Hace mucho tiempo que no hay buenas noticias del Sahel, esa franja de territorios fronterizos entre el desierto del Sáhara y la sabana africana que abarca 11 países, desde Mauritania y Senegal, en su extremo occidental, hasta Etiopía y Eritrea, en el oriental. Tan inquietante es su imagen actual –salpicada de conflictos violentos, intensificación de la amenaza terrorista, desertificación, hambrunas y pobreza extrema– que incluso los factores que en principio podrían considerarse esperanzadores acaban pasando desapercibidos o quedan aminorados bajo el peso de los obstáculos.
Algo así ocurre con el proyecto ideado por la Unión Africana en 2007, iniciado finalmente en 2010, de crear la Gran Muralla Verde para el Sáhara y el Sahel que, en 2030 debería abarcar una zona vegetal de unos 7.700 kilómetros de longitud por unos 15 kilómetros de anchura. El objetivo es no solo detener la desertificación sino también facilitar alimentos a la población local y crear empleo, así como contribuir a disminuir el fuerte flujo migratorio que registran muchos de los países integrados en la zona. Sería necesario triplicar el ritmo actual de restauración de tierras y contar con no menos de 4.000 millones de dólares anuales para alcanzar el objetivo planteado para finales…