El ministro de Finanzas de Brasil, Fernando Haddad (C), habla durante las reuniones anuales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial en Washington DC, Estados Unidos, el 17 de abril de 2024. GETTY.

Del multi al plurilateralismo

El enfrentamiento entre el Norte, que está reforzando el G7, y el Sur Global, especialmente ante la consolidación de los BRICS, está generando divisiones en el seno de un G20 que pierde relevancia. Lleva del malherido multilateralismo a un poco efectivo plurilateralismo.
Andrés Ortega
 |  7 de mayo de 2024

En las reuniones, ministeriales y otras, del G20, cada vez son más frecuentes los choques entre los miembros que se consideran parte del Sur Global, que no es una unidad, y los del G7 que, cada vez más unidos, representan al Occidente Global. Sobre todo, pero no únicamente, a raíz de las tensiones entre EEUU y sus aliados con China, y con Rusia. Ambos son foros informales, cuyo valor está en ser un lugar de encuentro y coordinación. Algo que en el caso del G20 funcionó tras la crisis de 2008 mientras había coincidencia de intereses pero que ha ido a menos. El G7, por el contrario, se refuerza y ha cobrado un nuevo vigor, no exento de hubris ni de tensiones internas –como el alcance de las ayudas públicas a la industria en EEUU, frente al de Europa–. De él salen posiciones comunes en cuestiones de todo tipo, incluidas geopolíticas, especialmente con sanciones, el arma preferida de Occidente, de dudosa eficacia, como se puede ver con Rusia, pues el mundo ha cambiado.

El reforzamiento del G7 es síntoma, o instrumento, de un Occidente global que se resiste a dejar de mandar en el mundo. Ello cuando la Organización de las Naciones Unidas ha perdido relieve. Para septiembre se prepara en la ONU una Cumbre del Futuro. Suena bien, aunque las primeras propuestas para la declaración final están bastante vacías de contenido real. El borrador cero (zero draft) para el Pacto para el Futuro, el gran proyecto para la cooperación internacional en el siglo XXI, hecho público en enero, ha decepcionado por su falta de ideas ante la enormidad de los distintos retos que afronta el mundo, y por la falta de participación en su elaboración del Tercer Sector, de la sociedad civil y de las ONGs.

El enfrentamiento, la irritación, del Sur con el G7, con el Norte en general, tiene diversos motivos. El Sur ve un doble rasero moral de Occidente (por ejemplo, ante el contrataque israelí en Gaza tras los atentados de Hamás del 7 de octubre), o en la guerra de Rusia contra Ucrania, entre otros. A veces apoya el qué, mas no el cómo. Las sanciones, sobre todo la congelación de activos de la Federación Rusa –no digamos ya eventual su uso para ayudar a Ucrania, política que se abre camino en el G7–, ha sido muy mal acogida por varios países del Sur Global, por el precedente que puede suponer para algunos de sus miembros, especialmente los que más dinero tienen.

Por otra parte, buena parte de este Sur Global, con la excepción de los países más ricos en hidrocarburos, no puede competir con las ayudas públicas de EEUU y de Europa para desarrollar una industria puntera, lo que les generará un nuevo grado de dependencia o de falta de desarrollo (por lo cual han recurrido a China). Las exigencias, sobre todo europeas, de limitar las importaciones de países que no cumplen con una agenda verde avanzada –incluida la lucha contra la deforestación para plantaciones, aunque la UE esté frenando la suya–, también son causa de gran irritación en el Sur. Veremos el impacto general de la decisión de los países del G7 de dejar de usar carbón para 2035, mientras economías como China e India todavía son dependientes de ese recurso y han aumentado su uso, aunque también se hayan puesto a la cabeza de las energías alternativas. Además, el G7, está recortando sus ayudas al desarrollo y subiendo sus tipos de interés, lo que perjudica a muchas economías del Sur.

Aunque el G7 nació como marco informal de coordinación económica y financiera entre las entonces más desarrolladas economías del mundo (EEUU, Canadá, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Japón, además de la UE como tal), desde sus inicios en los años 70 se habló de geopolítica en su seno. Se invitó a Rusia en 1998, con lo que pasó a denominarse G8, y se la expulsó en 2014 tras la anexión de Crimea y la ocupación de una parte de Ucrania. Del G7, que ahora cuenta con grupos de reflexión, salen iniciativas que luego se plasman en organizaciones como la OTAN o la UE, o en los países miembros.

Todos los miembros del G7 –presidido este año por Italia– se sientan en el G20, actualmente encabezado por Brasil, y único foro de este tipo en el que son miembros también Rusia y China. Parte del refuerzo del G7 ha sido una respuesta al surgimiento de los BRICS (en un principio Brasil, Rusia, India y China, más, a partir de 2010 Suráfrica), un foro inventado en 2001 como herramienta de análisis por el economista británico Jim O’Neill en un informe de Goldman Sachs. Se ha hecho realidad, y los BRICS están creciendo en miembros y en instrumentos, junto a las organizaciones (como la de Cooperación de Shanghái, u otras que impulsa China para cuestionar las instituciones del orden liberal, las de Bretton Woods, que EEUU asentó tras la Segunda Guerra Mundial pero que no ha sabido o querido adaptar a las nuevas realidades del poder en el mundo. El G7 es la base de una alianza occidental, especialmente hacia lo que ya no se llama el “eje del mal” pero sí un eje antioccidental con China, Rusia, Irán y Corea del Norte, cuyas vinculaciones en la policrisis y en la poliguerra son muy reales.

El G20 cae en la inoperancia, los BRICS se amplían y podrían llegar pronto a sumar en términos de PIB, no aún en riqueza por habitante, al G7. Quizás, como algunos proponen, incluso ampliándose a países como Australia o España. Esto último fue un objetivo que buscó José María Aznar cuando estaba al frente del Gobierno español. Desde 2008, en que empezó a participar en las cumbres, España ha logrado el status de “invitado permanente” en el G20, a lo que una y otra vez intentan objetar algunos del Sur al considerar que hay una sobrerrepresentación europea en el seno de este grupo.

Desde el G20 se suele reclamar volver al multilateralismo. Con la boca más pequeña, también desde el G7, siguiendo las reglas que sentó Occidente. Aunque lo que estamos viviendo con esta proliferación de grupos es el nacimiento de un plurilateralismo, término antes reservado a las negociaciones comerciales entre un pequeño grupo de actores, pero que ahora significa diversas agrupaciones regionales u otras que compiten entre sí, pero también se han de engarzar. En este mundo significa la existencia de varios órdenes multilaterales, regionales o no, que a menudo compiten entre sí. Es más complejo y menos útil a la hora de resolver, o al menos gestionar los problemas globales o incluso regionales que se van acumulando. Veremos que da de sí en septiembre la Cumbre del Futuro. No se trata de una cuestión meramente institucional. En lo concreto, en lo que afecta a la vida de la gente, alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030 parece una meta que se aleja en vez de acercarse. Pero pintar un futuro más atrayente es gratuito. Poner en pie o remozar un nuevo orden mundial basado en reglas compartidas es mucho más difícil.

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