La exclusión de equipos y atletas de la mayoría de las competiciones deportivas internacionales, la cancelación de eventos programados en ambos países, la retirada de honores concedidos a los más altos funcionarios del Estado: estas son solo algunas de las duras medidas adoptadas contra Rusia y Bielorrusia por las organizaciones deportivas internacionales en respuesta a la invasión de Ucrania. El único precedente de magnitud comparable después de la Segunda Guerra Mundial fueron las sanciones contra la Suráfrica del apartheid. Pero mientras que entonces se necesitaron años para que los boicots de los países africanos se tradujeran en sanciones multilaterales por parte del Comité Olímpico Internacional (COI) y las federaciones deportivas, las sanciones contra Rusia y Bielorrusia se introdujeron a los pocos días de la agresión contra Kiev.
Algunos comentaristas han considerado la exclusión de los atletas y representantes rusos como una de las manifestaciones de una verdadera “cultura de la cancelación” dirigida contra el mundo artístico y cultural ruso: las sanciones deportivas deberían asimilarse, por tanto, a medidas como la interrupción de las colaboraciones con los museos rusos o las absurdas restricciones al estudio de la literatura rusa en las universidades. Esta perspectiva, sin embargo, no capta el entrelazamiento estructural del deporte y la política internacional que está en la raíz de las sanciones deportivas contra Rusia, como destaco en un reciente estudio.
Deporte y política internacional
Una “guerra sin disparos”: así describía George Orwell las competiciones deportivas internacionales en 1945. La de Orwell es una provocación que no tiene suficientemente en cuenta las oportunidades que ofrecen los acontecimientos deportivos en términos de diplomacia y distensión entre países. Sin embargo, no cabe duda de que las grandes competiciones deportivas basadas en la participación de selecciones nacionales –desde los Juegos Olímpicos hasta el Mundial de Fútbol– son también una oportunidad para la confrontación, la competencia e incluso el enfrentamiento simbólico entre países. El rendimiento deportivo se identifica con el de la nación tout court, y por tanto se instrumentaliza ampliamente con fines políticos, no solo en los países autoritarios.
Como ocurría en gran medida en la Unión Soviética, el uso político del deporte ha sido una característica de la Rusia de Vladímir Putin. En palabras del presidente ruso, las victorias deportivas contribuyen a reforzar “el patriotismo en casa y el prestigio de la nación en el extranjero”. Se dice incluso que la obsesión del Kremlin por el éxito internacional ha llevado al ministerio de Deportes ruso a promover el amplio programa de dopaje estatal que culminó en su primer puesto en el medallero de los JJOO de Invierno de Sochi en 2014. Además de los éxitos en el terreno de juego, en la última década el régimen de Putin ha podido presumir de organizar algunos de los mayores eventos internacionales: desde Sochi –al término de los cuales, según admitió Putin, tomó supuestamente la decisión de anexionar Crimea– hasta el Mundial de Fútbol de 2018. Si a esto se añade la extensa red de patrocinio deportivo en el extranjero por parte de las empresas rusas controladas por el Estado –en primer lugar, Gazprom–, tenemos una imagen bastante clara del nivel de politización del deporte ruso bajo el liderazgo de Putin.
Sin embargo, esta utilización política del deporte internacional solo fue posible en la medida en que las federaciones y los atletas de otros países estuvieran dispuestos a competir contra Rusia. El deporte es, por naturaleza, una actividad relacional que se basa en ciertos supuestos básicos, como el reconocimiento mutuo entre las partes y un acuerdo básico sobre las “reglas del juego”. Con la invasión rusa de Ucrania, para muchas federaciones y atletas occidentales estas suposiciones han desaparecido. Al poco de la invasión, fueron muchas las voces del mundo del deporte, no solo en Ucrania, sino también en Occidente en general, a favor de un boicot deportivo a las selecciones nacionales rusas: desde la negativa de la selección masculina de fútbol de Polonia a jugar contra Rusia en la fase de clasificación para el Mundial hasta el rechazo de los equipos de muchos países europeos en los campeonatos de esgrima junior de Novi Sad, pasando por las extremas tensiones surgidas en la villa paralímpica de Pekín 2022.
Sanciones deportivas
Ante estos boicots, fomentados de manera activa por muchos gobiernos occidentales, las organizaciones deportivas internacionales se enfrentaron a un dilema. Por un lado, adoptar una postura contraria al mundo deportivo ruso habría contradicho su autoproclamada “autonomía” y “neutralidad”, dos principios cardinales del movimiento olímpico internacional. Por otra parte, ignorar el fuerte descontento de los gobiernos, las organizaciones deportivas y los atletas occidentales habría supuesto un riesgo de boicots unilaterales o incluso de escisiones organizativas. Aunque la influencia de Rusia en el COI y en algunas federaciones deportivas internacionales no es desdeñable, el deporte internacional sigue siendo, en última instancia, un asunto predominantemente occidental: tanto en lo económico como en los resultados.
La salida, indicada por el COI en sus comunicados del 24, 25 y 28 de febrero fue apelar a la violación de la tregua olímpica por parte de Putin como pretexto para legitimar las medidas introducidas contra Rusia y Bielorrusia, entre las que se encuentran la cancelación de los eventos programados en ambos países, la prohibición de exhibir sus símbolos nacionales en las competiciones deportivas, la retirada de los honores a los más altos cargos del Estado ruso y la exclusión de los atletas y equipos rusos y bielorrusos de la mayoría de los eventos internacionales. Sin embargo, como ha dejado claro en los últimos días el presidente del COI, Thomas Bach, mientras que los tres primeros tipos de medidas representan verdaderas “sanciones” por violar la tregua olímpica, la exclusión de los atletas sería, en cambio, solo una “medida de protección para salvaguardar la integridad de las competiciones internacionales” a la luz de los “profundos sentimientos antirrusos y antibielorrusos en tantos países tras la invasión”. En efecto, las sanciones solo pueden dirigirse contra “los responsables de algo”, mientras que “la guerra no fue lanzada ni por el pueblo ruso ni por los atletas rusos ni por el Comité Olímpico Ruso ni por los miembros rusos del COI”.
«Aunque la influencia de Rusia en el COI y en algunas federaciones deportivas internacionales no es desdeñable, el deporte internacional sigue siendo, en última instancia, un asunto predominantemente occidental»
En consonancia con este enfoque, a excepción de un puñado de casos atroces –desde la suspensión de la presidencia honorífica de Putin por parte de la Federación Internacional de Judo hasta la dimisión forzada del oligarca Alisher Usmánov de la dirección de la Federación Internacional de Esgrima–, los burócratas deportivos rusos han conseguido mantenerse al margen de las sanciones, conservando su puesto en las organizaciones deportivas internacionales. Hasta la fecha, los comités olímpicos ruso y bielorruso –cuyo presidente es el hijo de Aleksandr Lukashenko, Viktor– no han sido suspendidos por el COI, y dos importantes federaciones –la de tiro y la de boxeo olímpico– tienen presidentes rusos.
Por el contrario, aunque en las palabras del COI se reafirmó el deseo de no “castigar a los atletas por las decisiones de sus gobiernos”, han sido sobre todo los atletas rusos y bielorrusos quienes se han visto afectados por las medidas introducidas. En la medida de lo posible, algunas federaciones limitaron la exclusión a aquellas competiciones en las que los deportistas participan como representantes de su propio país, garantizando en cambio la posibilidad de competir bajo banderas neutrales a título individual –es el caso de los circuitos de tenis de la ATP y la WTA, que en los primeros días de la guerra habían visto cómo numerosos tenistas rusos se distanciaban de la invasión, aunque no de su gobierno– o como miembros de equipos de clubes afiliados en terceros países –por ejemplo, en las competiciones de ciclismo de clubes–.
Sin embargo, este planteamiento no ha acallado del todo la polémica: un ejemplo de ello es el torneo de Wimbledon. Después de las presiones del gobierno británico para que los tenistas rusos declaren que “no apoyan” la guerra en Ucrania como condición previa a su participación, los organizadores decidieron el 20 de abril excluir por completo a los deportistas rusos y bielorrusos del torneo. La decisión de Wimbledon se adoptó de forma unilateral, violando la mencionada política de la federación internacional de tenis, lo que provocó la reacción tanto de la WTA como de la ATP –que señalaron que tal enfoque podría dar lugar a formas de “discriminación por nacionalidad”– y de muchos deportistas occidentales, a diferencia de lo que ocurrió a finales de febrero.
La (no) neutralidad del deporte internacional
Uno de los motivos de la recomendación del COI a las federaciones de excluir a los atletas rusos fue –en palabras de Bach– evitar una posible “politización de las competiciones deportivas por parte de equipos y atletas, algunos de los cuales son alentados por terceros”, y evitar que “el deporte y los atletas se conviertan en un mero instrumento del sistema de sanciones políticas”. Al mismo tiempo, Putin denunció las sanciones como una provocación injustificada, recordando los “principios fundamentales del deporte, libre de política y discriminación”.
En una cosa parecen converger Bach y Putin: una narrativa sobre la supuesta “neutralidad” del deporte. Por el contrario, el asunto de las sanciones contra el deporte ruso parece confirmar cómo el deporte y la política internacional tienden a estar estructuralmente entrelazados. En los eventos deportivos internacionales, los representantes de diferentes países se encuentran, se enfrentan y chocan entre sí, produciendo mensajes de gran poder simbólico ante una audiencia potencialmente global. Por ello, el deporte internacional puede facilitar la interacción e incluso la distensión entre países, pero, en un contexto internacional marcado por una guerra de agresión, también puede ser un escenario ideal para señalar la disconformidad contra un Estado y un gobierno que violan los principios fundamentales del Derecho Internacional.
«Para evitar las acusaciones de ‘doble rasero’, será necesario que en el futuro las consideraciones sobre los derechos humanos ocupen un lugar más central en las decisiones de las organizaciones deportivas internacionales»
En el caso de la guerra de Ucrania, las organizaciones deportivas internacionales se enfrentaron a presiones convergentes desde arriba (gobiernos y federaciones occidentales) y desde abajo (los propios atletas) para que se posicionaran en contra de Rusia. El hecho de que estas presiones hayan dado lugar a sanciones muy severas es una prueba de la influencia todavía predominante del mundo occidental en el deporte internacional. Como se ha señalado, otras graves violaciones del Derecho Internacional perpetradas en países no europeos no han sido respondidas con la misma firmeza por el mundo del deporte. Para evitar las acusaciones de “doble rasero”, será necesario que en el futuro las consideraciones sobre los derechos humanos ocupen un lugar más central en las decisiones de las organizaciones deportivas internacionales, sobre todo en la asignación de grandes eventos a regímenes opacos.
Sin duda, las sanciones contra Rusia conllevan el riesgo de una fragmentación a largo plazo del mundo deportivo internacional. El Kremlin está promoviendo activamente una serie de eventos “alternativos”, de momento solo con la participación de los países de su “vecindad”, pero que podrían ampliarse a muchos países no occidentales. Para evitar una división duradera del mundo del deporte y mantener abiertos los canales de la diplomacia, las organizaciones internacionales podrían trazar una posible hoja de ruta para la reintegración de los deportistas rusos, estrictamente condicionada a una deseable desescalada del conflicto en Ucrania. En última instancia, solo si se llega a un acuerdo sobre las reglas del juego será posible volver a competir juntos.
Artículo publicado originalmente en inglés en la web del Istituto Affari Internazionali (IAI).