La nueva era de la disuasión nuclear
Dos guerras y una película oscarizada han situado a la disuasión nuclear en el centro del debate público en los últimos años, al menos desde 2022. Putin ha desenfundado de nuevo un arma que solo se ha lanzado en una ocasión en la historia, en agosto de 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki, pero cuya eficaz utilización en su función disuasiva había presidido toda la Guerra Fría, aunque luego quedara momentáneamente obsoleta desde el inicio del desarme nuclear en la década de los años 80. Lo ha hecho ahora con ocasión de la guerra de Ucrania en su modalidad de “disuasión agresiva”, que es la que ejerce una potencia nuclear para imponer unas reglas de juego a su favor atacando a un enemigo que no la posee.
Mucho más sigilosa es su presencia en la retaguardia de la guerra de Gaza, plenamente funcional en el caso de Israel, incluso en el silencio de su propia “disuasión agresiva” frente al contexto regional árabe que, como Ucrania, tampoco la posee, y a un paso de su obtención por parte de su enemigo estratégico, la República Islámica de Irán, potencia militar e ideológica cuyas terminales se extienden hasta Gaza, Líbano, Siria, Iraq y Yemen, preparada para acelerar su carrera hacia el arma apocalíptica en caso de una inexorable marcha hacia la guerra abierta. El éxito de público de Oppenheimer, el filme de Christopher Nolan, basado en Prometeo americano la biografía de Robert Oppenheimer de Kai Bird y Martin Sherwin, ha proporcionado el factor de notoriedad que faltaba para una toma de conciencia por el gran público sobre el valor del armamento nuclear y el peligro apocalíptico que se halla en manos de los gobernantes que cuentan con ella en sus arsenales.
La disuasión nuclear ha acompañado la larga etapa de la Guerra Fría y las tres décadas de dominio unipolar del mundo ahora clausuradas, pero todo son interrogantes sobre el futuro del arma nuclear y de la propia disuasión. Su protagonismo en la “larga paz” desde 1945 hasta ahora es indiscutible, aunque sea objeto de debate si se trata del factor determinante, cifrado también en las instituciones internacionales o en las interdependencias económicas del orden mundial a partir de 1945. Saber si nos estamos adentrando en una nueva era nuclear y atisbar cuáles son sus características es la más acuciante de las preguntas que plantea la existencia todavía de 10.000 armas nucleares, mayoritariamente en manos de Estados Unidos y de la Federación Rusa, la próxima incorporación de China al grupo de países en posesión de grandes arsenales, el desarme en retroceso, la fragilidad de la política de no proliferación y, sobre todo, la incorporación al universo de la guerra del ciberespacio, la Inteligencia Artificial y la computación cuántica.
Bruno Tertrais, director adjunto de la Fundación para la Investigación Estratégica y autor de una amplia bibliografía sobre el tema, analiza detalladamente los principios y las modalidades de la disuasión y de las estrategias nucleares. La idea central sobre la que gira su detallada exposición es el carácter psicológico de la disuasión nuclear, más arte que ciencia, fundamentada en unas capacidades militares y unas estrategias creíbles, acompañadas del reconocimiento de una clara voluntad de acción. Combina por tanto la transparencia con la ambigüedad, cuidadosamente dosificadas en las comunicaciones públicas para producir el efecto disuasivo deseado. La paradoja que la dirige, según hace bien en recordarnos el autor, es que el empleo del arma nuclear “debe ser posible para que su no-uso quede garantizado”.
Es conocida la eficacia histórica de la disuasión nuclear que Tertrais se encarga de analizar en profundidad. No ha habido guerra entre grandes potencias desde 1945. Las guerras en las que han participado las potencias nucleares se han limitado a un a geografía reducida, que solo desmentirían un desbordamiento regional de las contiendas de Ucrania y de Gaza. Ninguna potencia nuclear ha sido invadida ni tampoco objeto de ataques militares de envergadura. Lo mismo ha sucedido con los países cubiertos por el paraguas nuclear de una superpotencia.
El arma nuclear ha moldeado el orden internacional desde 1945. Lo prueba la coincidencia de su posesión con el derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones, una doble condición que proporciona un estatuto único de gran potencia a los países la poseen, aunque ya no lo sean en absoluto como son los casos de Reino Unido y de Francia. Sin paraguas nuclear estadounidense no hubiera existido la Unión Europea. El tabú se impuso a la vista de Hiroshima y Nagasaki y luego nunca se ha roto. Aunque el no uso ha sido la norma, los llamados “tigres de papel” se han usado como arma psicológica en la disuasión. Es una forma paradójica de bien público mundial, en la medida que sirve para la disuasión y garantiza la paz.
Sin embargo, que haya funcionado hasta ahora no es una garantía de que seguirá funcionando en la nueva era nuclear que, de una forma u otra, ya se anuncia. Muchos son las novedades que se pueden atisbar en el horizonte. Según Tertrais, el concepto de disuasión nuclear sigue siendo robusto, apoyado en una sólida tradición de no utilización del arma nuclear, hasta el punto de que “ningún Estado considera su uso como parte anodina de los medios militares”. Si algo la erosiona es la aparición de nuevos actores inherente a la multipolaridad del actual orden mundial. Siempre ha sido esencial el rango de las potencias en la disuasión. Aunque el tamaño del arsenal importe, la llave a la participación en el tablero de la negociación es lo que le da su fuerza política. China lo alcanzará a mitad de siglo si no antes. “La disuasión entre varios podría ser una partida de póquer en el mejor de los casos y una ruleta rusa en el peor”, escribe el autor.
El número de potencias nucleares se mantiene intacto desde 1978. Prueba de que sigue vivo el tabú nuclear y se mantienen por lo general las doctrinas restrictivas sobre su uso. Entre otras, la renuncia al primer disparo sin un ataque nuclear previo o similar que afecte a la existencia misma del país en cuestión, aunque también se extienda el escepticismo sobre su vigencia o los temores a un uso táctico en las actuales guerras convencionales. Si se llegara a romper el tabú, se abrirían las puertas a la proliferación. Lo mismo sucedería si llegarán a prosperar las propuestas trumpistas de abandonar a los aliados de Europa y de Asia a su suerte. La geometría del equilibrio, hasta ahora a dos, entre Moscú y Washington, quedará ampliada a un triángulo con Pekín, en la disuasión y en la negociación.
Tertrais dedica un capítulo específico a la eventualidad de una guerra nuclear entre Pekín y Washington, que parte de una idea tenebrosa: “Todo conflicto entre Estados Unidos y China tendrá de entrada una dimensión nuclear”. La doctrina china vigente partía de la disuasión mínima, el control centralizado y el no-uso en primer lugar, pero la evolución posterior, especialmente la ampliación del arsenal hasta alcanzar la paridad con el americano y el ruso, conducen a sospechar en un cambio doctrinal, sobre todo en situaciones bélicas, que afectarían también al no-uso en primer lugar. Tal sería el caso de “una derrota de sus fuerzas convencionales que condujera no solo al fracaso de una conquista de Taiwán, sino también a la impugnación del liderazgo del Partido Comunista chino”, una situación de “dimensión existencial para el régimen comunista, que presentaría por tanto riesgos particulares de escalada a los extremos”.
El lector encontrará el inquietante catálogo de todos los escenarios detallados de un primer golpe nuclear chino, así como la respuesta que se puede esperar de Estados Unidos, no menos inquietante. No sabemos nada de cómo podría terminar toda la historia de la disuasión que hemos conocido, hasta ahora todo un éxito, tal como explica Tertrais con enorme eficacia pedagógica, en caso de que se llegara a tal enfrentamiento nuclear, puesto que “es difícil imaginar las circunstancias en que el Partido Comunista de China aceptaría una derrota o incluso un compromiso favorables”. Como suele suceder con los mejores estudios sobre la guerra, este también es un enérgico alegato en favor del desarme y de la paz.