Construir esperanza para salvar vidas
Los economistas Anne Case y Angus Deaton –ganador del premio Nobel de esta disciplina en 2015– mantienen la esperanza de conseguir un capitalismo al servicio del interés público. Han escrito, para contribuir a ello, un libro sobre muerte y desesperación. Sobre muertes por desesperación: por suicidios, por sobredosis de drogas y por enfermedades hepáticas derivadas del alcoholismo.
Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo comienza con dos hallazgos. El primero es el aumento de las tasas de suicidio y el empeoramiento de la situación de salud entre los estadounidenses blancos de mediana edad. Los autores afirman que, hasta los estragos producidos por la epidemia de los opiáceos a partir de 2013, “la epidemia de muertes por desesperación era blanca”. Estas muertes, entre las personas blancas de entre 45 y 54 años, se triplicaron desde 1990 a 2017. En 2017, seguía siendo el grupo de población con mayor número de muertes por desesperación. Sin embargo, el mayor aumento de muertes por desesperación en los últimos años se produjo entre las personas blancas más jóvenes.
Case y Deaton defienden que existen similitudes entre lo que sucedió en los años 70 y 80 a los estadounidenses negros que vivían en el centro de las ciudades (pérdida de empleos, aumento de tasa de crímenes violentos, muertes por sobredosis derivadas de la epidemia de crack y VIH/SIDA) y lo que sucede treinta años después a las personas blancas de clase trabajadora. Señalan que entonces, al igual que ahora en relación a los trabajadores blancos, se difundieron ideas que culpabilizaban a las personas empobrecidas. Otro factor que destacan es la brecha existente entre las personas con y sin título universitario. Las muertes por desesperación son especialmente frecuentes entre las personas sin título universitario. Ese hecho tiene implicaciones territoriales: el mayor aumento en los índices de mortalidad, entre la población blanca de mediana edad entre 1999 y 2017, fue en estados con un nivel educativo por debajo del promedio nacional: Virginia Occidental, Kentucky, Arkansas y Mississippi.
Frente a discursos que culpabilizan, insultando a las víctimas, los autores señalan las causas sociales detrás de las muertes por desesperación de personas blancas de clase trabajadora. Identifican el dolor como motivo destacado de las muertes por desesperación, suicidios y adicción. Tras abordar críticamente la generalización de los opiáceos en el tratamiento del dolor, conectan la “destrucción de la clase trabajadora blanca” con el fracaso del sistema de salud más caro del mundo. Los efectos corrosivos, como la culpabilización de las personas que se encuentran en situaciones complicadas, de la idea de meritocracia en una sociedad desigual.
Otras causas están vinculadas al mundo del trabajo: el dolor generado por el desempleo y el miedo al desempleo. Las deslocalizaciones y la automatización. El cierre de fábricas. El declive de los salarios. La pérdida de estatus incluso de las personas que tienen los mismos empleos que antaño, ahora con condiciones muy diferentes. El traspaso de poder del trabajo al capital en un contexto de debilitamiento de los sindicatos y el fortalecimiento del poder empresarial. Al debilitarse los sindicatos, señalan, las empresas pasaron de un modelo en el que debían orientarse a cubrir los intereses de sus empleados, consumidores y la comunidad en su conjunto a un modelo basado en la satisfacción de los accionistas.
Case y Deaton realizan la provocadora afirmación de que la elección de Donald Trump fue comprensible teniendo en cuenta las circunstancias. Describen aquél resultado como un “gesto de frustración y rabia que empeorará las cosas”. En un contexto en el que “las personas blancas de clase trabajadora no creen que la democracia les pueda ayudar”, añaden que en 2016 más de dos tercios de las personas blancas de clase trabajadora creían que las elecciones estaban controladas por las personas ricas y las grandes empresas y que por tanto su voto no importaba.
Los autores consideran que la desigualdad es un síntoma de un problema mayor: la redistribución de recursos de las personas pobres hacia las personas ricas. Alertan de los desequilibrios existentes en la participación política y la cantidad de recursos destinados a tratar de influir a los representantes políticos. El libro es una llamada de atención sobre el hecho de que muchas personas no se sienten tenidas en cuenta, tienen un presente de intenso dolor y no tienen esperanza en el futuro. Nos invita a no ignorar ningún sufrimiento y así, transformando la sociedad desde la empatía, construir un futuro de esperanza.