyar el sueño tecnológico europeo, la industria sólo puede reactivarse de verdad promoviendo el capital europeo. Las lecciones del pasado sugieren que es el capital nacional, y no la inversión extranjera, la clave para conseguir una posición competitiva en las industrias de alta tecnología. Corea del Sur y Taiwán, como recién llegados a la industria de fabricación de semiconductores en las décadas de 1980 y 1990, fueron capaces de competir con los actores establecidos y ganar cuota de mercado a las empresas estadounidenses, europeas y japonesas. Esto sólo fue posible cuando redujeron su dependencia del capital extranjero y promovieron el capital nacional, que se comprometió con la industria a largo plazo, a pesar de diversos retos. Hicieron grandes inversiones para mejorar la industria tecnológica nacional, soportando riesgos e incluso pérdidas constantes durante muchos años. Dado que Europa es ahora una recién llegada a este sector, debe dar prioridad a las empresas europeas comprometidas con sus objetivos estratégicos a largo plazo.
La segunda lección de Corea del Sur y Taiwán es que Europa debe promover la entrada de grandes grupos empresariales en esta industria de alta tecnología. Ningún país o región puede recuperar su posición en una industria tan intensiva en capital confiando únicamente en las empresas de nueva creación o en el espíritu empresarial. Fueron los grandes grupos empresariales los que ayudaron a Corea del Sur y Taiwán a alcanzar sus ambiciones tecnológicas. Por lo tanto, también en Europa, los grandes grupos empresariales deberían tomar la iniciativa, ya que disponen del capital para invertir en innovación e investigación y desarrollo (I+D), esenciales para competir con los actuales competidores del este asiático.
Por último, la lección más importante es que los gobiernos europeos deben mantener un compromiso a largo plazo con esta industria. Los líderes deben adoptar un enfoque a largo plazo y orientado a objetivos para apoyar a este sector. En la era posterior a la guerra fría, el auge de los Estados reguladores en Europa provocó un declive del papel del Estado en la economía. Con el auge del Consenso de Washington, este papel proactivo del Estado en la economía se ha visto a menudo de forma negativa. Por ello, Europa debe replantearse su mentalidad. El Estado es uno de los actores más importantes en el fomento de la industria de los semiconductores. En Asia Oriental, los gobiernos tratan este sector como una “industria nacional” y le proporcionan todo tipo de ayudas para garantizar su competitividad. Así pues, Europa necesita reconsiderar su política industrial promoviendo el papel proactivo del Estado en el establecimiento de objetivos y metas para la fabricación de semiconductores.
En resumen, el capital europeo, la implicación de los grandes grupos empresariales en la industria de los semiconductores y, lo que es más importante, un enfoque dirigido por el gobierno, a largo plazo y orientado a objetivos, pueden ayudar a Europa a recuperar su sueño de los semiconductores y alcanzar la soberanía tecnológica.
Artículo traducido de la web del Istituto Affari Internazionali (IAI).