Una vez más, al calificar de “feminista” la política exterior, se da forma y se hace visible la imbricación del pensamiento feminista en la acción y política exterior de España. La fuerza que acarrean las palabras al nombrar las cosas ha sido una herramienta clave para avanzar los derechos de las mujeres hacia una ciudadanía plena y efectiva. Solo por ello, hay que felicitar al gobierno y a la ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación por su voluntad de impulsar una política exterior feminista.
La pregunta no debería ser qué significa una política exterior feminista, sino ¿cómo justificar hoy que una democracia avanzada se dote de una estrategia de acción exterior que no sea feminista? Obviamente, ya no se puede justificar. Que la estrategia de acción exterior y la política exterior sean feministas es bueno para España, es muy positivo para los países socios y para el multilateralismo efectivo y ambicioso que propone España en la UE, en América Latina y en el mundo.
Efectivamente, la política exterior o es feminista o no es una política exterior a la altura de las circunstancias. Daré dos razones.
En primer lugar, nuestra política exterior está alineada con la Agenda de Desarrollo Sostenible. Nos quedan menos de 10 años para alcanzar ese futuro común que queremos en 2030, incorporando una nueva visión del desarrollo sostenible desde tres dimensiones, la social, la medioambiental y la económica. La agenda ofrece un marco indivisible que tiene por objeto lograr la sostenibilidad holística desde una perspectiva sistémica de interrelaciones entre los 17 objetivos y sus 169 metas. El pensamiento feminista que exige la transformación de los roles estereotipados por razón de sexo, que discriminan a niñas y mujeres por ser consideradas una categoría débil e infrarreconocida, está atravesado en ese marco indivisible de la Agenda 2030. Una política exterior feminista es la consecuencia de comprender y cumplir con la coherencia de las políticas que implementan los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
En segundo lugar, al calificar la política exterior como “feminista” expresamos con la máxima claridad y contundencia que nuestra política exterior está anclada y atravesada por el principio de igualdad sustantiva entre mujeres y hombres, como valor y objetivo con carácter estructural. De este modo, todas las acciones, los medios para lograrlas, los mecanismos de toma de decisiones, los principios, las políticas y normas que las sustentan así como las contribuciones de nuestra cooperación para el desarrollo, nuestra ayuda humanitaria y nuestra política para la prevención, la gestión y la resolución de conflictos, se enmarcan esencialmente en el objetivo del pensamiento feminista.
Lejos de ser un capricho más o fruto del discurso políticamente correcto, la feminización de la política exterior –la política exterior feminista– es el siguiente eslabón en una cadena de cambios resultado de la vindicación política feminista por democracias paritarias. Este movimiento se inició con las sufragistas y desencadenó cambios radicales, ya de manera irrevocable, en la Cumbre Europea de Atenas en 1992 por una participación paritaria en el poder político.
Si esa cumbre lanzó un proceso paritista en Europa y en el mundo que supuso un hito, no es menos trascendental el programa que a partir de entonces logró avanzar la Comisión Europea para desarrollar el principio de igualdad sustantiva de manera integral y transversal, elevándolo a categoría de valor y objetivo de la UE. De esta forma, la Comisión Europea hizo de la igualdad sustantiva un elemento estructural de las políticas, lo que, además, supuso que se extendieran esos avances también a los países en desarrollo a través de la política de cooperación de la UE.
España siguió el mismo modelo a través de su Ley para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres (2007), la Estrategia Española de Desarrollo Sostenible (2007) y otros instrumentos, como también lo han hecho las Comunidades Autónomas, algunas incluso antes.
España da un paso más con la propuesta de Estrategia de Acción Exterior y guía para desarrollar una política exterior feminista. Como Suecia, que en 2014 ya se había convertido en el primer país del mundo en asumir públicamente una política exterior feminista, seguida de Canadá, Francia, Luxemburgo, Reino Unido o México, España se proyecta hoy como democracia feminista hacia el interior y hacia el exterior, en sus relaciones con el mundo. Con ello da coherencia a su compromiso con los derechos humanos, la igualdad de género, el empoderamiento de las mujeres y el desarrollo sostenible.
Que la política exterior española sea feminista implica promover a través de dicha política la transformación de roles estereotipados y perseguir la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres que hoy no existe. Las evidencias de los desequilibrios en el empleo, en la violencia, en la falta de voz y reconocimiento, en las disparidades en los recursos y condiciones de las mujeres, se traducen y exponen en términos económicos por instituciones como Davos o la consultora McKinsey, como ya hacía, en 1869, John Stuart Mill. Sin embargo, la eficiencia de mercado no basta como argumento para promover la participación de las mujeres en la vida política y económica.
Los nudos estructurales que mantienen la discriminación de las mujeres requieren políticas públicas, presupuestos y medidas correctoras de esa desigualdad que chocan con las políticas de austeridad y con valores androcentristas. Si algo bueno puede salir de esta pandemia es un reposicionamiento del Estado social y, en ese sentido, una política exterior feminista debe dar muestras de mayores dosis de solidaridad para lograr el desarrollo sostenible, mecanismos de diálogo y diplomacia que coadyuven a no dejar a nadie atrás, un multilateralismo y bilateralismo ambiciosos a la vez que respetuosos. Además de dar frutos y de ser eficaz, cumple con argumentos de justicia social y legitimidad que no pueden faltar. Que la política exterior y de cooperación sea feminista es un requisito para que las relaciones diplomáticas, bilaterales y multilaterales, en la dimensión política o económica y desde luego a través de los instrumentos de planificación de la cooperación para el desarrollo, contribuyan a crear sociedades pacíficas, prósperas y sostenibles. Es una consecuencia de nuestro compromiso con la Agenda 2030.
Algunas recomendaciones a tiempo
Primera. Evitar que “feminista” sea un eslogan más y que la política exterior sea, efectivamente, feminista requiere un ejercicio doble, de teorización y de concreción práctica. Esta segunda se irá desarrollando a medida que se ejercite, como todo, a base de prueba y error. La teorización del pensamiento feminista no se desarrolló de un día para otro. Más de 300 años de lucha y de pensamiento dieron luz a una teoría política feminista que pudo irrumpir en los paradigmas de la teoría política del Estado y trastocar algunos principios y conceptos, que simplemente, no habían tenido en cuenta la existencia de las mujeres y su propia realidad en el mundo. Se recomienda, por tanto, dedicar un tiempo a pensar, a teorizar sobre cómo aterrizar esta calificación de feminista en la política y en la acción exterior de España.
Segunda. El esfuerzo de teorización exigiría tiempo, medios y validación científica. La tarea no puede recaer exclusivamente en los profesionales que trabajan en el ministerio, diplomáticos y funcionarios. Pese a su compromiso con las políticas de igualdad, son muy escasos los medios humanos puestos a disposición de las unidades de género (un modelo insuficiente para la tarea que implica la gestión de esa política feminista). Asimismo, aunque la cuestión del feminismo es recurrente en la sociedad actual, es imprescindible recurrir a la ciencia, a las expertas, a las teóricas del pensamiento feminista. Se recomienda, por ello, crear un grupo de trabajo con profesionales y expertas, paritario, con plazos, objetivos y con una visión integral y “científica” del pensamiento feminista.
Tercera. La calificación de política exterior “feminista” debe ser consustancial al argumento de validez de la categoría “mujeres” como sujeto vindicativo de la igualdad. Ello sin perjuicio de otras categorías y de otras reivindicaciones. Válidas o no, esas vindicaciones en ningún modo se pueden confundir o deben competir con esta, la “feminista”. El lenguaje sí importa. Una política exterior feminista no puede ser tildada de victimización de las mujeres, ni basarse únicamente en argumentos de eficiencia económica (ambos neoliberales), pero tampoco puede ser suplantada por otras reivindicaciones, como el generismo queer. El feminismo puede ser comprensivo, incluso apoyar esas vindicaciones, pero lo que no se puede es reemplazar la categoría mujer o mujeres por esas nuevas categorías, y además, denominarlo feminismo. Si esto no se tiene claro al definir la guía de la política exterior feminista y desarrollar un plan de acción, se habrá tergiversado (incluso traicionado) el pensamiento feminista. Los derechos de las mujeres no compiten con otros derechos. El feminismo siempre se ha apoyado y ha apoyado otras causas.
Cuarta. Una consecuencia lógica y responsable de poner en marcha la política exterior feminista es aportar los medios humanos, marcos jurídicos, de planificación y financieros necesarios para que cumpla su misión y objetivos. La política exterior feminista debe basar su toma de decisiones tanto en la participación paritaria de hombres y mujeres en las políticas y decisiones (a todos los niveles y dimensiones, a través de la diplomacia política, económica o la cooperación para el desarrollo), como en el conocimiento y en la consciencia de la realidad de la discriminación que sufren las niñas y mujeres en el mundo, por el hecho de ser mujeres, lo que merma sus derechos a ser, pensar y vivir como deseen.
Quinta. La concreción de la política exterior feminista se debe visualizar en cada gesto, debe ser evaluable y quedar fuera del debate ideológico, como política de Estado.