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El primer ministro británico, Boris Johnson, saluda al primer ministro australiano, Scott Morrison, durante una bienvenida oficial en la cumbre del G7 en Carbis Bay el 12 de junio de 2021 en Cornualles, Reino Unido. GETTY

El regreso de la ‘angloesfera’

Hay pocos grupos de países cuyas culturas militares y estratégicas estén tan sincronizadas como las de Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Canadá y Nueva Zelanda. De Gaulle ya avisó de que el ‘monde anglo-saxon’ nunca trataría a Francia como un verdadero aliado.
Luis Esteban G. Manrique
 |  5 de octubre de 2021

En la última cumbre del G7 en Cornwall, Reino Unido, el pasado junio, solo uno de los siete mandatarios que asistieron recibió un trato distintivamente deferente por parte de Joe Biden: Emmanuel Macron. En ese tipo de reuniones, cada detalle está coreografiado para enviar mensajes políticos, por lo que nadie creyó casual que el presidente francés cogiera afectuosamente del brazo a Biden durante 37 largos segundos, como destacó The Economist. Después de los años de Donald Trump, todo parecía presagiar que Macron sería el interlocutor europeo privilegiado de la nueva administración estadounidense. Las estrellas parecían haberse alineado a favor de París. El Brexit, según el Quai d’Orsay, había reducido la utilidad política de Londres para Washington. Tampoco la Alemania posmerkeliana parecía un rival serio para la única potencia nuclear de la Unión Europea y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Antony Blinken, que estudió en un lycée parisino, probablemente sabe más sobre Francia que cualquier anterior secretario de Estado.

Los intereses de París, además, se extienden al gran escenario geopolítico del siglo XXI, el Indo-Pacífico, donde Estados Unidos busca contener a China y mantener su primacía. Con sus casi dos millones de habitantes y 7.000 efectivos de sus fuerzas armadas desplegadas en la Polinesia –sobre todo en Reunión, Tahití y Nueva Caledonia, departamentos franceses de ultramar–, Francia tiene la mayor zona económica exclusiva del Pacífico Sur. No es extraño, por ello, que la visión estratégica global de París coincida en muchos puntos con las de Washington y Londres, las dos grandes potencias del “monde anglo-saxon”, como lo llamaba Charles de Gaulle.

 

«Con sus casi dos millones de habitantes y 7.000 efectivos de sus fuerzas armadas desplegadas en la Polinesia, Francia tiene la mayor zona económica exclusiva del Pacífico Sur»

 

En los márgenes de la cumbre del G7, sin embargo, Biden se reunió con Boris Johnson y Scott Morrison, los conservadores populistas que gobiernan en Londres y Canberra. En el escueto comunicado que firmaron, se comprometieron a “profundizar su coordinación” en el Indo-Pacífico. Fue el preámbulo diplomático de un pacto trilateral de seguridad negociado en secreto durante meses: el Aukus (acrónimo de Australia, United Kingdom y United States).

El acuerdo, anunciado el 15 de septiembre, rompió un contrato de 65.000 millones de dólares entre París y Canberra para construir 12 submarinos convencionales Shortfin Barracuda, destinados a la Royal Australian Navy. El Aukus, en cambio, entregará al menos ocho submarinos nucleares a Australia con el obvio propósito de contrarrestar la creciente presencia naval china en el Pacífico.

“Una puñalada por la espalda”, declaró al día siguiente el ministro de Exteriores francés, Jean-Yves Le Drian, advirtiendo de que las naciones europeas debían unirse para defender sus intereses colectivos, “incluso frente a EEUU”. París llamó a consultas a sus embajadores en Washington y Canberra para subrayar su indignación ante un trato inadmisible entre aliados. Pero difícilmente París podía llamarse a engaños. De Gaulle nunca creyó que los anglosajones –que no lo invitaron a Yalta en 1945– tratarían a Francia como un verdadero aliado.

 

Los ‘cinco ojos’

En 1941, Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y EEUU establecieron una alianza de inteligencia: Five Eyes (FVEY), una exclusiva asociación estratégica de los que Winston Churchill llamaba “the English-speaking peoples”, ahora reconstituida en el Pacífico Sur.

Existen pocos grupos de países cuyas culturas militares y estratégicas estén tan sincronizadas, resultado de haber combatido juntos en todos los grandes conflictos del último siglo, incluidas las dos guerras mundiales, Corea, Irak y Afganistán. Australia –cuyas “ratas del desierto” fueron fundamentales para derrotar al Afrika Corps de Erwin Rommel– envió incluso tropas a Vietnam y hoy mantiene en su territorio a un contingente rotatorio de 2.500 marines estadounidenses en una base en Darwin que alberga vitales instalaciones de inteligencia del Pentágono.

 

«Según Kaplan, Aukus extiende al Pacífico la Carta Atlántica 80 años después de que Roosevelt y Churchill firmaran la original en agosto de 1941»

 

No es casual que cuatro de los “cinco ojos” tengan como jefa de Estado a Isabel II. Ninguna otra potencia colonial europea ha forjado vínculos similares con sus antiguas colonias. Según escribe Robert D. Kaplan en The Washington Post, Aukus extiende al Pacífico la Carta Atlántica 80 años después de que Franklin Roosevelt y Churchill firmaran la original en agosto de 1941, a bordo del USS Augusta.

Kaplan cree que así como durante la Segunda Guerra Mundial las islas británicas proveyeron a EEUU de una cabeza de puente en el continente europeo, Australia tendrá un papel similar en el Indo-Pacífico. Después de reunirse con Biden en la Casa Blanca, Johnson comentó que nunca antes había percibido tal “completa comunidad de ideas e intereses comunes”. Aukus, entre otra cosas, aumentará la presencia militar aliada en territorio australiano e integrará sus industrias de defensa, en el primer paso concreto del plan anunciado por Barack Obama ante el Parlamento de Canberra en 2011: un giro o pivote hacia el Pacífico.

 

En medio de una falla tectónica

El unilateralismo en el Mar del Sur de China y la represión en Hong Kong, Xinjiang y Tíbet han mostrado que China –que ya tiene la mayor Armada el mundo, con 12 submarinos nucleares– hace mucho que dejó atrás su política de “ascenso pacífico”. Australia, un país rico y poco poblado situado en medio de una falla tectónica geopolítica, tenía pocas opciones salvo recurrir a sus viejos aliados ante sus crecientes desencuentros con China.

Francia posee la tercera mayor industria de defensa del mundo después de las de EEUU y Rusia, pero su margen de respuesta es escaso. Y el apoyo de sus socios europeos ha sido, en el mejor de los casos, matizado. La operación Barkhane, que despliega 3.500 soldados en el Sahel, depende para su apoyo logístico de aviones de transporte de EEUU. Los Mirage y Rafales que patrullan la zona son reabastecidos por aviones cisterna KC-135 que despegan desde el sur de España.

Según un sondeo del European Council on Foreign Affairs, solo el 15% de los europeos ve a China como una amenaza. Tampoco Ottawa y Wellington creen necesaria una capacidad disuasoria frente a China. Para Australia, sin embargo, la amenaza de “finlandización” a manos del gigante asiático es mayor.

 

«En noviembre de 2020, diplomáticos chinos en Canberra advirtieron de que para mejorar las relaciones bilaterales, el gobierno australiano debía resolver ‘14 agravios’, como promover investigaciones ‘antichinas’»

 

En 2011, China y Australia firmaron un acuerdo de libre comercio. Incluso cuando llegó al poder, en agosto de 2018, Morrison insistió en que su país podía mantener relaciones cercanas con China y EEUU. “Australia no tiene que elegir”, dijo en uno de sus primeros discursos de política exterior. Eran otros tiempos. Australia fue uno de los primeros países en excluir a Huawei de sus redes de telecomunicaciones. En noviembre de 2020, diplomáticos chinos en Canberra advirtieron de que para mejorar las relaciones bilaterales, el gobierno debía resolver “14 agravios”. Entre otras cosas, debía dejar de financiar investigaciones “antichinas”, oponerse a “inversiones estratégicas” e impedir que los medios de prensa publicaran noticias “inamistosas”.

Con Biden en la Casa Blanca, Morrison encontró la oportunidad que estaba esperando. A principios de 2021, logró la mediación de Londres. Los resultados no se hicieron esperar: Johnson insistió en incluir a Morrison en la lista de invitados a la cumbre del G7 en Cornwall.

Kevin Rudd, ex primer ministro australiano, sinólogo y presidente de la Asia Society en Nueva York, sostiene que China aplica siempre el principio sha yi jing bai (matar a uno para intimidar a 100). En The South China Sea (2014), Bill Hayton escribe que el objetivo de Pekín es crear un orden “sino-céntrico” con una constelación de Estados tributarios, satélites o clientes.

Y hoy tiene los medios para conseguirlo. China supone el 42% del gasto militar asiático, según el SIPRI. El exjefe del comando Indo-Pacífico del Pentágono, el almirante Phil Davidson, cree que China podría invadir Taiwán en los próximos seis años, lo que explica que Taipéi vaya a gastar 1.400 millones de dólares en 2022 para comprar cazas de combate de última generación a EEUU. Según Michèle Flournoy, exsubsecretario de Defensa de EEUU, el mejor modo de disuadir a China es tener capacidad para hundir su flota en 72 horas.

 

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Fuente: SIPRI.

 

Escepticismo australiano

Los submarinos Virginia Class de General Dynamics, que desplazan 7.700 toneladas y pueden alcanzar los 25 nudos, son aparatos aún más complejos que las naves espaciales, capaces de navegar durante meses a gran profundidad sin ser detectados. La propulsión submarina es uno de las tecnologías más celosamente guardadas del Pentágono, que solo ha compartido hasta ahora con la Royal Navy.

El problema es que como Australia no tiene una industria nuclear propia, necesitará uranio altamente enriquecido para los reactores de los submarinos, excluidos de las restricciones del Tratado de No Proliferación. Según Rudd, si los sumergibles tienen que recibir mantenimiento en y por EEUU, la flota se convertirá de facto en una unidad operativa de su Armada.

Adam Bandt, líder de Los Verdes australianos, los llama “Chernóbiles flotantes”. El senador Rex Patrick, por su parte, ha pedido una investigación parlamentaria sobre el riesgo de proliferación que suponen. Según el ex primer ministro laborista Paul Keating, el acuerdo supondrá una “dramática pérdida de soberanía” para Australia. En The New York Times, Adam Mount advierte de que el acuerdo pondrá enormes recursos a disposición de una estrategia inútil porque la flota aliada nunca podrá controlar por completo las aguas que rodean Taiwán.

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