Aunque una de las estrategias preferidas de los movimientos insurgentes sea la guerra asimétrica, también para ello hace falta movilizar recursos. Esta modalidad bélica es la que libran los insurgentes yihadistas del Sahel, que han llegado a dominarla. Por eso, a pesar de la mayor atención internacional, del aumento de las intervenciones militares por parte de Francia y Naciones Unidas (Misión Multidimiensional Integrada de Estabilización de Naciones Unidas en Malí, MINUSMA), y de las importantes misiones de apoyo de la Unión Europea (Capacidad Civil de la UE-Sahel y Misión de Entrenamiento de la Unión Europea en Malí, CIVCAP-Sahel y EUTM, respectivamente), la situación sobre el terreno no ha hecho más que empeorar. Desde 2013, el número de grupos insurgentes de inspiración yihadista se ha multiplicado, y no operan solo en Malí, sino también cada vez más en Burkina Faso y Níger. Si bien por ahora no cuentan con muchos efectivos, sus estrategias de guerra asimétrica se han ido sofisticando. Conocen el terreno, y la mayoría también ha desarrollado afinadas estrategias de integración en las comunidades locales. Gran parte de los habitantes de la zona consideran que los rebeldes yihadistas son más importantes en su lucha diaria por el sustento que el Estado, sus fuerzas militares y sus aliados internacionales.
En consecuencia, aunque la dimensión religiosa pueda hacer pensar que estos grupos son menos dependientes de la entrega de dinero a sus combatientes para que permanezcan fieles y continúen la lucha, siguen teniendo que proveer a sus tropas de armas, municiones, vehículos de transporte, comida y agua. Si bien parte de lo que necesitan se lo roban a los ejércitos nacionales, por ejemplo cuando atacan puestos y fortificaciones remotos, también necesitan comprar suministros. Por ello, la movilización de recursos por parte de los rebeldes yihadistas ha sido motivo de abundante especulación, y a veces se presenta como una especie de misterio. En gran medida esto tiene que ver con el hecho de que, a menudo, se hace referencia a la periferia del Sahel como un espacio sin gobierno, una extensión geográfica caracterizada por la ausencia de control y soberanía estatal, una zona sin ley, una tierra de nadie. La consecuencia sería que, a medida que la capacidad del Estado se ha ido deteriorando y derrumbando, grandes partes del Sahel se habrían convertido en un “espacio de desgobierno” presa de una coalición de fuerzas del crimen transnacional y del yihad global. Supuestamente, las fuerzas locales del yihad global en la región movilizan recursos a través de los secuestros, el tráfico de drogas y otras clases de contrabando, en alianza con los actores del crimen transnacional (por ejemplo, teoría del narcoterrorismo) o, como afirma la última contribución a este planteamiento, haciéndose con el control de las minas ilegales de oro de la zona.
No obstante, si bien es difícil negar que en todo el Sahel se trafica con drogas y otras mercancías ilegales, que hay secuestros y que la minería del oro a pequeña escala está en auge, así como que las fuerzas en sintonía con la yihad global están presentes en la zona, la teoría de un nexo entre la delincuencia y el terrorismo en la región nos dice muy poco de las dinámicas de los conflictos locales y de cómo los insurgentes movilizan los recursos que necesitan para continuar con su lucha.
Ganar dinero con los rehenes
Si retrocedemos en la historia a antes de 2012, cuando el grupo Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) empezó a surgir en el Norte de Malí después de que su predecesor argelino hubiese perdido a efectos prácticos la guerra civil de Argelia (1992-1996), el movimiento contaba con mucho más que una buena marca. Los nuevos combatientes de AQMI también tenían importantes cantidades de dinero que sabemos utilizaban para facilitar su integración en las comunidades locales sin recursos que los acogían en los márgenes remotos del Estado maliense. Muy probablemente, una parte sustanciosa de lo recaudado para la guerra a disposición de la organización procedía del secuestro de 32 turistas alemanes en 2003. Los turistas fueron capturados cuando viajaban por el Sáhara, y fueron retenidos como rehenes durante varios meses antes de liberarlos. Aunque el gobierno alemán nunca lo ha confirmado, fuentes fidedignas afirman que se pagó un rescate de cinco millones de euros para lograr su puesta en libertad. Así pues, el secuestro a cambio de un rescate ha sido una estrategia importante de movilización de recursos por parte de los rebeldes. Ahora bien, la mayoría de los secuestros tuvieron lugar antes de 2012, aunque algunas liberaciones se produjeran después. Por consiguiente, aunque nunca sabremos con certeza cuánto dinero obtuvieron los insurgentes por este medio, probablemente fue mucho, pero no tanto como para que durase más de una década. Por eso, aunque durante el primer año de la crisis del Sahel, la cantidad de dinero que los insurgentes habían movilizado a través del pago de rescates por los rehenes fue objeto de atención y de abundante especulación, el foco de interés cambió cuando el número de secuestros de personas de relieve, entendiendo por ello a extranjeros de países con la capacidad de pagar rescates elevados, disminuyó notablemente. Por tanto, no fue casualidad que el supuesto nexo entre el narcotráfico y las insurgencias yihadistas atrajera una atención considerable por parte de los políticos, los analistas de seguridad y los investigadores.
¿Envíos de drogas a través del desierto?
Aunque las periferias del Sahel puedan parecer un lugar remoto, situado en una autopista perdida lejos de las principales rutas de la economía mundial, son zonas extraoficial e ilegalmente bien conectadas con el mundo de la globalización a través de las nuevas oportunidades económicas que ofrece el comercio transahariano. Las viejas rutas comerciales que cruzaban el desierto han recuperado así parte de su antigua importancia. En toda la zona se hace contrabando de cigarrillos, y los cárteles latinoamericanos de la droga han utilizado cada vez más África occidental y el Sahel como un importante punto de tránsito de su tráfico de cocaína a los mercados de Europa del Este y el Oeste. En este tráfico, los países de la costa occidental africana como Ghana, Guinea-Bissau, Mauritania y Senegal, y del Sahel, como Malí y Níger, constituyen importantes territorios de tránsito. Por ejemplo, una concurrida ruta de cocaína opera desde las aguas costeras, a través del Norte de Malí y Kidal. Si logra salir del país con la droga, el conductor puede ganar hasta 3.000 euros por transportar una carga desde Kidal hasta Libia, a través de la frontera con Argelia o Níger.
Aunque el contrabando de cigarrillos es el más antiguo y sigue siendo importante, desde más o menos 2006 el tráfico de drogas y de personas ha ido adquiriendo relevancia en el comercio ilegal transfronterizo, y ofrece nuevas oportunidades económicas, así como para el establecimiento de nuevas redes y puntos nodales para la gobernanza y el control. Sin embargo, el aumento del tránsito por estas viejas rutas de comercio e intercambio también tiene que ver con los recientes avances tecnológicos, que han vuelto los viajes por el desierto mucho más seguros. El sistema de posicionamiento global (GPS), los teléfonos por satélite y los teléfonos móviles, así como los vehículos con tracción a las cuatro ruedas son hoy en día el equipo normal en los viajes por el desierto. El número de rutas y medios de comunicación también significa que es posible viajar, por ejemplo, desde Kidal hasta Tamanrasset, en el Sur de Argelia, más o menos en un día subiendo y bajando por cauces fluviales secos sin tener que seguir una pista señalizada.
El contrabando de cigarrillos circula en esta dirección. Se trafica casi exclusivamente con Marlboro, que llega en su mayor parte en grandes contenedores montados en camiones desde Zuérate, en Mauritania, hasta Kidal. Allí, el cargamento se divide en lotes más pequeños y se transporta a Argelia (sobre todo a Tamanrasset) cruzando la frontera en camionetas todoterreno. Una parte de la mercancía se vende en Argelia, mientras que otra sigue a través del Mediterráneo hasta el mercado europeo, donde sigue siendo más barata que el tabaco legal a pesar del considerable número de intermediarios que se han llevado su parte desde que los cigarrillos salieron de Carolina del Norte, en Estados Unidos. Algunos miembros de la antigua estructura de AQMI en el Norte de Malí, y en particular Mojtar Belmojtar, estaban muy implicados en estas operaciones, y ganaron cantidades considerables de dinero con ellas. Sin embargo, la reivindicación del ataque contra la planta de gas de In Amenas, en Argelia, por parte de Belmojtar, supuso el fin de su participación en el contrabando de tabaco y otras actividades ilegales. La razón fue, sencillamente, que para los integrantes de su red, movidos por intereses económicos, se volvió demasiado peligroso hacer negocios con él.
Lo importante aquí es que la idea de que existe un nexo entre actividades delictivas y terrorismo en el Sahel se basa en hipótesis erróneas. Como ilustra el caso de Belmojtar, puede que, en ocasiones, los insurgentes que la comunidad internacional define como terroristas hayan participado en actividades generadoras de ingresos junto con los contrabandistas, pero esto no prueba más que el establecimiento de alianzas económicas de conveniencia. Aunque las actividades de los traficantes se beneficien de la debilidad de los Estados y el descontrol en las fronteras, los contrabandistas prefieren la tranquilidad y la ausencia de atención internacional, todo lo contrario de lo que los rebeldes yihadistas suelen querer. Con su presencia, tratando de asegurarse el control territorial para continuar su lucha contra los regímenes nacionales que ellos califican de infieles y sus aliados internacionales, atraen la atención internacional y la vigilancia de la zona en cuestión. Esto no es lo que más interesa a quienes buscan obtener beneficios económicos traficando a través del Sahel con drogas o con personas que se dirigen a Europa. Lo que ellos quieren es seguir con sus actividades clandestinas en la sombra, no bajo los focos de la atención del mundo y la presencia internacional sobre el terreno.
La idea del vínculo entre delincuencia y terrorismo en el Sahel parte de suposiciones erróneas, pero esto no significa que no existan relaciones económicas entre quienes trafican, por ejemplo, con drogas como la cocaína, y los insurgentes yihadistas. Estas relaciones existen, pero suelen ser más de conveniencia que a largo plazo. Además, parece que el alcance que se negocia y acuerda también depende de hasta qué punto necesiten dinero los rebeldes. En los viejos tiempos de Belmojtar, es decir, antes de 2013 y el atentado en In Amenas, a veces los compañeros de los líderes del AQMI ridiculizaban al jefe rebelde por su participación en el contrabando de cigarrillos. Su apodo, Mr. Marlboro, seguramente no era motivo de orgullo para él, ni tampoco parece que se lo pusieran como muestra de afecto. Desde luego, no convenía a la imagen que AQMI intentaba cultivar de hombres devotos de la fe y las Escrituras.
AQMI, pero también la insurgencia salafista liderada por tuaregs, Ansar Dine, ha emitido varias fetuas condenando el tráfico de drogas y, en ocasiones, ha confiscado e incinerado cantidades relativamente importantes de cigarrillos y drogas. Sin embargo, esto no les ha impedido llegar a acuerdos puntuales con los contrabandistas cuando sus arcas estaban casi vacías, bien en forma del tradicional ritual de paso del Sahel, por el cual quien tiene la autoridad sobre una zona o una ruta determinadas permite el paso de mercancías a cambio de una tarifa negociada, bien de otros breves matrimonios de conveniencia de carácter más empresarial. De hecho, el único caso de participación de un líder yihadista insurgente en el tráfico de drogas del que tenemos noticia es el de Chérif Uld Tahar cuando era uno de los jefes del Movimiento para la Unidad y la Yihad en África Occidental (MUJAO). Ahora bien, Uld Tahar ya había estado involucrado antes en el tráfico de drogas, y lo estuvo después de abandonar la insurgencia yihadista, así que, claramente, cabe preguntarse si se unió al MUJAO en 2012 por motivos ideológicos o solo porque le convenía para sus operaciones comerciales en una época en la que el grupo rebelde controlaba la ciudad de Gao, situada estratégicamente a orillas del río Níger, en el Norte de Malí.
Así pues, parece razonable sugerir que, efectivamente, cuando se han visto en apuros económicos, los grupos insurgentes yihadistas han movilizado recursos a través de acuerdos oportunistas de conveniencia con los traficantes, pero hay pocas pruebas sistemáticas de que esto los haya enriquecido, o de que su capacidad para mantener y expandir su área de influencia en Malí y en los países vecinos se fundamente en su participación en el tráfico de sustancias ilegales. Antes bien, su relación con el crimen transnacional parece mucho más ambigua, como indican las fetuas contra las drogas emitidas al mismo tiempo que mantenían una colaboración pragmática con esas mismas fuerzas cuando necesitaban recursos monetarios para financiar su lucha.
La minería de oro a pequeña escala: ¿nueva fuente de ingresos de los yihadistas?
Últimamente, la atención sobre la movilización de recursos de los insurgentes yihadistas del Sahel ha pasado a centrarse en la minería de oro a pequeña escala. Un ejemplo de esta tendencia es el Informe del Comité de Expertos del 13 de agosto de 2020. La razón es que estas pequeñas explotaciones mineras han experimentado un auge en la región en los últimos años, y grandes cantidades de oro salen de contrabando cada año del Sahel, la mayoría hacia el golfo Pérsico y Emiratos Árabes Unidos (EAU). Si bien la minería artesanal del oro es una actividad de la que pueden beneficiarse los rebeldes bien realizando la extracción ellos mismos, bien a través de la imposición coercitiva de un impuesto ilegal a los mineros, también es una actividad que crea oportunidades alternativas de empleo y generación de recursos en lugares donde ambos escasean.
La pregunta es, por tanto, si el oro extraído artesanalmente va camino de convertirse en una nueva fuente de ingresos para los insurgentes yihadistas. De momento, las pruebas son aisladas y no concluyentes, pero la extracción del metal precioso a pequeña escala no solo podría permitir a los rebeldes acceder a una nueva manera de financiarse, sino que quizá también les facilitaría una nueva vía de integración local, ya que es probable que los mineros artesanales jóvenes simpaticen con cualquiera que los proteja de los agentes del Estado que a menudo los expulsan o los someten a fuertes presiones para que paguen contribuciones ilegales para seguir extrayendo. Sin embargo, la gran cantidad de oro complica por sí misma el contrabando del metal, y para obtener verdaderos beneficios, los insurgentes necesitarían un mayor control sobre la parte internacional de la cadena de valor. Aunque hay quien sostiene que hay miembros de la insurgencia que tienen contactos entre los comerciantes de oro de EAU, las pruebas disponibles para corroborar tal afirmación no bastan para hacer pensar en una participación en los niveles superiores de la cadena de valor.
En Malí y en Níger, los principales yacimientos de oro también se encuentran en zonas que todavía están bajo un firme control gubernamental en el sur de Malí, o fuera de la zona en la que opera la insurgencia yihadista en el Norte de Níger. No obstante, en el Sahel hay otras zonas donde se pueden encontrar pruebas, aunque sean aisladas, de un aumento de las actividades de la insurgencia yihadista allí donde se llevan a cabo actividades de extracción minera a pequeña escala.
Los recientes reconocimientos del gobierno burkinés vía imágenes de satélite revelaron la existencia de más de 220 minas de oro no declaradas en el país. Alrededor de la mitad se encontraban a unos 25 kilómetros de zonas en las que se habían producido ataques de los grupos rebeldes. Esto no significa automáticamente que esos ataques tuviesen algo que ver con la minería del oro o con un intento de controlar las minas. Sin embargo, sí apuntan a un patrón de posibles intereses geográficos de los insurgentes. En Burkina Faso hay ejemplos de rebeldes que se han hecho con el control de algunas explotaciones mineras, lo cual les ha proporcionado ingresos, pero también les ha servido para cimentar una alianza con los mineros artesanales, que pasan a depender de la protección de los combatientes para seguir extrayendo y poder mantenerse a sí mismos y a sus familias. Del mismo modo, en la zona de Gurma, en Malí, la reciente escalada de las hostilidades entre tres diferentes grupos armados –el Grupo de Autodefensa Tuareg Imghad y Aliados (GATIA), leal al Estado; el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (GSIM), vinculado nominalmente a Al Qaeda, y el Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS)– podría tener que ver con el control de las minas. Tiempo atrás, el EIGS tenía cierto control sobre algunas de ellas, y después de que estallase el conflicto violento entre este grupo y el GSIM en la zona de Mopti, este último estaría claramente interesado en expulsar al EIGS también de Gurma y, de paso, hacerse con el control sobre las minas ilegales. Por otra parte, para el GATIA, proteger su influencia en Doro es hasta cierto punto decisivo, ya que esta zona es el único bastión importante que le queda en esta parte de Malí.
Por tanto, es posible que en el futuro próximo los insurgentes yihadistas del Sahel se dediquen más a la extracción de recursos naturales, y concretamente a la minería del oro, como una de sus principales formas de movilizar recursos, al menos en algunos lugares. Está por ver qué influencia tendrá esto en sus estrategias bélicas y en su credibilidad como hombres piadosos. ¿Un mayor acceso a los recursos corromperá a los rebeldes igual que los diamantes corrompieron al Frente Revolucionario Unido de Sierra Leona, o tomarán el camino de los talibanes de Afganistán, donde la participación de los insurgentes en el comercio de mármol a gran escala desembocó en una burocratización de los grupos rebeldes?
Saber gastar unos recursos escasos para una insurgencia de bajo presupuesto
La movilización de recursos por parte de los insurgentes yihadistas del Sahel no es un enigma ni un misterio, sino más bien la historia de una combinación de ideología y pragmatismo en la que los rebeldes han buscado recursos de manera oportunista allí donde podían encontrarlos, sin involucrarse en exceso. La minería del oro podría alterar el panorama, pero no parece el caso, ya que movilizar recursos a mayor escala a través de la extracción de este mineral exige un nivel de control territorial que en este momento los insurgentes no tienen. Si pretendieran tenerlo, los haría más vulnerables a una operación externa como la francesa Barkhane, ya que esta clase de control territorial les restaría movilidad y, en consecuencia, los convertiría en un blanco más fácil.
Lo que sí sabemos es que en una situación como la que impera en el Sahel, el dinero importa, y mucho. El papel tradicional del jefe de la aldea se ha visto menoscabado rápidamente, pero no ha sido sustituido por nuevos sistemas de gobierno. Por ello, la historia de la expansión de la actividad de AQMI en la región de Tombuctú sigue siendo instructiva. Ya en 1998, miembros de AQMI (entonces conocido como Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, GSPC) empezaron a llegar a la zona de Tombuctú y a establecer contacto con la población local como comerciantes honrados, piadosos y de buena voluntad. Por ejemplo, cuando querían comprar una cabra a un habitante de la zona, preguntaban el precio, y cuando el propietario les decía 25.000 francos CFA, ellos ofrecían 50.000. Se ganaron la buena disposición y la amistad, y crearon redes distribuyendo dinero, repartiendo medicinas, tratando a los enfermos y comprando tarjetas SIM y tiempo de conexión para la gente. También se casaron con mujeres de la zona, no de familias poderosas, sino de linajes pobres, tomando partido deliberadamente por los desfavorecidos. De este modo, AQMI actuaba como una organización islámica de beneficencia, salvo porque llevaba armas y no dudaba en utilizarlas.
Hasta ahora, en esta historia de violencia, los insurgentes yihadistas han buscado recursos con actitud pragmática y han hecho buen uso de ellos. Los han utilizado para adquirir armas, munición y otras herramientas logísticas necesarias para el combate, pero también los han gastado de manera bastante inteligente entre las comunidades locales. En esto, más que en el armamento adquirido, ha residido su principal ventaja comparativa en la guerra asimétrica en la que están inmersos. Esto significa que, en comparación con sus adversarios, han sabido gastar bien unos recursos escasos, y en la mayoría de los casos han llevado a cabo una rebelión de bajo presupuesto. La profundidad, el alcance y el éxito de su participación en la extracción de oro puede hacer que esto cambie. Está por ver cómo, por qué y de qué manera, pero, a lo largo de la historia, muchos movimientos insurgentes de mentalidad laica han perdido de vista el motivo inicial de su rebelión ante la valiosa extracción de recursos naturales. Veremos si las insurgencias islámicas están inmunizadas en mayor grado contra esta eventualidad por sus convicciones ideológicas, o si también pueden caer presas de la corrupción que el oro tan a menudo pone en bandeja.