Ucrania: resurgir intelectual entre las ruinas
Fue en un coche, de camino al aeropuerto de Roma desde la ciudad de Perugia, cuando el periodista y escritor Juan Cruz me preguntó: ¿qué es lo que más echas de menos de Ucrania? El día anterior estuve hablando en un festival literario en la región italiana de Umbría sobre la guerra que Rusia inició en 2022. Pero, en estos más de 27 meses, nadie me había hecho la pregunta que me hizo Cruz y por eso mismo me sorprendí contestando: la tierra.
En el ensayo Donbas-Ucrania, el viaje de una vida escrito por Volodymyr Rafeenko e incluido en el libro Ucrania en su Historia y sus historias. Ensayos de intelectuales ucranianos, el escritor cuenta cómo abandonó su casa en Donbas en 2014, el año en el que Rusia se anexionó Crimea e inició una guerra a pequeña escala en el este de Ucrania. Y el primer recuerdo de Rafeenko cuando piensa en su Donbas natal es el de los albaricoques en flor, un olor dulzón flotando en el aire y los pétalos blancos cubriendo la tierra.
En el capítulo Steppe, imperio y crueldad, el filósofo Volodymyr Yermolenko habla de la vastedad de la estepa ucraniana y como esa enorme extensión de tierra ha moldeado la cultura y también la mentalidad de los ucranianos, su forma de entender el gobierno y sus ansias históricas de libertad. Una vez más, la tierra como base desde la que partir. No queda duda de que ese terreno al que Timothy Snyder (que aparece referenciado en muchos de los ensayos) llamó Tierras de sangre es al mismo tiempo un dolor pero también una promesa: un trozo propio sobre el que construir una nación.
Cuando el propio Yermolenko, que actúa de editor en este libro, se propuso en 2019, tres años antes de la guerra total, reunir en un mismo libro una colección de 16 ensayos sobre Ucrania escritos por ucranianos, no sabía lo que teníamos por delante. Y lo que se pensó como un libro de los ucranianos para entenderse a ellos mismos, acabó siendo un libro para que el mundo pudiera entender a Ucrania. “Ucrania es todavía una tierra incógnita”, escribe al principio del libro el periodista Andriy Kulakov y prosigue: “Sigue siendo una tierra desconocida geográfica, histórica, mental y culturalmente hablando. Los mismos ucranianos encuentran a menudo difícil entender qué les está pasando y las razones que hay tras sus derrotas y victorias. Entre un montón de fragmentos provenientes de distintas épocas, países, etnias, religiones y sentimientos, buscan a tientas por todo el mundo su singularidad”.
Primero la Revolución Naranja (2004) y después el Euromaidán (2013) y la guerra del este de 2014 pusieron al país sobre el mapa. Aunque fue la guerra total la que hizo que Occidente comprendiera que había un rincón en el mundo, apenas partícipe en Europa más allá de proporcionar trigo y a Shevchenko (al futbolista, no al escritor), que sin haber recibido lecciones civilizadoras defendía la esencia de los valores europeístas: libertad y democracia.
Así, escribe Peter Pomerantsev en el prefacio, “uno de los grandes fracasos de la clase literaria y mediática en lo que una vez se llamó Occidente, ha sido su incapacidad para encontrar voces ucranianas que hablen de su propia experiencia”. Y este gran ensayo, compendio de ensayos, le pone remedio. A lo largo de más de 280 páginas, voces como la de Andriy Kurkov, Serhii Plokhy o Yuri Andrukhovych hablan de identidad, cultura, la Rus de Kiev, la idiosincrasia campesina y cosaca o el bilingüismo. Pero también de la Ucrania traumatizada y la que traumatizó aliándose con verdugos como Hitler y Stalin en distintos momentos de su Historia. Porque para poder definir a un país, también hay que mostrar sus heridas.
En el caso de un país cuyo nombre significa “frontera” no es de extrañar que el libro comience con la frase de Pomerantsev: “Una de las cosas más curiosas de Ucrania es que nadie sabe en realidad dónde está”. Por suerte, el libro viene a mostrar, al menos, lo que Ucrania es.