Estatua de José Martí en el Parque Central de La Habana tomada en julio de 2014. ROBERTO MACHADO NOA. GETTY

Los matices del ‘apóstol’ de la independencia cubana

El castrismo convirtió a José Martí en el astro supremo del nacionalismo cubano. Pero Martí no se deja encasillar, ni política ni ideológicamente.
Luis Esteban G. Manrique
 |  19 de mayo de 2021

Pocas presencias son más ubicuas en Cuba que la de José Martí (1853-1895), el “apóstol” de la independencia, periodista, político y poeta. Sus versos adornan La Bayamesa, el himno nacional formal, y también el informal: la Guantanamera, cuya primera estrofa está tomada de sus Versos sencillos (1891). Desde El Vallecito, en el extremo occidental de la isla, a Punta de Maisí, en la oriental Guantánamo, sus bustos y efigies presiden las plazas mayores.

En La Habana, el monumento de Martí domina el lado norte de la Plaza de la Revolución en El Vedado, reflejando su estatus de astro supremo del nacionalismo cubano, eclipsando a los líderes militares de las guerras anticoloniales, Máximo Gómez y Antonio Maceo. Fidel Castro injertó el marxismo en la mitología martiana, creando así una religión política que pretendía ser, al mismo tiempo, una doctrina, una guía para la acción y un manual de ética revolucionaria.

La Semana Santa y la Navidad desaparecieron del calendario oficial durante 20 años. Las efemérides patrióticas se fundieron con sus propias conmemoraciones para fijar en el imaginario colectivo cubano la idea de que el régimen instaurado el 1 de enero de 1959 por el Movimiento 26 de Julio de Castro culminaba la gesta mambí, que, como la suya de Sierra Maestra, surgió del oriente guajiro para expurgar los vicios coloniales habaneros.

Próceres de la independencia como Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Vicente Aguilera e Ignacio Agramonte fueron relegados al olvido. “Nosotros entonces habríamos sido como ellos [los mambises] y ellos hoy habrían sido como nosotros. Si Martí viviera, sería marxista”, dijo Castro en una ocasión. En la escatología revolucionaria, según escribe Loris Zanata en Fidel Castro, el  último rey católico (2020), el pasado no es historia, sino vigilia de resurrección y redención.

 

«Según el historiador Hildalgo Paz, Martí defendía una ‘república democrática y popular, anticolonialista, latinoamericanista y antiimperialista’»

 

Ibrahim Hidalgo Paz, premio nacional de Historia de la Unión de Historiadores de Cuba en 2009, sostiene que la guerra iniciada por Martí, Gómez y Maceo en 1895 se frustró por la intervención de Estados Unidos en 1898, por lo que su triunfo solo llegó seis décadas después, en 1959. Según él, Martí defendía una “república democrática y popular, anticolonialista, latinoamericanista y antiimperialista”.

Martí y Gómez desembarcaron al sur de la isla el 11 de abril de 1895. El 19 de mayo, Martí murió en combate. En un artículo en Resumen Latinoamericano, el historiador cubano Luis Fidel Acosta sostiene que tras su muerte se perdió toda la “carga transformadora” martiana y quedó solo “el cascarón” de una guerra de liberación nacional.

Pero encasillar política o ideológicamente a Martí es casi imposible. Sus innumerables discursos, artículos periodísticos y cartas admiten múltiples lecturas. El castrismo atribuye a Martí un proyecto de unión panlatina, que en realidad cumple el “destino manifiesto” de la revolución de liderar a las naciones latinoamericanas en su segunda lucha de independencia contra el imperialismo. Cuba, según Castro, era “el Polo Norte de la latinidad”.

 

jose marti

Martí, retratado en Jamaica en 1982. Fotografía de Juan Bautista Valdés.

 

Un demócrata radical

El primer manifiesto del partido que fundó Martí propugnó una Cuba “independiente y democrática”. Las referencias internacionalistas eran escasas. No las necesitaba. Le bastaba la justicia de la causa anticolonial. Durante la mayor parte del siglo XIX, los cubanos pagaban casi el doble de impuestos que los españoles peninsulares. Antonio Favié, ministro español de Ultramar, denunció en 1890 a quienes, tras unos pocos meses de servicio en la isla, volvían a España alardeando de su recién ganada riqueza.

En una década, Martí fundó y editó varias revistas y escribió una novela, dos libros de poesía y docenas de biografías breves y cientos de artículos para docenas de periódicos. Su río de escritos le convirtió en una de las grandes figuras literarias del siglo XIX. José Miguel Oviedo califica su prosa, precursora del modernismo, de “sensible, plástica, intensa y elegante”.

Su filosofía política, sin embargo, era ecléctica y ocultaba con hallazgos expresivos sus carencias. Lo que marcó su pensamiento fue su idea de la nación, a la que concebía como una intuición popular, un sentimiento que se convertía en una realidad institucional. En un sentido fundamental, decía, los cubanos no tenían otra opción que ser cubanos, lo que hacía inevitable la independencia.

Martí creía que la mezcla racial había creado un pueblo “antiétnico” en Cuba. En ese sentido era, como Rousseau, un demócrata radical, no un socialista. Según escribe John Lawrence Tone en War and Genocide in Cuba (2006), Maceo le consideraba un ser maquiavélico y que como soldado era un buen poeta. A su vez, Martí sospechaba que la intención real de Gómez y Maceo era erigirse como dictadores militares después de la guerra. En una carta que dirigió a Gómez, insinuó que prefería el “dominio español” a esa perspectiva.

Lo cierto es que su muerte lo encumbró a los altares patrios. Su martirio parecía cumplir un papel predestinado: se aproximó imprudentemente a las filas enemigas cabalgando un caballo blanco y esgrimiendo una pistola; su muerte, según Tone, tuvo por ello un “cierto aroma de suicidio”. “Yo soy bueno y como bueno, moriré de cara al sol”, escribió en uno de sus últimos poemas.

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