Movido por intereses militares y económicos, Moscú aprovecha la guerra civil siria para expandir su influencia a las costas mediterráneas de Oriente Próximo.
Desde las postrimerías del verano, un intenso trasiego de buques mercantes han recorrido las 1.636 millas náuticas que separan el puerto de Novorosíisk, en el sur de Rusia, con la dársena de Tartus, en la costa mediterránea de Siria, bajo el control del régimen de Bashar al Assad. Tal y como recapitulaba Reuters en un despacho de agencia difundido en septiembre, después de haber consultado los datos públicos de tráfico marino, entre el 9 y el 24 de ese mes, un total de seis barcos rusos había realizado dicho trayecto, atravesando el mar Negro y los estrechos turcos del Bósforo y los Dardanelos, lo que contrastaba con el periodo inmediatamente anterior, en el que aproximadamente un buque al mes completaba el viaje, de unos siete días de duración en circunstancias meteorológicas favorables.
Una de las embarcaciones destinadas a reforzar este puente marítimo recién establecido entre Rusia y Siria es el Aleksándr Tkachenko, un vetusto transbordador de carga asignado previamente a unir ambos márgenes del estrecho de Kerch, el brazo de mar que separa la recién anexionada península de Crimea de las costas del krai (región) ruso de Krasnodar. El oxidado casco del Aleksándr Tkachenko, pintado de un llamativo color amarillo, fue fotografiado en septiembre justamente cuando cruzaba el Bósforo en dirección a Siria con una ostentosa carga militar, en concreto, camiones de color verde camuflaje amarrados a cubierta.
Ésta, junto con las maniobras adicionales que está realizando el Kremlin en el Mediterráneo oriental de forma discreta, sin someterlas a debate público alguno en los medios de comunicación rusos, constituyen la punta de iceberg de un poderoso movimiento tectónico que, desde luego, no está pasando desapercibido a los…