Vista aérea de Jartum el 8 de junio de 2023. SAYED, GETTY.

Cómo ayudar a construir la paz en Sudán

Los responsables políticos de la UE deben apoyar a la sociedad civil sudanesa –especialmente a las mujeres activistas– y, al mismo tiempo, cortar el suministro de armas a las milicias y ejercer presión diplomática sobre China y EAU para evitar una mayor crisis humanitaria.
Mark Fathi Massoud
 |  28 de junio de 2024

En su segundo año, la olvidada guerra civil de Sudán se ha cobrado al menos 15.000 vidas, provocando la casi total destrucción de la ley, política y sociedad sudanesas. En este sangriento retroceso que recuerda al genocidio de Darfur de hace dos décadas, las milicias han asaltado e incendiado pueblos enteros.

Sudán, un vasto país, tres veces mayor que Francia y con una población de casi 47 millones de habitantes, se enfrenta a una catástrofe humanitaria de proporciones inmensas. Según la OCHA, la agencia de respuesta a crisis de las Naciones Unidas, unos 25 millones de personas –el equivalente a la población de Australia– no pueden sobrevivir sin ayuda humanitaria.

La guerra ha creado la crisis de desplazados de más rápido crecimiento del mundo, con casi 11 millones de personas que huyeron de sus hogares en los primeros meses de conflicto. Cada día huyen 20.000 personas más, lo que equivale a vaciar una ciudad del tamaño de Munich cada dos meses. La violencia ha asolado la capital sudanesa, Jartum, cerrando el principal aeropuerto del país y provocando la huida del propio gobierno 800 kilómetros al noreste, a la ciudad costera de Port Sudan, en el Mar Rojo.

Las consecuencias económicas y políticas de esta guerra durarán generaciones. Sudán tiene ahora la mayor población de desplazados internos del mundo, la mitad de ellos menores de 18 años. Hay más niños desplazados que en ningún otro lugar del planeta, y 19 millones de niños sudaneses no están escolarizados.

Según el presidente de Sudán del Sur, Salva Kiir, “Sudán es un amortiguador entre zonas de agitación en África y si se permite que se consuma por su conflicto interno toda África se desangrará”.

En este contexto de catástrofe que amenaza con trastornar la geopolítica africana en general, los incansables activistas sobre el terreno están ayudando a los grupos de ayuda humanitaria a llegar a las poblaciones locales a la vez que facilitando información crucial a diplomáticos y medios de comunicación que no pueden viajar a Sudán. Los gobiernos de los países europeos pueden hacer más para proteger y apoyar a estos grupos. Pero, ¿cómo ha llegado Sudán a esta catástrofe y por qué debería importar a los responsables políticos europeos poner fin a esta guerra civil?

 

Estado de guerra

Incluso antes de que estallara la guerra civil el año pasado, Sudán estaba clasificado como el séptimo Estado más frágil del mundo, por detrás de Siria, con 13 años de guerra civil, y Afganistán, bajo gobierno talibán desde la mortífera y caótica retirada del ejército estadounidense en 2021.

A diferencia de Siria y Afganistán, Sudán ha estado en un estado de guerra interna desde antes incluso de ser un país. La primera guerra civil, que comenzó en 1955, meses antes de que el Reino Unido liberara a Sudán del dominio colonial, terminó en 1972.

Otra guerra, más larga y mortífera, comenzó una década después. El acuerdo de paz que le puso fin en 2005 dejó a varios grupos armados resentidos por haber sido excluidos del acuerdo de paz del gobierno que contaba con sólo un grupo entre los muchos que cohabitan el país africano.

Estas conflagraciones, alimentadas por rivalidades étnicas y la búsqueda de recursos naturales como el petróleo y el oro, mataron a millones de personas, la mayoría de ellas en tierras que ahora son Sudán del Sur, desde 2011 el país más nuevo del mundo y ahora asolado por su propia guerra civil e inestabilidad.

Los tres efímeros gobiernos democráticos de Sudán ocuparon brevemente el poder en Jartum durante sólo 11 de los 68 años transcurridos desde la independencia. Nunca pudieron detener las guerras. Las dictaduras más longevas de Sudán se han beneficiado de ellas.

 

Abandono de Sudán

La última guerra comenzó en 2023, en un día de primavera por lo demás anodino. Las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), un grupo miliciano al que las SAF apoyaban en el pasado, no se ponían de acuerdo sobre cómo compartir el poder, y mucho menos sobre si transferir el poder a los civiles y cómo hacerlo después de que una revolución popular derrocara en 2019 la dictadura de 30 años de Omar al-Bashir.

La violencia del año pasado fue tan rápida que cogió desprevenidos a los diplomáticos occidentales en Jartum. Mientras llovían bombas y balas, destruyeron sus documentos, cerraron sus embajadas y evacuaron el país. Desde el malogrado asedio de Jartum por el general británico Charles Gordon en 1884, la capital sudanesa no se había visto tan desbordada por la violencia.

En la actualidad, ningún grupo o gobierno controla totalmente Sudán, aunque las SAF y las RSF son los grupos más probables y temidos para asumir ese papel. Pero ambos se han escindido, dejándolos en la misma posición en la que se encontraba el antiguo hombre fuerte Bashir, incapaz o poco dispuesto a negociar con nuevas facciones armadas que buscan control y dinero. Es posible que los gobiernos extranjeros no vuelvan a abrir sus embajadas en meses o años, dejando al pueblo sudanés a su suerte.

 

¿Qué pueden hacer los países occidentales?

Funcionarios de la ONU afirman que una solución negociada es la única manera de poner fin a la guerra. Los políticos europeos y estadounidenses han intentado tomar la iniciativa en Sudán, pero sus esfuerzos hasta ahora han sido otro caso de demasiado poco y demasiado tarde.

El presidente estadounidense, Joe Biden, nombró a un enviado para Sudán en 2024 para coordinar la política y mediar en la resolución del conflicto. Sin embargo, la preocupación por Sudán sigue siendo baja entre los políticos estadounidenses y los votantes indecisos, especialmente en relación con cuestiones electorales más apremiantes como el aborto, la delincuencia y la inmigración.

El presidente francés, Emmanuel Macron, recibió a altos diplomáticos en París en abril para recabar apoyos para poner fin a la crisis en Sudán. Sin embargo, la política exterior europea se ha visto desbordada por la agresión rusa en Ucrania. Los 2.000 millones de euros prometidos en la Conferencia de París para Sudán quedan empequeñecidos por el compromiso de 160.000 millones de dólares de la Unión Europea con Ucrania y equivalen a solo la mitad de lo que Naciones Unidas dijo que era necesario para Sudán.

Al prometer el 12% (244 millones de euros) del total, la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, declaró en la Conferencia de París que “cada vida cuenta por igual, ya sea en Ucrania, en Gaza o en Sudán”.

 

Pensar en clave nacional

Los diplomáticos occidentales deben centrarse en conseguir que las partes enfrentadas depongan las armas, así como en apoyar a los activistas de la sociedad civil, que son la tabla de salvación del país.

Obligados a abandonar la capital devastada, los activistas –muchos de ellos mujeres– no han renunciado a su lucha no violenta por la justicia. En ausencia de un gobierno plenamente operativo, han estado tendiendo la mano y ayudando a los supervivientes.

Los grupos de mujeres han documentado minuciosamente cientos de casos de violencia sexual que constituyen pruebas de crímenes de guerra. Este número, según las agencias de ayuda, es una pequeña fracción del número real de crímenes sexuales cometidos por los grupos armados.

Constantemente en movimiento, algunas mujeres y niñas han sido agredidas en múltiples lugares, interrumpiendo embarazos no deseados sólo cuando podían llegar a un campo de refugiados lejano. Los pocos hospitales de Sudán que funcionan están controlados en gran parte por las milicias y las mujeres que buscan tratamiento allí pueden ser violadas de nuevo o incluso asesinadas.

El activismo y las contribuciones de los grupos de mujeres –junto a asociaciones de abogados, periodistas y estudiantes– abrieron históricamente una vía hacia la democracia en Sudán, derrocando al régimen de Bashir y a las dictaduras anteriores de los años ochenta y sesenta.

 

Actuar globalmente

Pero los militares sudaneses y las milicias siempre se han puesto a sí mismos en primer lugar, por lo que es imperativo cortar el flujo de armas hacia ellos. El armamento llega a Sudán a través de las líneas de suministro de los países vecinos, como Libia, Chad y Uganda. Algunos de estos países, además de Sudán del Sur, Etiopía y Egipto, están sintiendo la presión de miles de refugiados que huyen de Sudán.

Los responsables políticos de la UE también pueden trabajar con sus homólogos de la Unión Africana y la Liga Árabe para asumir un papel de liderazgo conjunto y multilateral que ejerza presión sobre Emiratos Árabes Unidos (EAU) y China. Son los mayores socios comerciales de Sudán y no deben tomar partido.

Sin embargo, China y los EAU tienen un incentivo para garantizar que reine la inestabilidad en Sudán, siempre y cuando los recursos naturales sigan fluyendo hacia ellos. Con la demanda de oro en máximos históricos tanto en EAU como en China, las milicias de Darfur se han enriquecido trabajando con el grupo ruso Wagner para extraer, traficar y beneficiarse del oro de Sudán.

La Corte Penal Internacional (CPI) ocupa un lugar destacado en cualquier acuerdo futuro. La CPI ya ha abierto seis causas contra siete acusados sudaneses por crímenes cometidos en guerras anteriores. Entre ellos destaca el expresidente Bashir. Languideciendo bajo custodia militar sudanesa, fue la primera persona acusada por la CPI por el delito de genocidio.

 

Una paz sostenible

Mi propia familia huyó de Sudán a principios de la década de 1980, cuando yo era un niño, en medio de la segunda guerra civil del país. Mis padres nunca pudieron regresar. Sin embargo, recuperar la esperanza de la reciente Primavera de Sudán en 2019 es factible. En lugar de rendirse en la desesperación, los responsables políticos de Berlín, Bruselas y otros lugares pueden apoyar a la sociedad civil sudanesa y ejercer presión diplomática sobre China y los EAU para evitar que empeore la crisis humanitaria. Esto constituye la única vía sostenible hacia la paz.

Durante su reciente visita a Namibia para pedir perdón por el genocidio de 75.000 personas perpetrado por Alemania en la época colonial, el Presidente alemán Frank-Walter Steinmeier habló de la importancia de tender la mano “sobre el oscuro abismo de nuestra historia” para reparar la violencia política. Sus comentarios también son válidos para ayudar a Sudán a poner fin a este conflicto, que es demasiado importante como para fingir no verlo.

Artículo traducido del inglés de la web de Internationale Politik Quarterly.

 

Actividad subvencionada por la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores y Globales.

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