Sorprendentemente, Canberra ha salido fortalecida del conflicto, aunque no sin sufrir algunas “bajas” por el camino. Los analistas coinciden en señalar que el conflicto comercial entre las dos economías le ha servido al país de Oceanía contra todo pronóstico para diversificar sus exportaciones, mejorar su competitividad y acelerar el aislamiento de China.
La disputa política comenzó cuando Australia sugirió una investigación sobre el origen del virus del Covid en el año 2019 en Wuhan. La reacción de Pekín fue iracunda y comenzó a imponer aranceles a un amplio abanico de productos australianos: langostas, vino, cebada, carne de vacuno y cordero, carbón… Australia no se dejó intimidar e interpuso una queja formal ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) por las prácticas anticompetitivas de China.
Para Australia, una economía diez veces menor que la china y con una alta dependencia de sus exportaciones de materias primas a China, el desafío fue mayúsculo. Aunque se estima en más de 20.000 millones de dólares de ingresos perdidos para Australia. Pero su capacidad de resistencia ha demostrado que el margen que tiene China para doblegar voluntades por la vía de la coerción económica es limitado. Pekín no consiguió su objetivo de someter a Australia y, aunque los sectores señalados sí sufrieron un severo castigo, los datos macroeconómicos del país no se han visto afectados.
Los productores han demostrado una gran capacidad de adaptación a un entorno hostil, abriéndose paso en otros mercados, como el de India. El gobierno australiano también ha repartido el coste de la guerra comercial entre sus empresas y ciudadanos con ayudas directas que consiguieron mantener en pie a los sectores productivos mientras buscaban nuevas fuentes de demanda. El resultado es que Australia sale de esta crisis con una red comercial más diversificada, capaz de sobrevivir sin China.
Para Pekín es…