Durante gran parte del año pasado, la administración de Joe Biden ha buscado la manera de relajar el precio del petróleo en medio de la conmoción por la guerra de Rusia en Ucrania. De ahí que, cuando a principios de octubre la OPEP+, el grupo de Estados exportadores de petróleo, decidió recortar la producción de crudo en dos millones de barriles diarios, la reacción de Washington fuera implacable. “Está claro”, afirmó la secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, “que la OPEP+ se está alineando con Rusia”. La contundente crítica fue tanto más llamativa cuanto que iba dirigida a Arabia Saudí que, además de ser el mayor productor del cártel, es un importante socio de EEUU en Oriente Próximo.
En un sentido estricto, la acusación de la Casa Blanca era correcta. Tanto Arabia Saudí como Rusia pertenecen a la OPEP+, una organización vinculada por el deseo común de los productores de petróleo de evitar una competencia que redujera sus ingresos por exportación. Sus miembros están alineados en esta búsqueda del interés propio. Sin embargo, la declaración de la Casa Blanca parecía ir más allá: el gobierno de Biden afirmaba que, a pesar de los lazos de seguridad que mantiene con Washington, Riad se situaba políticamente del lado de Rusia, apoyando de hecho la guerra en Ucrania y socavando los esfuerzos occidentales por imponerle costes a Moscú.
El planteamiento de “todo o nada” de Biden sobre los motivos saudíes está en consonancia con su perspectiva más amplia sobre los aliados. Desde su llegada al poder, la administración Biden ha adoptado con frecuencia una visión binaria del orden internacional: una “competición entre democracias y autocracias”, según su Estrategia de Seguridad Nacional de 2022. En parte como consecuencia de ello, ha interpretado las decisiones de sus socios como una prueba decisiva de…