Las recientes elecciones parlamentarias en Japón han reeditado la tradicional mayoría del Partido Liberal Democrático (PLD), en los últimos años coaligado con el Partido Komeito, de origen budista. El PLD lleva gobernando Japón desde la recuperación de sus instituciones soberanas después del final del “protectorado” estadounidense (con el general MacArthur al frente) a raíz de la derrota y la rendición incondicional de Japón en la Segunda Guerra Mundial, tras los ataques nucleares a Hiroshima y Nagasaki. El PLD solo ha estado fuera del gobierno en cortas excepciones (1992-93 y 2009-12) y, en general, han sido poco exitosas.
La política exterior de Japón ha ido evolucionando en función de las posiciones del PLD en cada momento, de la realidad geopolítica de Japón en su entorno regional y de su papel como gran potencia económica “occidental” (formando parte desde el principio del G7). La posición de Japón viene dada por su derrota en 1945 y los límites constitucionales impuestos por Estados Unidos, pero también por una opinión pública pacifista y nada favorable a un incremento de la relevancia del país en los asuntos internacionales, más allá de la defensa de los intereses económicos. De hecho, el concepto de autodefensa, recogido en el artículo 9 de la Constitución, parte de la renuncia a la guerra, circunscribiendo la defensa nacional a las agresiones exteriores directas, incluyendo la contención de gastos militares para evitar recelos de otros países y la subordinación estratégica a EEUU.
La estrecha alianza con Washington y la aceptación del paraguas nuclear norteamericano permitieron a Japón desarrollar una política exterior fundamentalmente orientada a promover sus intereses económicos, empresariales y comerciales, convirtiendo la economía japonesa en la segunda del mundo hasta la irrupción de China. No obstante, sigue siendo la tercera y lo será por mucho tiempo, a pesar del estancamiento económico de las últimas tres décadas. De ahí que su política exterior sea poco asertiva y esté concentrada en reducir tensiones que pudieran poner en riesgo su progreso económico, siendo un factor de estabilidad en Asia Oriental.
«Japón sigue siendo la tercera economía del mundo y lo será por mucho tiempo, a pesar del estancamiento económico de las últimas tres décadas»
Todo eso ha cambiado por diversos motivos. El primero es la creciente agresividad de China, con un claro afán de dominio sobre Asia, desplazando a EEUU como potencia clave en la región. La actitud de Pekín afecta a Japón directamente por reivindicaciones territoriales sobre las islas Senkaku (Diaoyu para los chinos), pero también por la amenaza de limitar la libre circulación en el mar de China Meridional y, por ende, el acceso al estrecho de Malaca, absolutamente vital para el comercio internacional de Japón.
Es por ello, que Shinzo Abe puso en marcha el concepto de “Free and Open Indo-Pacífic”, rápidamente endosado por EEUU y que incluye mecanismos hasta ahora informales de encuentro con otros países que comparten las mismas amenazas, como los incluidos en el QUAD (formado por Japón, EEUU, Australia e India). Dicho mecanismo va dotándose de contenido y ha recibido el nítido respaldo del presidente de EEUU, Joe Biden, que reunió en septiembre en Washington a los máximos dirigentes de esos países. El QUAD incluye maniobras militares navales conjuntas tanto en el Pacífico como en el Índico, en un claro indicio de ir más allá de la mera cooperación informal, incluso llegando a una Alianza Indo-Pacífica asimilable a la Alianza Atlántica.
El segundo factor de riesgo para Japón es Corea del Norte y su capacidad de ataque nuclear, que afectaría directamente a territorio japonés. Es cierto que el régimen norcoreano tiene su propia dinámica (la capacidad de disponer de armamento nuclear se considera como esencial para la supervivencia del régimen y la dinastía de los Kim), pero también lo es que esa supervivencia es vital para China, que no desea bajo ningún concepto que su frontera actual con Corea del Norte se transforme en una frontera con una República de Corea reunificada y estrecha aliada de EEUU.
Fuente: Council on Foreign Relations
El tercer factor es más histórico y se refiere a la relación con Rusia, cada vez más orientada a una alianza estratégica con China. De hecho, en general, ambos países han mantenido buenas relaciones. Establecieron relaciones diplomáticas en 1852 y en 1855 firmaron el tratado de Shimoda, que abría al comercio bilateral varios puertos japoneses. Es interesante remarcar que estos vínculos se crearon durante el “shogunato”, un periodo de aislamiento y de caudillos militares que solo formalmente se sometían a la autoridad del emperador.
Esa situación cambia a partir de la Restauración Meiji, en 1868, cuando se reafirma la autoridad real del emperador y se acomete la Revolución Industrial que cambiaría completamente la capacidad económica de Japón, convirtiéndolo en un país “occidental” con voluntad de proyectar su influencia más allá de su archipiélago y, en especial, sobre Manchuria y la península coreana. Ello chocó con los intereses rusos y desembocó en 1904 en la guerra Ruso-Japonesa. Para estupefacción de Occidente, la guerra fue claramente ganada por Japón, que destruyó buena parte de la flota rusa. Sin embargo, pronto volvió la cooperación, básicamente económica, que quiebra con la Revolución Rusa de 1917 y luego con la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la Unión Soviética no declara la guerra a Japón hasta prácticamente el final de la contienda, en los días previos a la rendición incondicional. Es entonces cuando aprovecha para hacerse con el control de las islas Kuriles, que Japón sigue reivindicando como propias, por lo menos parcialmente. Tal contencioso ha impedido hasta ahora la firma de un tratado de paz entre ambos Estados y ha entorpecido las relaciones bilaterales.
Después de la llegada de Vladímir Putin al poder, Rusia y Japón han trabajado en la mejora de sus relaciones económicas. Para Moscú, el acceso al mercado japonés de sus exportaciones energéticas y la cooperación tecnológica e inversora son clave para contrarrestar su progresiva dependencia de China y dinamizar el territorio de Siberia Oriental, escasamente poblado, y que contrasta con la enorme presión demográfica de China, al otro lado de la frontera. Difíciles equilibrios tanto para Rusia (y su relación con China) como para Japón (que basa su seguridad en la estrecha alianza con EEUU).
«Abe incrementó sustancialmente los presupuestos de defensa y adoptó una política exterior más asertiva, más acorde con la importancia económica del país y cada vez más alineada con EEUU, con quien comparte un adversario común como China»
Esas diferentes circunstancias del entorno geopolítico llevaron a Abe a replantear el concepto de “autodefensa colectiva”, considerando como tal cualquier amenaza no solo contra Japón, sino a cualquiera de sus aliados, incrementando sustancialmente los presupuestos de defensa y adoptando una política exterior más asertiva, más acorde con la importancia económica del país y cada vez más alineada con EEUU, con quien comparte un adversario común como China y el riesgo estratégico que supone Corea del Norte.
Por otra parte, tales preocupaciones llevan a Japón a mantener una ambigüedad calculada en sus relaciones con Rusia, con el objetivo –probablemente compartido– de debilitar su dependencia cada vez mayor de China.
Esa política exterior más asertiva se refleja también en el ámbito económico y comercial. Japón ha firmado un Acuerdo de Asociación Estratégica con la Unión Europea, reconociéndose mutuamente como miembros de Occidente, en términos de valores comunes y compartidos. También ha impulsado la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), que incluye a la propia China, pero también a Corea y a varios países de la región indo-pacífica, aunque, lamentablemente, India se ha acabado descolgando. Y last but not least, ha dado continuidad al Tratado Transpacífico (TTP) –frustrado tras la retirada de EEUU con la llegada de Donald Trump–, convertido hoy en el Acuerdo General y Progresivo de Asociación Transpacífica (CPTPP).
Por todo ello, no es previsible que el nuevo primer ministro japonés, Fumio Kishida –ministro de Asuntos Exteriores con Abe y con el efímero mandato de Yoshihide Suga–, cambie los vectores básicos de la actual política exterior japonesa. Entre otras cosas porque el escenario geopolítico deja escasos márgenes de maniobra, una vez Japón ha optado por la garantía de seguridad de Washington y ha reafirmado su compromiso con los valores de la democracia liberal, frente a los perjuicios económicos y comerciales que puede ocasionarle el progresivo alejamiento de China.
El cambio más perceptible puede darse en el ámbito de la política interna y, en particular, la política económica, aunque de nuevo los márgenes de maniobra son limitados. Pero todo apunta a una clara continuidad de la política exterior, de seguridad y de defensa impulsados por Abe, especialmente en su segundo y largo mandato.
La geopolítica impone su lógica. Y Japón no es una excepción.