La crisis migratoria es de hecho una crisis europea, no por el volumen de las llegadas, sino porque ha puesto de manifiesto una profunda división dentro de la Unión.
El año 2015 se ha distinguido por ser el más mortífero para la travesía del Mediterráneo, con 3.499 personas muertas o desaparecidas hasta la fecha. En una afluencia sin precedentes, se calcula que 800.000 migrantes y refugiados habían llegado a Europa por mar hasta la segunda semana de noviembre. Se la ha apodado “crisis migratoria de Europa” debido en gran parte a la incapacidad de Europa y la Unión Europea para responder colectivamente a la tragedia humana que tiene lugar en sus costas. Sin embargo, los acontecimientos actuales apuntan a un problema mayor. El mundo está cambiando y Europa sigue dividida en cuanto a su función en él.
Las causas originales de la emigración y la afluencia de refugiados se han multiplicado y propagado por todo el mundo. Desde Ucrania a Siria, y desde Afganistán al África subsahariana, Europa está rodeada de agitación. Un informe del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR, 2014) reflejaba la sombría perspectiva mundial. Por primera vez desde la Segunda Guerra mundial, 59,5 millones de personas se han visto forzadas a desplazarse en todo el mundo como consecuencia de la persecución, los conflictos y las violaciones de los derechos humanos. La cifra incluye a los desplazados internos, los nuevos refugiados y los movimientos regionales.
Sin embargo, las respuestas de Europa desde el principio hasta ahora parecen divididas entre el deseo de “fortificar Europa” y unas responsabilidades morales (además de legales) muy arraigadas en el tejido político del continente. A pesar de ser ideas radicalmente opuestas, constituyen la base de los intentos europeos de hacer frente a la migración y el asilo.
Marco institucional…