¿Qué es lo normal en un mundo pospandémico? ¿Cómo puede un Estado articular una idea de vuelta a la normalidad y luego llevarla a cabo? Las respuestas a estas preguntas dependen del país del que se hable. En la actualidad, China equipara la vuelta a la normalidad con la ausencia de casos de Covid-19, es decir, con estar a salvo de los casos importados del virus y con tener a su población protegida de las transmisiones locales.
Para conseguirlo, el país se ha aislado de la mayor parte del mundo y ha puesto en marcha una amplia campaña de vacunación nacional. Según la Comisión Nacional de Salud de China, en la primera semana de septiembre las autoridades habían administrado más de 2.000 millones de dosis de las tres vacunas chinas disponibles en la actualidad. Aunque no está claro cuántas personas han recibido ambas dosis, se trata de un esfuerzo impresionante. Lo que no significa que China haya vuelto con éxito a la normalidad.
La eficacia de las vacunas es el mayor obstáculo al que se enfrenta el gobierno para avanzar hacia la normalidad pospandémica. China ha emprendido una campaña de inoculación masiva y cualquier vacuna es buena si evita la aparición de síntomas graves o la muerte, pero no todas las vacunas son iguales.
Los fabricantes chinos de vacunas SinoPharm y SinoVac no han publicado datos completos de los ensayos clínicos de la tercera fase de sus vacunas para su revisión por pares. Hay un estudio publicado en JAMA sobre las dos vacunas de SinoPharm de mayo de 2021, pero destacó por no incluir a determinadas poblaciones vulnerables ni a las de fuera de los países de Asia occidental. SinoVac aún no ha publicado los datos de la tercera fase de su vacuna, pero las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud –difundidas cuando le otorgó la aprobación de emergencia– afirman que previene la enfermedad sintomática solo en el 51% de la población inoculada. Tanto la eficacia de las vacunas como la transparencia de los datos que las respaldan están muy por debajo de lo que ofrecen otros productores de vacunas.
Esto es un problema porque la mayor parte del mundo ha elegido un camino diferente hacia la normalidad pospandémica. Ya sea por decisiones políticas conscientes que han dado prioridad a la seguridad económica sobre la seguridad sanitaria, por preferencias políticas, por disponer de acceso a vacunas más eficaces o simplemente porque los países no podían acceder a vacunas suficientes para sus poblaciones, la mayor parte del mundo vive con el virus y sus consecuencias. Como resultado, el Covid-19 está destinado a convertirse en un mal endémico a nivel mundial en lugar de ser erradicado. La diferencia entre estas dos vías –la eliminación o la mitigación– presenta grandes obstáculos para China, desde el punto de vista médico, económico y político.
Desde el punto de vista económico, la vuelta a la normalidad requerirá que el país abra sus fronteras. Sin embargo, hacerlo expondrá a la sociedad china a nuevas infecciones, todo ello sin los confinamientos que caracterizaron la respuesta inicial china al Covid-19. En aquella primera fase de la pandemia, los cierres masivos equilibraron la perturbación a corto plazo para erradicar el virus con los beneficios económicos y sociales a largo plazo. Hoy los cierres masivos ya no son una respuesta rentable, pues la mayor parte del mundo ha asumido que el virus ha llegado para quedarse.
Si China quiere pasar a una normalidad pospandémica, tendrá que aceptar una mayor probabilidad de transmisiones comunitarias. No hay indicios de que este escenario sea hoy aceptable para el gobierno chino.
«Si China quiere pasar a una normalidad pospandémica, tendrá que aceptar una mayor probabilidad de transmisiones comunitarias»
La diferencia en los índices de eficacia entre las vacunas chinas y las occidentales y los retos económicos asociados a ellas se traducen en un importante desafío para el gobierno chino: vender al pueblo chino los problemas derivados de su divergencia con el resto del mundo. Todas las acciones emprendidas hasta la fecha se han aceptado en gran medida como las de un gobierno que hace todo lo posible por proteger a sus ciudadanos. El mensaje se ha visto reforzado por una narrativa mediática que resalta los problemas a los que se enfrentan otros países por no seguir una estrategia similar a la de China.
Si el resto del mundo pasa con éxito a una normalidad pospandémica en la que los mayores riesgos y perturbaciones pueden ser absorbidos por la reapertura de las economías, entonces la estrategia china de distanciarse de los flujos globales de servicios y personas puede ser cuestionada. En 2019, se estima que 155 millones de ciudadanos chinos viajaron al extranjero, mientras que 145 millones de personas entraron en China desde el extranjero. Dos años de restricciones han creado una gran demanda para viajar y han paralizado las industrias locales que dependían de las llegadas de visitantes extranjeros. Si estas restricciones fueran innecesarias o ineficaces, la ira pública resultante se centraría en el gobierno.
Dada esta realidad, es poco probable que el gobierno chino busque una nueva normalidad pospandémica que suponga una apertura a corto plazo. Primero tiene que afrontar o mitigar de forma significativa las amenazas médicas, económicas y, sobre todo, políticas que supone la apertura de sus fronteras y su vuelta al mundo. Por ahora, China existe dentro de su propia burbuja.
Esta es una opción segura, pero insostenible para cualquier país que pretenda volver a la normalidad.
Artículo publicado en inglés en el East Asia Forum.