A pesar de la ruptura del diálogo político al más alto nivel, entre militares “se habla, desde luego”, admiten diversas fuentes militares occidentales. Recuerda el dicho de Clausewitz de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. La política, según el pensador militar prusiano, no se interrumpe, sino que continúa durante las guerras, y es la que permite concluirlas. Las “líneas rojas” de unos y otros se han consultado, esencialmente entre Washington y Moscú.
La ofensiva ucraniana en Kursk, el primer territorio capturado a Rusia desde la Segunda Guerra Mundial, ha supuesto un giro de los acontecimientos. Una de las reglas era no ocupar territorio que perteneciera a la Federación Rusa, acompañada de otra complementaria: Que Ucrania no atacase más allá de las zonas en disputa. Crimea y sus aguas son territorio en disputa. Es difícil pensar que los ucranianos lo hayan hecho en Kursk sin el conocimiento o el beneplácito o apoyo de EEUU (y Reino Unido), dada la cantidad de asesores militares de estas potencias en Ucrania.
Zelenski puede estar siguiendo una agenda propia, asumiendo más riesgos de los que Washington desearía. Si lo ha hecho sin consultar a sus aliados, malo. Si lo ha hecho con el apoyo o beneplácito de sus aliados, también. Pese a las buenas palabras, hay una cierta desconfianza en Zelenski y su entorno, reforzada tras la pérdida del caza F-16.
La acción ucraniana puede responder a un esfuerzo por tomar posiciones de cara a una negociación que acabe implicando intercambios de territorio, especialmente si Donald Trump volviera a la Casa Blanca. Está por ver si para los ucranianos la incursión de Kursk, además de política, moral y quizás diplomáticamente efectista, tiene sentido militar si desguarnece el Donetsk. El profesor Stephen Biddle califica de “falsa promesa” esta incursión en territorio ruso pues no cambiará el equilibrio de fuerzas.
En todo caso, las reglas de los aliados rigen los límites y el alcance de los armamentos que se suministran a Ucrania. Las reticencias de parte de los aliados a incursiones profundas en territorio ruso tampoco deben subestimarse. París y Londres están más a favor que Washington o Berlín, que temen que la OTAN se vaya viendo incrementalmente involucrada. ¿Se está paulatinamente deshaciendo esta regla y “otanizando” aún más el conflicto?
A cambio de la no ocupación o ataques a territorio ruso hay otra regla, que no tiene sentido militar sino político: Rusia no ataca las líneas de suministro desde Polonia y otros países limítrofes de los armamentos que Occidente proporciona a Ucrania. Sin estos suministros, Kiev no podría librar esta guerra defensiva, que intenta transformar en ofensiva. Cuando se les pregunta a expertos rusos que visitan España por qué Rusia no ataca esas líneas, las respuestas siempre son evasivas.
Estas reglas vienen enmarcadas en dos situaciones. La primera es que Rusia es una potencia nuclear. De hecho, Putin ha esgrimido pública y privadamente la amenaza del uso de armas nucleares de forma táctica en caso de que peligren lo que considera intereses vitales rusos. Esta condición nuclear ha marcado la decisión de los aliados occidentales, esencialmente la OTAN, de evitar un enfrentamiento directo con fuerzas rusas, que pudiera llevar a una escalada de difícil control. Aunque desde el punto de vista militar, el uso táctico de armas nucleares no tiene mucho sentido para Rusia, la lógica de la estrategia nuclear, de la disuasión mutua en el uso, con sus paradojas y su mayor complejidad actual, requiere un aggiornamento. De momento, lo que hay es una nueva carrera, incluida la perspectiva de instalación de misiles con capacidad atómica en Alemania en 2026.
La segunda situación es que las armas occidentales denegaron desde el principio el control del espacio aéreo a unas fuerzas aéreas rusas que, de haber podido utilizar libremente sus aviones, hubieran supuesto una marcada superioridad. También en dirección contraria. Son los drones, incluidos los llamados “drones asesinos” y los misiles no tripulados, los que marcan las batallas en el espacio aéreo de este conflicto, con los ucranianos llegando incluso, más simbólicamente que otra cosa, a Moscú.
Todo ello no quita que un objetivo de ambos contendientes, especialmente de los rusos, sea, en contra del Derecho Internacional, la población civil del otro. Es una tendencia que deriva de la Segunda Guerra Mundial, de los ataques alemanes contra Inglaterra, y los llamados “bombardeos estratégicos” de los aliados contra Alemania que sirvieron de poco, como se valoró a posteriori. Los ataques contra las poblaciones civiles han ganado en importancia, como en el ataque de Hamás y la respuesta contra Gaza. Con ello, las guerras modernas, con nuevas tecnologías, se están demostrando muy cruentas, para combatientes y no combatientes.
En el caso ruso parece haber otro objetivo: la destrucción del tejido industrial de Ucrania, que, en cualquier caso, tardará en recuperarse. Está claro que ese ha sido una constante rusa de esta ya larga guerra. Un objetivo que ahora se ha reforzado tras la toma de parte de la región de Kursk por los ucranianos.
En esta guerra hay otro elemento que no se toca, porque supondría un casus belli general: los satélites de reconocimiento y de comunicaciones. El desarrollo de sistemas de satélites privados, como los Starlink de Elon Musk, fue vital para que las tropas ucranianas tuvieran acceso a Internet. La ciberguerra y los sabotajes, aunque más libres, parecen tener también algunos límites. El caso de la detención en Francia de Pavel Durov, el CEO de Telegram tiene impacto en este contexto ya que el servicio de mensajería es, o era, estratégico para los rusos.
Estas reglas hacen que el conflicto quede controlado, limitado. Pero si se rompen, la dinámica puede cambiar. De hecho, las normas no escritas, pero habladas, pueden ser muy fluidas y estar sujetas a cambios a medida que evoluciona el conflicto. Lo que puede considerarse un comportamiento aceptable en un momento dado puede convertirse en inaceptable más adelante.