Todos conocemos vecinos que no se hablan por viejos desencuentros que se han ido retroalimentando con posterioridad, hasta hacerlos irreconciliables. Incluso cuando existen relaciones familiares que vienen de generaciones anteriores. Marruecos y Argelia, nuestros vecinos del Sur, son un ejemplo. Ligados por vínculos familiares, étnicos, culturales, religiosos y lingüísticos que deberían ser la base para unas relaciones amistosas y mutuamente beneficiosas, llevan décadas de enfrentamientos diplomáticos, políticos e incluso militares que el tiempo no solo no ha suavizado, sino que ha ido empeorando a pesar de períodos de cierta distensión.
El último episodio ha sido la ruptura de relaciones diplomáticas, por iniciativa argelina, en lo que, aparentemente, es un efecto retardado del reconocimiento de Israel por parte de Marruecos, en el marco de los llamados Acuerdos de Abraham, y del reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental por parte de Estados Unidos, al margen del marco definido por las Naciones Unidas.
La ruptura se ha justificado también por las declaraciones del ministro de Asuntos Exteriores israelí, Yair Lapid, durante su primera visita al país alauita, claramente críticas con el “papel que juega Argelia en la región, su acercamiento a Irán o la campaña en contra de la admisión de Israel en la Unión Africana”. Asimismo, dicha ruptura se ha basado en el pretendido apoyo marroquí al Movimiento para la Autodeterminación de la Cabilia, y se produce poco después de un discurso conciliador de Mohamed VI, interpretado por Argelia como un engaño.
El desencuentro se remonta a la independencia de Argelia, después de una larga y sangrienta guerra con Francia entre 1954 y 1962. La independencia sirvió para consagrar las fronteras coloniales establecidas por Francia en favor de su excolonia. Marruecos no las aceptó porque entendía que violaban la integridad territorial del conocido como “Gran Marruecos”, impulsado por el Partido de la Independencia –el nacionalista Istiqlal– y que incluía no solo el Sáhara Occidental –y las plazas de soberanía española en el norte del país–, sino Mauritania y parte de Malí.
«La independencia de Argelia sirvió para consagrar las fronteras coloniales establecidas por Francia en favor de su excolonia y en detrimento de las aspiraciones marroquíes»
En el caso de Argelia, además, estamos hablando de unos territorios con recursos naturales muy importantes, tanto energéticos como minerales. Todo ello llevó a un enfrentamiento militar en 1963 –conocido como la Guerra de las Arenas– que se saldó con una victoria marroquí que no tuvo, sin embargo, consecuencias sobre los límites territoriales establecidos.
Además, en plena guerra fría, Argelia se decantó por su afinidad con el bloque soviético, apadrinando los movimientos de liberación e independencia en el continente africano y más allá, incluyendo en su momento el acogimiento de ETA y las negociaciones –fracasadas– con el gobierno español de Felipe González en los años ochenta, o el refugio del efímero MPAIAC, que pretendía la independencia de las Islas Canarias. Y por supuesto –a raíz de la Marcha Verde que organizó Rabat a finales de 1975, con Franco agonizando, y que posibilitó la partición del Sahara Occidental entre Marruecos y Mauritania, y luego la soberanía de facto marroquí sobre la mayor parte de su territorio– el apoyo al Frente Polisario y a su expresión política, la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Un apoyo logístico, militar y de base territorial, al permitir su operativa desde Tinduf, en territorio argelino. Así, desde 1976, ambas naciones rompieron sus relaciones diplomáticas por largo tiempo.
Marruecos, por su parte, se convirtió en un fiel aliado de EEUU y de Occidente, situación que pervive hasta hoy. Pero más allá de esa adscripción geopolítica, que perdió vigencia con la caída del muro de Berlín y el progresivo acercamiento de Argelia a los intereses occidentales a cambio de apoyar la estabilidad de su régimen, el conflicto del Sáhara se ha convertido en el detonante determinante de todas las crisis entre ambos países.
«La Unión del Magreb Árabe nunca ha pasado de ser una construcción política artificial y sin contenido»
Ciertamente, ha habido fases de cierta disensión. La más notable fue la iniciativa de crear la Unión del Magreb Árabe (UMA) después de que, ante el estancamiento de la guerra en el Sáhara, en 1988 ambas partes (Marruecos y Polisario), con la mediación de la ONU, aceptaran un alto el fuego que se ha mantenido hasta hace muy poco, aunque su ruptura haya tenido consecuencias de momento inapreciables. Ello permitió, en 1989, poner en marcha la UMA como proceso de integración regional que se miraba en el espejo de la Comunidad Económica Europea.
La UMA, sin embargo, nunca ha pasado de ser una construcción política artificial y sin contenido. A raíz de los atentados en Marrakech de 1994 y la acusación marroquí de complicidad de los servicios de inteligencia de Argelia –entonces en una sangrienta guerra civil entre el régimen y los islamistas radicales–, Marruecos impuso visados a los argelinos y estos respondieron cerrando las fronteras bilaterales. Hasta hoy.
Es muy difícil, obviamente, concebir una integración económica y política con las fronteras selladas. Los intercambios entre ambos son irrisorios –los menores del mundo, incluyendo a las dos Coreas– y muchas veces absurdos, al tener que utilizar puertos intermedios en España o Francia, lo que encarece de manera notable los muy escasos flujos comerciales. El coste del no-Magreb es muy elevado, pero no hay la menor voluntad de disminuirlo.
Al mismo tiempo, ambos países iniciaron una carrera armamentística muy notable, lo que acrecienta los riesgos de un eventual conflicto militar.
En el fondo, subyace la ambición de ambos de ser la principal potencia regional en el norte de África y de extender su influencia al conjunto del continente. En su momento, a raíz del conflicto saharaui, Argelia tenía a su lado a la mayor parte del mismo, e incluso consiguió la expulsión de Marruecos de la Unión Africana. Esta se ha resuelto solo después de una intensa actividad diplomática con múltiples iniciativas políticas, económicas y financieras, que están permitiendo a Marruecos incrementar notablemente su presencia tanto en el África Subsahariana como en el Sahel occidental.moha
«Marruecos ha desplegado una política religiosa muy activa por toda África, con la que pretende combatir la extensión del radicalismo suní»
Mohamed VI ha visitado más de 30 países africanos y se ha convertido en un importante socio comercial e inversor –el segundo tras Suráfrica– en ámbitos como las telecomunicaciones –en Mauritania, Gabón, Burkina Faso o Malí–, consiguiendo una penetración muy intensa de su principal banco. Además, Air Maroc comunica todos los días Casablanca con más de 20 destinos subsaharianos.
En paralelo, Marruecos ha desplegado una política religiosa muy activa, tanto en África subsahariana como en países como Mauritania o Malí, muy marcados por el radicalismo islamista de raíz wahabista y salafista, que contrasta con el islam sufí de rito maliki –mucho más tolerante– que encabeza Marruecos, al ser su Rey el “Comendador de los Creyentes”. Ello incluye la formación –a través del Instituto Mohamed VI para la formación de predicadores y de la Fundación Mohamed VI de ulemas africanos–, con la que pretende combatir la extensión del radicalismo suní y sus expresiones terroristas como Al Qaeda o Dáesh. Un auténtico ejercicio de poder blando o soft power.
Esta política contrasta con el progresivo repliegue argelino de su política exterior, acuciado por su parálisis política y el creciente cuestionamiento social del régimen, que pasó del socialismo laico y panarabista a una creciente militarización del poder político, como pretendida garantía de estabilidad frente a las convulsiones generadas a raíz de las primaveras árabes.
De hecho, Argelia y Libia eran los principales actores en el Sahel, compartiendo además el problema de los tuareg, repartidos entre varios Estados por la arbitrariedad colonial. En el norte de Malí, junto a otras minorías árabes, estos han conseguido una independencia práctica del poder de Bamako, incluida la histórica ciudad de Tombuctú en la región de Azawad, posibilitando otro espacio de extensión del radicalismo islamista.
Ciertamente, el anuncio del repliegue de Francia de la zona puede acelerar la “vuelta” de Argelia a su papel tradicional, pero, en cualquier caso, Marruecos le está ganando claramente la partida como puente entre Europa y África y referente cada vez más relevante en el conjunto del África Occidental.
“A nadie le conviene que expire el contrato que posibilitó el gasoducto del Magreb, pero dadas las circunstancias no es en absoluto descartable»
Muy pronto vamos a ver otra posible expresión de la enemistad entre ambos países, cuando tenga que renovarse el contrato que posibilitó –gracias fundamentalmente a Pedro Durán Farell– el gasoducto del Magreb que transporta el gas argelino a través de Marruecos y abastece a España y Portugal. A ninguno de los dos le conviene que expire, pero dadas las circunstancias no es en absoluto descartable.
A ello cabe añadir las sentencias del Tribunal General de la Unión Europea sobre los acuerdos comerciales, agrícolas y de pesca suscritos entre Marruecos y la UE, que anulan la jurisdicción marroquí sobre los productos saharauis y sobre las aguas territoriales, al considerar que no han tenido en cuenta los intereses saharauis al no incluir al Frente Polisario. Tanto Marruecos como la UE (y España en primer lugar) están intentando paliar los efectos de dichas sentencias, incluida la presentación de recursos ante el Tribunal de Justicia de la UE en Luxemburgo, en contraste con la satisfacción argelina con las mismas.
Todas estas dinámicas abonan a corto y medio plazo el conflicto entre ambos. Está en juego, nada menos, la influencia geopolítica y el liderazgo en el norte de África. Los vecinos no solo no se hablan. Es que discrepan radicalmente de cómo debe ser el edificio en el que viven y quién acaba fijando las reglas.
Un conflicto muy difícil de resolver. El resto de vecinos –España y Francia entre ellos– tienen poco margen para la mediación. Conviene a ambos y a todo el mundo que superen sus diferencias y se acaben reconciliando de una vez por todas. Pero por ahora los intereses ceden ante los sentimientos. Los divorciados de forma conflictiva no suelen atender a razones. Mal asunto.
Yo creo que este enfrentamiento entre Marruecos y Argelia nos afecta más de lo que parece.
En primer lugar, porque de Argelia procede la mayoría del gas natural que consumimos en España.
En segundo lugar, porque Argelia está intentando que nos acerquemos más a ellos y, por ende, que nos alejemos de Marruecos. Lo cual podría poner en peligro nuestras tradicionales relaciones diplomáticas en el norte de África.
Sospecho que detrás de esta enemistad está la tradicional rivalidad entre USA y Rusia y el intento de tener bases en esos países para controlar el tráfico por el Mediterráneo y, en el caso de Marruecos, también en el Atlántico.